Uno de los grandes problemas de refutar una opinión falsa y manipuladora es precisamente tener que refutarla. Uno puede no solo caer en una tautología, sino caer en la trampa de quien manipula y resultar incluso sospechoso: si tienes que decir que España es una democracia, ¿eso no demuestra de algún modo que no lo es del todo? ¿Por qué decir lo obvio?
En la sesión de investidura de Mariano Rajoy, el candidato a la presidencia defendió que España es una democracia con un Estado de Derecho. A pesar de la experiencia de Rajoy con las tautologías, para el espectador que no hubiera visto las intervenciones previas el mensaje podía resultar extraño. Era, sin embargo, la defensa de lo obvio ante una acusación insostenible. Varios parlamentarios de Podemos cuestionaron la legitimidad democrática de la investidura y hablaron de “golpe” parlamentario. Usaron varios golpes de efecto retóricos: “golpe de régimen”, “motín oligárquico”, “golpe palaciego”, “abstencionazo”.
Son acusaciones falsas, no solo discutibles. En la propia libertad de los diputados de Podemos de abandonar la sala (tras unas declaraciones falsas y manipuladoras de Rafael Hernando), y de acusar de golpistas a más de 250 diputados, está la respuesta a sus acusaciones. Llamar a todo “golpe de Estado” o “dictadura” nos deja sin palabras ante un verdadero golpe de Estado o dictadura.
En muchas ocasiones, la izquierda más emocional, la que más basa su discurso en lo afectivo y simbólico, cae en el error de despreciar el matiz. El matiz es cesión, es, para los más radicales, reformismo y no revolución. En la batalla simbólica y conceptual el matiz es moderación, capitulación, aburguesamiento, ¡socialdemocracia! Criticar legítimamente un gobierno no es suficiente: es preciso criticar el régimen que lo transige, el sistema que lo permite.
Muchas veces, en esa lucha contra el matiz, la izquierda olvida el verdadero progreso. Ocurre cuando se habla de mejoras sustanciales pero no absolutas. Desprecia los avances graduales por ser graduales, y acusa a quienes se congratulan con el progreso con minúsculas de despreciar el Progreso con mayúsculas. La lógica es retorcida, por irrefutable: comparan una mejora relativa en el presente con una potencial mejora absoluta en el futuro.
Decir que una situación ha mejorado no es lo mismo que afirmar que estamos en la mejor situación posible. Afirmar que estamos mejor que hace veinte años no significa que hayamos llegado al fin de la historia, ni que estemos, en términos absolutos, completamente bien. Significa, simplemente, que estamos mejor que hace veinte años. No es una capitulación ante la realidad, no es una relajación. Es legítimo considerar que no es suficiente. Para alguien progresista la mejora, de hecho, nunca es suficiente.
Considerar que el país ha empeorado en algunas cosas bajo el gobierno de Rajoy, y que tardará años en recuperarse, no es lo mismo que considerar que el franquismo ha vuelto, como algunos líderes de Unidos Podemos sugieren. Hay una enorme distancia entre considerar que Rajoy es un líder indeseable, inepto, corrupto, y que es preciso hacer todo lo posible para derrotarlo en las urnas y el parlamento, y la consideración de que su investidura es un acto ilegítimo y antidemocrático.
Cuando Unidos Podemos impugna radicalmente el sistema que lo ha llevado al parlamento, no solo desprecia a los cinco millones de personas que los votaron, sino que favorece a un Partido Popular que se siente a gusto en un clima de crispación y polarización. No es algo inintencionado. Ese mismo clima favorece a Podemos, cuyo concepto del parlamentarismo y la democracia es la confrontación constante. Ante la falta de matices y las falsedades grandilocuentes de Podemos, Rajoy, el gran experto en tautologías, se defiende con obviedades.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).