Por favor: ¿alguien ha visto a Stendhal?

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¿Será cierto que Stendhal ha vuelto a nacer una vez más? Sé con cuánta frecuencia la nostalgia ha producido espejismos parecidos (véanse los delirios de quienes no pueden aceptar tanto talento y dicen que Shakespeare no existió, o que fue otra cosa) pero es que ahora lo afirman los mismos stendhalistas que descubrieron las dos reencarnaciones posteriores a la de Henri Beyle, por completo insospechadas. O sea que, como los sabios que siempre encuentran la reencarnación del Dalai Lama, así se esconda, es posible que sí, a lo mejor Stendhal ha vuelto y, como siempre, nadie lo sabe. ¿Lo ha visto alguien? Esta revista ofrece una recompensa de diez mil euros por una pista que funcione.
     Si, como enseña el melancólico Nico Preite, no sólo nacemos una y otra vez sino que nos repetimos (lo que hace de la clonación un pleonasmo al cuadrado), entonces no debería ser difícil encontrar un dónde. ¿Dónde podría estar Stendhal? Lejos de cualquier campanario, por supuesto (él odiaba Grenoble, "capital de la mezquindad", donde nació), lo que de entrada encoge como cinco tallas nuestra Europa respecto a la suya, que crecía con las vitaminas de hierro de la Revolución Francesa, y desde luego ha de estar en la romántica búsqueda de gloria de su tiempo: aunque en intendencia, él acompañó a Napoleón desde Italia hasta Moscú, y vuelta. Dónde están pues los campos de gloria de nuestro tiempo…
     ¿Alguna idea?…
     ¿Nadie?…
     Bien, es obvio que tras el siglo XX no es posible hablar ya de campos de gloria —que cada cual escoja su ejemplo, abundan—, de modo que tal vez habría que hablar de heroísmo, aunque Fabrizio del Dongo, el héroe de La Cartuja de Parma, que con su despiste en Waterloo abre la puerta del punto de vista en la literatura moderna, no es siquiera imaginable hoy. ¿Adónde ha ido entonces a parar el héroe de Stendhal? Es improbable que a cortejar a condesas europeas en las pausas de una guerra de invasión —hoy muchas condesas tienden a tomarse por cantantes y vender exclusivas, y no creo que Stendhal se prestase—, pero sí hay, claro, héroes: los habrá mientras el hombre prevalezca, vino a decir Faulkner. Quizá Stendhal sea un chico que se mete en las ruedas de un avión en busca de una vida mejor (él lo hizo, montando un caballo que quería montarlo a él), o una alcaldesa no nacionalista en el País Vasco (victima de los empachados por los campanarios), o un juez colombiano que se enfrenta al narcotráfico, o un ejecutivo que rompe con un sueldo blindado porque le obliga a llevar una vida estúpida… Pero Stendhal nunca despreció el dinero, al revés. Le permitía "lo superfluo, tan necesario"…
     A lo mejor… a lo mejor se puede rastrear a Stendhal a través de las ideas. La primera tentación es buscarle en su idea resobada hasta el tópico: la novela es el espejo al borde del camino —pues en ese campo de la novela de espejo se nos abrirían casi más posibilidades hoy que en pleno siglo xix—, pero es que ése es un stendhalismo de colegio, casi que de curso por correspondencia. Ignora que Stendhal, que pensaba que la única manera de escribir una obra maestra es conseguir que la vida lo sea, demuestra en cada una de sus letras la futilidad esencial de la escritura de espejo o ambición de objetividad. Quien le haya leído sabe que escribe, sí, como si fuese el Código Civil —en imitarlo aconsejaba ejercitarse cada mañana—, pero a su vez no tiene una línea que no le rebose a él hasta por los puntos de las íes, como aquel punto y coma en el que cuenta la noche de amor más sintética de la historia de la literatura, de sugerencia sólo comparable al carruaje de Madame Bovary. "La virtud de Julián igualó su dicha; es necesario que baje por la escalera, le dijo a Matilde cuando vio el alba…"
     ¿Las mujeres? Vida y letra de Stendhal sugieren que las mujeres son una buena pista para encontrarle. Algo amplia, sí, pero un poco menos si se piensa que pertenecía al bando de los feos y anhelantes —"feo como un carnicero italiano", decía él de sí mismo—, y al final de su vida, en Civitavecchia, vivía en tal soledad que ya sólo aspiraba a mantener con alguien, de vez en cuando, "una conversación inteligente". Sospecho que nuestras soledades enmascaradas por el televisor son aun peores.
     Sólo queda la apuesta desesperada. ¿Por qué no? Su vida estuvo llena de ambas: de apuestas y de la sabia desesperación de la inteligencia fracasando en la caza de la felicidad en la que cifró su vida. Así que afílese usted los ojos y, sin fijarse en sexo, patrias y otros campanarios, mire sin miedo: quizá sorprenda usted una mirada inteligente pero no sólo, a quien le gusta contar y pensar, el aura de alguien eligiendo su destino. Y quizá la vea en el espejo. No se asuste: es posible. A lo mejor Stendhal no ha renacido sino que hemos vuelto al tiempo que, como él intuyó, dejaría pasar cien años antes de verle.
     Una cosa más: si resulta usted Stendhal, o el último en reconocerle, reclamo la recompensa. –

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(Botá, 1951) es narrador, ensayista y profesor de periodismo. En 2008 publicó el libro de cuentos 'Historias de despedidas' (Alianza).


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