En una entrevista insólita y extraña, el todavía más extraño Harold Bloom, ante una pregunta sobre Chile y su poesía, expresa una opinión que comparto: “hay algo sobre Chile que me sorprende. No es parecido a ningún otro país. Algo ahí es muy extraño. Extraño y largo país. Parece una serpiente”. En efecto, Chile es perturbador a la manera de las culebras. También plomizo y triste. Pero eso, más que desentonar con el vigor de su expresión poética, creo que la justifica: acaso por su extrañeza dolorida ese país arrinconado ha producido la mejor poesía del siglo XX en nuestra lengua.
Entre sus vates, que son los nuestros, ninguno tan poderoso y original como Nicanor Parra, que cumple hoy 100 años de vida (hace varios años que escribió una canción al respecto). Aunque en su caso eso diga poco. Porque si algo ha demostrado Nicanor es que no ser poeta es la mejor manera de serlo. O de sobrellevarlo. Parra ha sido sobre todo un artesano, realizador de artefactos como los que por estas fechas pueden toquetearse en Santiago.
Muchos son sus versos, sus gestos y sus canciones: viven en todas partes y sirven para combatir la calvicie. Los datos de su vida, que abultan su geografía, están en Wikipedia. Lo más interesante que puede decirse al respecto es que fue profesor de mecánica racional en Chile y estudió cosmología en Inglaterra: para vislumbrar los confines del universo nadie mejor que un ingeniero. Porque aunque el universo se expanda y multiplique en insondables galaxias y pese a las múltiples sospechas, al día de hoy solo sabemos que nosotros las nombramos.
“Durante medio siglo/ La poesía fue/ El paraíso del tonto solemne/ Hasta que vine yo/ Y me instalé con mi montaña rusa” dijo con voz de trueno y entre risas el antipoeta. Nadie como él ha hecho del humor la casa del ser, la ironía su acicate y el sarcasmo su remedio: Parra es el supositorio para todos aquellos envenenados que sucumbieron a la poesía desde jóvenes. También para los que persistieron en el error y llegaron a viejos. Leerlo es hacer cortocircuito y propiciar un incendio. Por eso Bolaño sostuvo que Parra escribía como si fuera a ser electrocutado (el ingeniero sentó a la poesía en sus piernas y no la encontró horrible: al contrario, la agasajó con nalgadas).
Bloom, que nunca ha sido afecto a la literatura latinoamericana, sostuvo en la misma entrevista:“No son antipoemas, como dicen, son poemas. Son meditaciones, a veces alegres, pero frecuentemente muy plañideras y tristes. Y él tiene mucho autoconocimiento, conoce sus propias limitaciones. Ha tenido muchas experiencias de vida ¡Quizás cuántas mujeres!”. Mujeres. El alimento del hombre y de cuyo encuentro dichoso, a veces, nace el poeta. Porque ese es el evangelio de Parra, si es que lo hubiera: hay que ser poeta primero para aspirar a ser hombre: “Yo no me pongo triste fácilmente/Para serles sincero/Hasta las calaveras me dan risa./Los saluda con lágrimas de sangre/El poeta que duerme en una cruz”.
Su hondura metafísica va de mano de la risa, péndulo desquiciado entre Demócrito y Heráclito, donde se ríe con y se llora con todos los dientes:
Lo queramos o no
Sólo tenemos tres alternativas:
El ayer, el presente y el mañana.Y ni siquiera tres
Porque como dice el filósofo
El ayer es ayer
Nos pertenece sólo en el recuerdo:
A la rosa que ya se deshojó
No se le puede sacar otro pétalo.Las cartas por jugar
Son solamente dos:
El presente y el día de mañana.Y ni siquiera dos
Porque es un hecho bien establecido
Que el presente no existe
Sino en la medida en que se hace pasado
Y ya pasó…,
como la juventud.En resumidas cuentas
Sólo nos va quedando el mañana:
Yo levanto mi copa
Por ese día que no llega nunca
Pero que es lo único
De lo que realmentedisponemos.
No tengo en claro qué es lo que puede sacarse en claro de un año como 1914, que dio prodigios como Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas en México; Marguerite Duras en Francia; Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar en Argentina; el checo Bohumil Hrabal en la extinta Moravia y William Burroughs en los Estados Unidos. Empero, de lo que sí estoy seguro es que el chileno, cuya obra es un milagro al alcance de la mano, es el poeta más grande en lengua mestiza. Y está vivo: “Mi posición es ésta:/el poeta no cumple su palabra/ Si no cambia los nombres de las cosas./¿Con qué razón el sol/Ha de seguir llamándose sol?/¡Pido que se llame Micifuz/El de las botas de cuarenta leguas!”
Descansa en pants, Nicanor: tú no vas a morirte nunca.