Conjurados y lamesuelas

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Sr. Director:
     El problema de crear figuras que todo lo encajonan es el reduccionismo. Es el caso del desafortunado ensayo "El fin de la conjura. Los intelectuales y el poder en el siglo xx", de Jorge Volpi, publicado en el número 22 de Letras Libres. Sorprende la superficialidad con la que se aborda un tema complicado como el de las relaciones entre los intelectuales y el poder, que en México significa en este momento tocar las llagas y cicatrices de un fenómeno histórico: el vínculo de los intelectuales con un régimen respetuoso de ciertas libertades, pero también caracterizado por autoritarismos y corrupción.
     Esta contradicción establece paradojas. Por un lado, se dio una especie de disidencia tolerada que contribuía a la imagen liberal del régimen haciendo que la disidencia intelectual tuviera pocos riesgos en realidad. Casos como el de José Revueltas eran producto de su militancia política y no de sus posturas intelectuales. Por otro lado, surgido de una revolución social no totalitaria, el Estado mexicano cuenta con bases jurídicas e históricas que le dan una legitimidad que nunca tuvo el soviético, totalitario y surgido del golpe de Estado bolchevique. Por esta razón, trabajar para el Estado mexicano no significa necesariamente una complicidad con las expresiones autoritarias de sus gobiernos. Como se ve, las cosas no son tan fáciles.
     Los intelectuales no pueden alegar ser puros como carta de naturaleza. La conciencia crítica debe ser también autocrítica. ¿Qué hay, por ejemplo, de aquella propaganda sustentada en el lema "Echeverría o el fascismo", que le dispensó beneficios a intelectuales que la ejercieron en complicidad con un gobierno abiertamente criminal? Tampoco hemos tenido un buen debate acerca de la modernización salinista, sus prestigios y desprestigios. Lo que quiero decir es que los intelectuales no pueden manejarse en la dicotomía de su pureza y el régimen, porque en realidad son sujetos de sus propias acciones.
     Por eso son inaceptables los simplismos de Volpi. Voy a centrar esta refutación en las figuras de los intelectuales "conjurados y lamesuelas", que según Volpi se definen así por la manera como se relacionan con el tema del ezln, de tal suerte que aquellos que apoyan a los zapatistas son conjurados, mientras que quienes los critican son lamesuelas. Por supuesto, lo atribuye al gobierno: "Tras la calma previa, la polaridad propia de los inicios del siglo se repetía: para el gobierno, los intelectuales volvieron a ser conjurados o lamesuelas, de acuerdo con su posición frente al ezln, mientras la izquierda vitoreaba a un guerrillero convertido de pronto en su líder moral". Pero su aceptación de la categoría la da en otra parte, cuando afirma: "El conjurado y el lamesuelas. O el opositor resentido y el cortesano premiado." Confieso que me fastidia ocuparme de esta generalización absurda, pero creo que una vida cultural saludable requiere de darle valor a las palabras y tener suficientes debates. Volpi cree que la labor intelectual se sintetiza en pontificar y exhibir credenciales de pureza no gubernamental. Yo creo en los debates.
     Se sabe que el fenómeno del ezln tiene como uno de sus componentes su éxito publicitario y su aceptación entre medios intelectuales nacionales y extranjeros. Entre los factores que alimentan este éxito está la realidad de miseria y marginación que no puede ocultarse de las comunidades indígenas. Un interés sincero o demagógico, un sentimiento de culpa, están detrás de la simpatía hacia los zapatistas. Pero también el fenómeno de un caudillo, Marcos, cuya agudeza panfletaria y carisma encapuchado han contribuido a la fascinación producida por el zapatismo.
     El arquetipo que prevalece: unos indígenas pobres y pobremente armados contra un Estado poderoso, gobernado por camarillas corruptas. No es sencillo, en estas condiciones, asumir la crítica al zapatismo, pues en efecto la corrupción gubernamental o la incomprensión desde Echeverría hasta Salinas, y la prepotencia de los gobiernos locales, agravió a esas comunidades marginadas y fortaleció la opción armada en la región.
     Sin embargo, desde 1994 distintos intelectuales se han puesto a contracorriente de las extendidas simpatías hacia el neozapatismo y su líder. Isaiah Berlin decía que ponerse a contracorriente asegura tener razón en el futuro. Mientras tanto, no se gana mucho, salvo defender la verdad propia. Ante el maniqueísmo con el que es tratado el conflicto en Chiapas, disentir es un riesgo intelectual. No obstante, así como el gobierno no ha hecho una autocrítica real de las causas que incubaron el levantamiento, tampoco ha llevado a cabo una labor de contrapropaganda, por lo que resulta forzado ubicar como sus partidarios a quienes critican al zapatismo. Además, toda crítica es un diálogo implícito; la realizada contra Marcos y los zapatistas, reconoce en estos últimos la calidad de sujetos, sin el paternalismo sentimental de las buenas conciencias que idolatran su causa.
