Rafael Argullol
Las pasiones según Rafael Argullol. Conversaciones con Fèlix Riera
Edición y traducción del catalán de Maite Madinabeitia
Barcelona, Acantilado, 2020, 486 pp.
Desde 2014 a 2017, Fèlix Riera entrevistó a Rafael Argullol (Catalunya Ràdio) en secciones de unos cuarenta minutos, sobre un tema vinculado a la pasión (ese “movimiento del espíritu”), ahora recogidas y traducidas por Maite Madinabeitia bajo el título Las pasiones según Rafael Argullol. Las intervenciones de Riera son activas, sin que por esto cambien mucho el curso del discurso del entrevistado, porque finalmente ese es el cometido: mostrar su pensamiento e imaginario. Por alguna razón algo deportiva o jazzística, el tema del día era elegido por Riera en el momento (supongo que del listado previo). Un tour de force, confiesa el entrevistador. Me extrañó: ¿Por qué poner dificultades si de lo que se trata es de dar lo mejor, y por lo tanto saber de antemano de qué se va a hablar facilita el logro? Pero la lectura del libro responde a esta pequeña confusión: los temas son los del pensador y narrador que nos ha dado libros como Una educación sensorial o el monumental (y sin embargo fluido como un cuerpo vivo) Visión desde el fondo del mar. De alguna forma, el tour de force consiste en encontrarnos con el habla, con la menor presencia de escritura previa, de documentación que no esté en la memoria del autor, sin fichas o trabajos que no hayan pasado, por decirlo así, por el cuerpo, por la experiencia. El tiempo del habla no es el de la escritura, y por lo tanto, en una exposición radiofónica, lo que se dice está expuesto a una linealidad espontánea marcada por la voluntad de discurso, y solo lo que se recuerda y lo que se ordena en el habla es lo que se manifiesta. El resultado no es un tratado, una obra erudita o con voluntad historicista (lo que se sabe al respecto ordenado en el tiempo) sino el pensamiento vivo de Argullol comprometido con su propia vida. Lo diré de otro modo: no busca, cuando se habla de la libertad, el miedo o el amor, explicarnos todo lo que se sabe de estos conceptos y experiencias sino lo que a él –incitado por algunas reflexiones o datos de Riera y su propio acervo– le ha importado y considera crucial o inexcusable. Esto no excluye referencias a algunas obras literarias, filosóficas, pictóricas, fílmicas, pero no son muchas. Sin duda se recurre a las tragedias de Sófocles, a Homero, a Dante y Shakespeare, a pintores renacentistas o modernos, a Kafka, Conrad y Camus (quizás, del siglo XX, los más citados), pero no se busque un estado de la cuestión, aunque se encontrará otra cosa: una reflexión coherente y llena de sugerencias sobre lo central de la condición humana, que pasa por el poder, la belleza, el arte, la amistad, el odio, la libertad, eros, el cuerpo, la comida, la curiosidad, la cobardía, la justicia, el bien, Dios… Solo he echado de menos (aunque es cierto que se habla de algunas de ellas de pasada) la alegría/felicidad, la piedad y la envidia. Si se piensa que esta última nos ha sido aplicada a los españoles con generosidad (y hasta tenemos “una envidia sana”…), habría estado bien reflexionar sobre ella: es una pasión terrible, cuyo fin último, es decir, en el envidioso obsesivo (como analizó bien Carlos Castilla del Pino), no es la posesión de lo que el otro tiene sino su muerte.
Este es un libro dentro de la tradición de Michel de Montaigne, salvo que a diferencia de los Ensayos del gascón, aquí hay pocas citas. Al igual que Montaigne, Argullol habla de lo que ha quedado en él (aunque no se haga explícito este método), y recurre en algún momento a la confesión sesgada. El atrevimiento es legítimo: Argullol ha vinculado las pasiones al estudio de obras pictóricas, literarias, reflexivas. Y su libro Visión (central a mi entender en nuestra literatura reflexiva) supone el ejercicio de la memoria, el pensamiento y el estudio puntual desde una perspectiva que quiere abarcar la totalidad de la persona desde su propia experiencia, porque eso es lo que proporciona el mundo pasional. Esto es algo que no se debe confundir con una exaltación del individualismo. Pocos autores son tan poco individualistas como Argullol; pocos tan personales. En estas conversaciones, asistimos a la complejidad del individuo: su multiplicidad, que nos permite recorrer la historia, las obras, las luchas y acuerdos, la aventura humana en definitiva, desde una perspectiva que enlaza a Heráclito con Parménides: lo que fluye y siempre es distinto enlazado a lo inmóvil e idéntico, el ahora y el siempre. En numerosas ocasiones Argullol inicia su respuesta bajo la premisa de que la cuestión puede verse desde un doble aspecto, o triple… Nunca una sola causa, una sola respuesta. Esto no supone un relativismo, sino la idea de complejidad y de relación que, dado que se habla de las pasiones que dotan de significado a la libertad, la ira o la justicia, se enfrenta a la paradoja de los hechos, a la lógica de lo real y no de lo abstracto. Es decir, que el elemento radical de todas estas nociones es ser vividas por los sentidos que a su vez informan a la razón. La experiencia se narra y se piensa, pero sin olvidar nunca que es algo activo en el sentido biográfico del término, aunque no tenga que ser, obviamente, mi propia historia personal. De todos estos diálogos se deduce que Rafael Argullol tiene una visión monista del mundo, siempre que añadamos que ese uno que significa un grado infinito de vínculos, un cosmos, está compuesto por elementos internos siempre plurales. En ocasiones nos habla de multiverso en vez de universo, apoyándose en ciertas especulaciones físicas y cosmológicas, pero lo hace como una sugerencia crítica ante la noción de unicidad.
