Leo “El último baluarte de la cordura” y tengo la impresión de estar sentado en una cafetería, cerca del Trocadero, frente a Danilo, que me habla con su voz áspera y poderosa. Entre todos los escritores de mi generación que vivían en París durante los años ochenta, tal vez era el más grande. El más grande y el menos visible. La diosa llamada Actualidad no tenía ninguna razón de apuntar los reflectores sobre él. “Yo no soy un disidente”, escribe. Y tampoco era un emigrado. Viajaba libremente entre Yugoslavia y Francia. Entonces, para la Diosa Actualidad, Danilo no tenía nada interesante. Un “escritor bastardo, que llegó de la nada”, que arribó de un país que en Londres o París se tarda en encontrar en el mapa geográfico. Porque “el mundo de los judíos de Europa Central es un mundo desaparecido […] situado en el campo de una realidad no real”. Sin embargo, este “mundo desaparecido”, desconocido, de Europa Central (y, en particular, de Yugoslavia), había sido, en el espacio de su vida, entre 1935 y 1989, el centro del drama europeo, el lugar de su máxima concentración: una larga guerra contra los nazis (una guerra verdadera, no una “resistencia”); el Holocausto (que había afectado sobre todo a los judíos de Europa Central); la revolución comunista; el Terror; la revuelta contra el estalinismo; la conflictiva cercanía de dos civilizaciones, la de Europa Oriental y la de Europa Occidental. Todos los libros de Kis están impregnados de este inmenso drama histórico. Claro, muchos otros escritores han dejado testimonios valiosos de ello. Pero Kis ha sido el único que ha sabido transformar este drama en gran poesía, el único que, obsesionado por la política, nunca ha sacrificado a los clichés de la política una sola frase de sus novelas. “Por un lado Orwell, por el otro el maestro Nabokov”, todavía escribe. No tenía nada en contra de las ideas de Orwell, pero ¿cómo podía amar 1984, una novela en la cual este gran acusador del totalitarismo reduce toda su vida a la mera dimensión política, exactamente como han hecho todos los Mao Zedong del mundo? Danilo sabía que “un bonito soneto de amor es un empedrado en el pantano de los lenguajes estereotipados. Una pequeña isla donde se puede poner pie”. Contra el mundo ideologizado y uniformado, buscaba ayuda en el lenguaje cómico, exuberante, extravagante de Rabelais. “Lamentablemente […] esta tonalidad mayor de la literatura francesa, que empezó con Villon, ha desaparecido”. ¡”La tonalidad mayor de la literatura francesa”! ¡Qué bien lo dijo! Francia, antes de conocerla, era para él (como lo es para mí) sobre todo la nación de Rabelais, la nación de la imaginación, el país donde los surrealistas habían “abundantemente hurgado en el subconsciente, en los sueños”. De seguro no aquel en donde luego los surrealistas se cuadraron y se pusieron a cantar en coro el canto de la libertad. Cuando entendió que se había equivocado, se volvió aún más fiel a Rabelais, a la imaginación, a los surrealistas, quienes habían “abundantemente hurgado en el subconsciente, en los sueños”. Frente al universo de la política, Danilo siguió siendo siempre obstinada y violentamente un poeta. Por eso, ha sabido captar, dentro del drama histórico que lo obsesionaba, lo más doloroso que había: los destinos hundidos desde el principio en el olvido; la tristeza de las tragedias silenciosas; el amor angustioso para las personas sin nombre ni tumba. Me refiero al personaje más intenso de sus libros, a su padre muerto en un campo de concentración. El hombre al cual Danilo era tan apegado como a nadie más y a quien había perdido de niño, conservando de él sólo unos recuerdos, apenas comprensibles. Cincuenta años después de los horrores de la Historia (nazismo, estalinismo), oigo hablar por doquier del deber moral de no olvidar. ¿Pero, de qué memoria estamos hablando? ¿De aquella de procuradores y de jueces? ¿De aquella que transforma la historiografía en “criminografía”? ¿O de aquella otra memoria que conserva la esencia humana del pasado? ¿Aquella del arte, de las novelas, de la poesía? Pobre humanidad que quiere convertir a Eichmann en inmortal y está lista para olvidar a Danilo Kis. –© Milan Kundera
Milan Kundera (1929-2023) fue un novelista, escritor de cuentos cortos, dramaturgo, ensayista y poeta checo. Desde 1975 residió con su esposa en Francia, cuya ciudadanía adquirió en 1987. Su orba más conocida es La insoportable levedad del ser.