     Se cuentan con los dedos de las manos a los críticos del ezln, y por ello no hay dificultad en referirse a ellos. Se trata de Gabriel Zaid —al que cita favorablemente Volpi, desconociendo su ensayo que lo define como crítico del zapatismo y, por tanto, como lamesuelas en la generalización que hizo—, de Jorge Hernández Campos —el único priísta, quien sostuvo, por las reivindicaciones de suelo y sangre, la identificación del zapatismo como un fascismo indígena—, de Carlos Tello —cuyo mayor mérito es poner en orden la información oficial sobe la génesis del ezln—, de María del Carmen Legorreta —que escribió el mejor estudio de las relaciones entre la diócesis y la guerrilla—, de Luis González de Alba —cuya implacable crítica a las poses de Marcos le valiera el público repudio de los bienpensantes de Coyoacán y anexas, en un acto memorable precisamente porque no lo dejaron hablar por atreverse a expresar reparos al nuevo caudillo—, de Jaime Sánchez Susarrey —que expone los argumentos liberales para oponerse a la violencia zapatista—, de Ikram Antaki —quien ve como una deformación romántica la exaltación zapatista—, de Christopher Domínguez y José de la Colina —particularmente este último, que al burlarse del caudillo de la capucha y la pipa escribió un texto brillante, publicado por cierto en Letras Libres, que por lo visto le da lugar a los lamesuelas—, de Roger Bartra —quizás la mejor crítica desde la izquierda, con argumentos demoledores contra la reivindicación étnica de los usos y costumbres y la violencia zapatista—, de Gustavo Hirales —que escribiera un libro sobre la tragedia de Acteal, demostrando cómo la sevicia zapatista fue gestando ese horrible episodio— y, a últimas fechas, de Jorge Poo Hurtado, otro ex militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre como Hirales —cuya argumentación se centra en referirse a la contradicción del zapatismo al proclamarse defensor de la democracia y los derechos humanos y permanecer armado. No sé si en el selecto grupo de lamesuelas pudiéramos contar a Bertrand de Lágrange y a Maite Rico, autores de Marcos, la genial impostura, pero como son extranjeros a lo mejor Volpi no estaría de acuerdo con ponerlos en la lista para no parecer además de todo xenófobo, algo muy incorrecto políticamente.
     En mi caso también me pongo el saco. Durante 1994 fui asesor en la presidencia de la República y, cuidadoso de que no se confundieran mis posturas personales con lineamientos oficiales, en un breve texto reclamé en el suplemento cultural de Siempre! a un cristiano como el poeta Javier Sicilia que participara del silenciamiento de los actos de violencia del zapatismo contra otros indígenas; luego, al volver a ser intelectual de acuerdo con la axiología de Volpi, que le reserva esa condición no a los que producen obra intelectual sino a los que son puros e independientes, pude exponer ampliamente mi crítica a la sumisión de Marcos a la sociedad del espectáculo, lo cual propició un debate en 1995 con Sicilia en la revista Siempre! Posteriormente, en mi libro El último adiós publiqué un ensayo, "El quinto sol", donde señalo que los indígenas zapatistas son mestizos racial y culturalmente hablando, especialmente por su catolicismo en el segundo sentido, por lo que el concepto de autonomía indígena podría entenderse más bien con los lacandones, curiosamente los únicos a los que el discurso de Marcos no toma en cuenta en este aspecto. Por último, en enero de 1999 publiqué en el suplemento de El Ángel el texto "Apocalypse now", donde hago una seria mención de los crímenes zapatistas. Como el silencio rodeó este artículo, produje en abril de ese año el documental La cara oculta del zapatismo, grabado en las Cañadas, Los Altos y la Selva norte, dando voz a los indígenas adversarios del ezln y documentando graves crímenes, algunos de ellos espeluznantes, cometidos por la gente de Marcos. Aunque se reconoció la calidad de este documental, ninguna televisora quiso exhibirlo para no herir la susceptibilidad de la mayoría de intelectuales que apoyan al zapatismo. Además, tampoco el gobierno está interesado en moverle al asunto. Mi tesis es que, al contrario de Sendero Luminoso, que atacaba también en las ciudades, el ezln ha ejercido coacción y asesinatos sólo contra otros indígenas pobres, lo que le permite mantener íntegro su prestigio en una sociedad tan clasista como la nuestra.
     El problema de Chiapas tiene varios ingredientes. Los intelectuales que quieren reducirlo a un conflicto entre indígenas pobres y buenos y el gobierno malo, no aportan mucho para desentrañar la complejidad del problema; se trata de propaganda o de tontería, como en el caso de Jorge Volpi, quien debe demostrar que los críticos del ezln somos lamesuelas o, en aras de la honradez intelectual que elogia sin practicar, retirar su dicho. –

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