Argullol define al ser humano, en términos pasionales, en una fórmula: “esperanza+miedo”. Si la invertimos, daremos con su estructura temporal, evolutiva: el miedo, común al mundo animal, tal vez a todo lo vivo si reducimos mucho su significado, no nos hace humanos, pero sí en cambio la esperanza vinculada al miedo. La esperanza se relaciona con el futuro, con el deseo y con la elaboración de una respuesta, y por tanto se torna activa. Argullol está lejos de pensar que todo poder es malo, algo trasegado en una tradición anarcoide, que no resiste una meditación rigurosa, y por lo tanto indaga su valor doble: la posibilidad de la acción creativa (la obra, por ejemplo) y la hybris. Reivindica el valor subversivo de la belleza, opuesta al de utilitarismo o producción mecánica, en el sentido de que lo bello no es solo un objeto sino un sujeto, y por lo tanto nos compete de manera desafiante y se resiste al reduccionismo de la conciencia. Aunque no se menciona, la tradición filosófica en lo moderno que sustenta esta aspiración es la que va de Hume a Heidegger pasando por Spinoza. El hombre es un ser que juega, y por lo tanto introduce en su expectativa el azar. Argullol llega a hablar del juego del cosmos, pero sospecho que el azar no es suficiente para que haya juego, porque este supone un jugador, es decir: una emocionalidad vinculada al azar y al encuentro. Son valiosas e interesantes las ideas que expone en relación al arte abstracto, su necesidad histórica y su inmediata limitación (no definitiva) al tiempo que reivindica la necesidad de reincorporar al arte la figura humana, algo que no significa, es obvio, realismo. No puedo estar más de acuerdo. Su ausencia en gran parte de la pintura del siglo XX supone una mutilación, hija del pesimismo nihilista del xix, además del desafío que supuso la fotografía.
Argullol ha meditado sobre la amistad en otros escritos. También la ha narrado con una belleza memorable. El sentimiento de la amistad no es ajeno al del amor (pasional) y los otros amores. Sin esta meditación podremos tener conocimientos, pero no alma, tampoco sabiduría. Argullol ve en la lealtad uno de los elementos centrales de la amistad, también en la igualdad, aunque esto último merecería una explicación mayor. ¿Dónde radica la igualdad dado que somos a veces tan diferentes? No en los conocimientos, no en el estatus social. Habla de la igualdad que otorga la complicidad y el respeto y no duda en mencionar la generosidad y el cultivo en el tiempo de la relación, así sea en silencio. Esto último es importante, porque nuestro autor propone siempre el cultivo de la intimidad como condición para relacionarse con el otro. Tal vez estaría de acuerdo con la afirmación del olvidado Juan Gil-Albert de que “sin intimidad no hay universo”.
Hablar del mal es también hablar del bien, y hay pasillos sutiles que conducen de un lado al otro, como en el paso del doctor Jekyll al señor Hyde. Argullol recurre a lo largo de las conversaciones, sobre todo para hablar de la justicia, del bien y del mal, a Albert Camus, y de hecho él encarna en el siglo XX uno de los momentos más polémicos (en su discusión con su amigo Sartre) y lúcidos a este respecto. En su obra Calígula, en vez de hacer una clara distinción entre el mal y el bien, nos hace sentir que en cierto modo Calígula forma parte de cada uno de nosotros. El asunto histórico que estaba detrás era la naturaleza del comunismo, una ideología que encarna en la urss en nombre del bien, de la igualdad y la justicia. Por otro lado, la estigmatización de monstruos que han llevado a cabo horrores como el nazismo o el comunismo soviético o chino supone un escamoteo de la realidad (algo que afirmó Hannah Arendt en su célebre estudio sobre Eichmann). Una afirmación arriesgada, aunque la defiende con argumentos apreciables, es que el mal es siempre puritano. Para terminar esta invitación a la lectura de Rafael Argullol, quisiera cerrar con su idea de que hacer el bien es “ejercer la compasión en secreto y sin espectadores”. El siglo XX (y no solo él) sembró el terror en nombre de un bien marcado por el fanatismo de la publicidad. Cierto, no todos los crímenes políticos fueron en nombre del bien sino de una raza o de una idea de Estado (la fascinación del poder). Pero creo que Argullol tiene razón, y su afirmación apela a la sinceridad y a la honestidad, y es en definitiva lo que debe informar toda aspiración a la sabiduría en un mundo tan vociferante que ha hecho de las pasiones una publicidad mercantil desalmada. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)