Señor director:
En relación con su último número sobre el D. F., una nota de agradecimiento. Toda la tarde ha sido lluvia y lectura. Desde mi cama la tormenta fue sólo fondo acústico de algunos textos sobre la ciudad. Estuve leyendo Letras Libres mientras afuera el clima me hacía imaginar una urbe asediada por el agua, desde arriba y desde el subsuelo. Me vi cautivo entre las aguas de un diluvio por venir, prisionero en una cárcel acuífera de la que sólo escaparía ahogado. Y en medio de toda esa opresión imaginaria, producto del abatimiento que una ciudad como ésta provoca en sus escritores, conforme seguí leyendo comencé a vislumbrar ciertos destellos en algunas frases que tendían a mermar mi sentido, a esas alturas ya delirante, de vivir en "la ciudad imposible". Y de pronto, de fugaz sobreviviente comencé a sentirme fanático del arraigo, bajo la conciencia de ser habitante de una ciudad, por indescriptible, fantástica; por inverosímil, hermosa. Era como si, luego de las cifras, las estadísticas y una mirada apocalíptica de mi lugar de origen, apareciera al fondo del infierno una puerta al paraíso: sobrevivía a diario en la ciudad invivible, y estos textos eran el filtro que me lo había hecho entender: la literatura cumplía su promesa y transfiguraba mi realidad. Y fue entonces cuando tuve ganas de escribir estas líneas nacidas más del amor que del espanto, para así, ya con la conciencia libre (es decir, escrita), poder abandonar esta habitación, que había sido la burbuja habitable, y salir, sí, salir a descubrir ese edén, que si ha sido subvertido, también puede volver a ser creado o inventado, ya sin inocencia y ya sin rencor. Me voy, antes de que sea tarde y escampe. –
Saludos.
es autor, entre otros libros, de La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis (UANL, 2006)