"Singuin in da pinche rein"
Luis Humberto Crosthwaite, Estrella de la calle
Sexta, Tusquets, México, 2000.
En su novela Al sur de la frontera, al oeste del sol Haruki Murakami narra la historia de una pareja destinada a recordar su imposible amor de infancia cada vez que escuchen "South of the Border", de Nat King Cole. Cuando el protagonista sale de la adolescencia, descubre que el reino prometido por la melodía "sólo era México". El título no aludía a una región de hechizo, el refugio que la imaginación concede a los amores condenados, sino a una realidad de peligro y arrabales al sur de la frontera norteamericana. Para recuperar el sentido del misterio y el hondo romanticismo que intuyeron en la voz de Nat King Cole, los personajes de Murakami deberían leer Estrella de la calle Sexta del gran mitógrafo de Tijuana, Luis Humberto Crosthwaite.
En tres relatos que dependen más de las atmósferas que de las tramas, Crosthwaite recupera el mayor laboratorio social de la posmodernidad; como un Ovidio hip-hop, reparte remedios de amor y frases sincopadas. Su imaginación rehúye el folclorismo y el drama obvio de su entorno. La Tijuana de sus páginas no es un parque temático para yanquis en celo, el escenario del magnicidio en Lomas Taurinas o el bastión de los medicamentos que se venden sin receta. Aunque el enclave fronterizo se convierte en protagonista absoluto de sus relatos, el narrador resiste el asedio de los temas "noticiosos" con nervios de piloto de Fórmula 1. La frontera más cruzada del mundo, principal vivero de la cultura híbrida en Mexamérica, ofrece suficientes pintoresquismos para colmar los archivos de la antropología pop. De los Bart Simpson de yeso que se venden en las garitas a las complejas formas que la seducción adopta en la calle Coahuila, Tijuana es la Janis Joplin de las ciudades, siempre entre la pasión y el accidente. Sin embargo, a Crosthwaite no le interesan los calvarios fáciles ni las superproducciones efectistas; no describe una Disneylandia XXX ni repite las denuncias del periodismo a propósito de la narcocultura o los abusos de la migra. Con detalles minuciosamente reales, construye un símbolo, una Tijuana de la mente, universal y duradera.
Leer a Crosthwaite es un acto migratorio, un traslado sin visa ni pasaporte entre el fuego cruzado de sus idiomas. Miembro de la Real Academia del Spanglish, recrea el edén donde el país comienza y los hombres inventan la lengua con fervor adánico. En ese territorio, los coches se vuelven "ranflas" y la policía es "la placa", el espíritu habla por la raza en frecuencias moduladas, los puntos y las comas se convierten en instrumentos de percusión, las canciones adquieren valor evangélico y los mensajes foráneos son bienvenidos, con tal de que no traigan ondas extraterrestres: "que no me lance rollos alienígenas porque no sé cómo voy a responder", dice su personaje más confesional.
Crosthwaite sabe que la experiencia fronteriza es portátil. En su mapa de las identidades cruzadas, se ocupa por igual de un gringo en busca de una perdición de fin de semana que del más recalcitrante de los cholos. Estrella de la calle Sexta hace de las mezclas ilícitas un recurso de estilo. En sus páginas, el lenguaje siempre trae contrabando en la cajuela.
El sociólogo deseoso de encontrar "informantes" puede ponerse los audífonos para distinguir un nuevo esperanto en la rica oralidad de Crosthwaite. Sin embargo, los logros lingüísticos de Estrella de la calle Sexta rebasan con mucho la tarea documental. Los batos de Crosthwaite descienden de los campesinos de Rulfo y comparten su áspera elocuencia. No estamos ante un espejo indiferente del habla, sino ante un consumado artificio; el autor ecualiza el lenguaje coloquial en su consola y lo transforma en una rigurosa forma del estruendo.
