La capacidad de sorprenderse

Muchos progresistas se han sorprendido ante las victorias del Brexit y Trump porque consideran que determinados valores, como la pluralidad o la igualdad, están garantizados.
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Las victorias de Trump y el Brexit han demostrado que conservamos la capacidad de sorprendernos. Salvo los cínicos o algunos adivinos, como Michael Moore (que no tenían información privilegiada ni adivinaron nada, sino que apostaron y acertaron), el mundo entero no esperaba la victoria de Trump ni la de los leavers. Muchos se basaban en encuestas, en análisis electorales y estratégicos e históricos para demostrar que era muy difícil, casi imposible. Otros, en cambio, confiaban, no sin algo de escepticismo y cautela, en la racionalidad del votante e incluso en cierta bondad intrínseca humana: no podrán hacerlo, acabarán razonando y cambiando de opinión.

La democracia no es un sistema que garantiza siempre el mejor resultado. Lo único que garantiza la democracia es que son los ciudadanos quienes deciden. Para la lógica de la democracia, acertar no es la prioridad. En cierto modo, es una ficción que hay que creerse para evitar otros sistemas peores. Requiere de idealismo e incluso de algo de ingenuidad.

La frustración tras las victorias del Brexit y de Trump es comprensible. Estamos acostumbrados a pensar que la victoria de nuestro oponente político es el fin del mundo, y a considerar que no solo es indeseable sino ilegítima. En España, miles de manifestantes salieron a la calle para protestar contra la investidura de Mariano Rajoy, que consideraron antidemocrática. En el caso de Trump, es muy difícil no caer en esa lógica: Trump está en contra de algunos valores que para muchos occidentales son innegociables. En el caso británico, el Brexit supone la victoria de una pequeña Inglaterra cerrada sobre sí misma, y en muchos aspectos se contradice con la realidad demográfica actual.  

Muchos progresistas se han sorprendido ante las victorias del Brexit y Trump porque consideran que determinados valores, como la pluralidad, la diversidad, la igualdad racial y de género, están garantizados. Aunque no lo estén del todo, creerlo favorece que se cumplan. Es importante conservar la capacidad de sorprenderse ante lo indeseable. Es una cura contra el cinismo y el nihilismo, y una manera de no caer en el desencanto que ha motivado la aparición de populistas: los votantes de Trump y el Brexit no estaban politizados, sino cansados, y votaron para reflejar esa fatiga democrática.

Una crítica común a quienes no vieron venir las victorias de Trump y el Brexit es que viven en una burbuja progresista. Un segmento de Saturday Night Live bromeaba con que Brooklyn era un ejemplo de burbuja, una especie de cámara de eco real donde solo se repiten los valores en los que crees, que son en realidad minoritarios. Hay que salir de la burbuja, pero no para caer en el cinismo (y es fácil caer en él si fuera de la burbuja hay gente que vota a racistas y a misóginos). Cierto idealismo y una actitud naíf me parecen deseables y una manera de aspirar a una democracia mejor. Esto no significa que haya que convertirse en alguien completamente ingenuo. Quizá la solución es esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor.

La capacidad de sorprenderse implica que todavía hay esperanza, y es una idea aspiracional de la democracia: todos, tarde o temprano, actuaremos de manera racional. No es una postura muy alejada del liberalismo, que, aunque cauteloso y consciente de los límites, no reniega de un punto de idealismo: el hombre no es completamente autónomo, pero aspira a serlo, y la política ha de actuar como si lo fuera. Por eso considerar que el votante de Trump carga con cierta culpa de lo que el presidente haga (si es que llega a hacer todo lo horrible que prometió) es una forma de respeto democrático: el votante quizá no vota con responsabilidad, pero ha de ser responsable de lo que votó.

Como dice Manuel Arias Maldonado, autor de La democracia sentimental, “sabemos que estamos sometidos a influencias de muchos tipos y por eso tenemos que esforzarnos en ser individuos. Y ese es el proyecto inacabado de la humanidad, inacabado por definición. Cuando el liberalismo dice: eres autónomo, no reconoce una realidad, sino que está empujando a crearla”.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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