Según advierte Néstor García Canclini en La globalización imaginada, la Aldea Global no se articula a través de la comunicación sino de los malentendidos. En las fronteras, los choques culturales rebasan con creces a los intercambios. Tijuana no se ha salvado de estos desencuentros: "En vista de la cantidad de películas, relatos periodísticos y la posible filmación de una telenovela basada en los aspectos escandalosos de Tijuana escribe García Canclini, el Ayuntamiento conservador de esta ciudad consiguió en agosto de 1997 del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial el registro del 'buen nombre de la ciudad' para protegerlo de quienes deseen usarlo en 'publicidad y negocios, difusión de material publicitario, folletos, prospectos impresos, muestras, películas, novelas, videograbaciones y documentales'. No es difícil imaginar los trastornos que hubieran sufrido con políticas semejantes escritores como Shakespeare por situar sus crímenes en Dinamarca". A diferencia de los políticos que buscan convertir a la ciudad en una reserva protegida o un producto con denominación de origen, Crosthwaite sabe que el prestigio tijuanense es indestructible. No se solaza en el tremendismo de suponer que ahí las ametralladoras AK-47 pertenecen a la utilería doméstica ni se consuela con la discreta recompensa de recordar que en ese imperio se inventó la ensalada César. Su mirada evita los extremos del investigador paranoico que cree descubrir una fosa común en cada breñal y del patriotero que elogia la mejor comida china fuera de la ruta de Marco Polo. Lejos de las complacencias fáciles, escoge los claroscuros, recorre las noches largas en que los cholos queman llantas, levanta inventario de las muchas variantes que asume la violencia, del abuso policiaco a los pandilleros que anhelan la barba partida de Kirk Douglas, el cadenero que en el cine fue Espartaco. La belleza es para Crosthwaite un afilado efecto de contraste. En una saga del polvo y la basura encuentra la motivación de su poesía. Atento a las imágenes cargadas de melancolía, colecciona crepúsculos en sus lentes oscuros. Uno de sus personajes se planta en una esquina sin gloria. Es sábado y él se entretiene "mirando pasar las beibis". Ante la mirada ávida del testigo, el paraje se convierte en un sitio donde ocurren odiseas de distintos formatos. Crosthwaite parte de lo mínimo por ejemplo, la etiqueta de la cerveza Tecate, donde se recorta el cerro Cuchumá y lo transforma en un emblema heráldico, un campo historiado por la leyenda. Esta búsqueda de lo inmenso en lo nimio lo lleva a una curiosa astronomía: persigue soles en antros donde se sirve alcohol adulterado y pregunta en estado de big-bang emocional: "¿Dónde está Laurita, por cuál vía láctea, por cuál callejón? ¿A poco supernova y foréver adiós? Pinchestúpido Copérnico, ¿por qué no me dijiste?"
El ojo del narrador, para detectar ángeles y cuchilleros, se concentra en un personaje impar, el Saico, criminal a punto de redimirse o reincidir, artista de la madriza, sentimental incurable que oye a los Platters y guarda bajo su cama una caja con tres burdos recuerdos. Criaturas fronterizas, los habitantes de La calle Sexta son contradictorios, caprichosos, memorables. En sus escenarios, la caída y la recompensa cambian de signo: un infierno con vista al mar, una arcadia que se inunda.
Estrella de la calle Sexta es el primer libro que Crosthwaite publica fuera del circuito marginal. En 1988 debutó con un clásico del cuento en spanglish, Marcela y el rey al fin juntos (Boldó i Climent), en 1993 presentó su asamblea de microtextos No quiero escribir no quiero (Ediciones del H. Ayuntamiento de Toluca), donde se ocupó con humor vindicativo del drama de escribir desde la periferia, y en 1994 celebró el Tratado de Libre Comercio con la novela La luna siempre será un amor difícil (Editorial Corunda), que narra el viaje de un soldado de fortuna español a los parajes de la nueva conquista: las maquiladoras. Estos libros admirables circularon como si el propio autor los llevara por la república en una pick-up. Convencido de que la cultura es, si no un martirologio, al menos un acto de resistencia, Crosthwaite fundó su propia editorial, Yoremito, para apoyar a los rapsodas fronterizos, y se interesó en discursos heterodoxos (adaptó El complot mongol en cómic y abrió una garita en Internet con "Instrucciones para cruzar la frontera"). Estrella de la calle Sexta es el logro indiscutible de un bateador cuyo porcentaje no baja de .300, pero también y sobre todo, el anuncio de lo que puede hacer en las grandes ligas. El libro sirve de "cháiser" iniciático, el venturoso anticipo de una biblioteca que está por escribirse.
Los amantes de Murakami se decepcionaron al averiguar que el mítico sur de la frontera era un país real. No sabían que al cruzar la línea, comenzaba el territorio de Luis Humberto Crosthwaite, donde los románticos lanzan su última baraja, los místicos se saben protegidos por un hojalatero en el cielo, las beibis simplemente son las beibis, los solitarios caminan entre los charcos dejados por la lluvia y el aceite de alto octanaje y una voz cruza la noche, "singuin in da pinche rein". –
es narrador, ensayista y dramaturgo. Su libro más reciente es El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México (Almadía/El Colegio Nacional, 2018).