“Vivimos en tiempos de falsa tranquilidad”. Entrevista con Iván Repila

Prólogo para una guerra (Seix Barral), de Iván Repila, es una metáfora del fracasado sueño europeo.
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Un arquitecto obligado a buscar la perfección y la innovación urbanística. Un hombre, el Mudo, que ha hecho del silencio un modo de oposición hacia un mundo que ni comprende ni comparte. Y una mujer, Oona, que un día desaparece en una huida hacia adelante. Estos tres personajes de Prólogo para una guerra (Seix Barral), de Iván Repila, funcionan como una metáfora de la Europa actual. El mito neocapitalista de la innovación y del bienestar; la violencia constantemente sofocada por un poder estatal que busca mantener el orden; la arquitectura y el urbanismo sirven a Repila para mostrar el fracasado sueño de Europa, proponiendo como tesis la necesidad de la actuación y de la ocupación de aquellos espacios de poder arrebatados.

 

El título de la novela es Prólogo para una guerra, sin embargo, como dice Sánchez Ferlosio, y como tú mismo evocas en las últimas páginas, parece ser que la guerra ya está aquí.

Mi favorito de los Sánchez Ferlosio siempre fue Chicho, el díscolo, que en A contratiempo cantaba: “el mundo que vais a hacer, mas os valiera no verlo”. En la lectura estrictamente narrativa de la novela es cierto que Emil invoca la guerra como algo inevitable, pero el Mudo refuta esa idea con su actuación. En términos más amplios, el título es sobre todo intuitivo: creo que estamos acercándonos a un precipicio, todos nosotros, y la novela incide en ese planteamiento metafórico, más allá de los límites del texto.

Si en El niño que robó el caballo de Atila, dos hermanos atrapados en las profundidades de una cueva parecían descubrir la falsedad del mundo exterior, ¿podemos decir que en Prólogo para una guerra esa falsedad ha adquirido un carácter de simulacro, que se expresa a través de la arquitectura y el urbanismo?

En El niño yo no pretendía mostrar esa falsedad, aunque todas las lecturas son valiosas y correctas, sino otros lugares propios de estos tiempos: la crueldad, la injusticia y la desigualdad. Creo que el “mundo exterior”, como lo expresas, tiene más de trampa que de simulacro, porque el simulacro es, a fin de cuentas, fantasía, ficción, falsificación. Las tesis y denuncias que presento en Prólogo, a mi juicio, son perfectamente tangibles, reales, y acaso el simulacro sea, en todo caso, el sueño de construir un lugar mejor del que nos vendieron. A la vista está que quienes disponen de las herramientas para hacerlo no creían en él.  

La arquitectura urbana, como dice tu personaje Emil Zarco, se ha convertido en una farsa, en la búsqueda continua de una perfección. ¿La ciudad es la puesta en escena de una realidad simulada de la que se expulsa aquello que no conviene mostrar?

Efectivamente, creo que corresponde a esta época una intención clarísima de esconder aquello que elegimos no ver y su correspondiente reclamación, es decir, la protesta airada contra ese sueño plácido que ofrece la invisibilidad. Podría poner muchos ejemplos actuales: las repercusiones de la pobreza energética, los cientos de miles de niños sirios durmiendo en tiendas de campaña con temperaturas bajo cero, el incremento de grupos de extrema derecha… Occidente responde, sin embargo, con ficciones evasivas y retrógradas como La La Land. Fantástico. Que me arranquen los ojos. Creo que los espacios urbanos, donde se cuece y se gestiona, a fin de cuentas, el destino de la mayor parte de las civilizaciones, son más un síntoma de ideas y posiciones sociopolíticas que un motor, y desde luego anteriores al hecho urbanístico en sí mismo.

En este sentido y parafraseando a Lefebvre, ¿se nos ha arrebatado el derecho a la ciudad?

Lefrebvre es tremendamente ambicioso y mis conocimientos de su teoría son limitados. Me interesa de él, más que nada, su reivindicación del imaginario como medio de construcción de un espacio propio, y en este sentido, antes que hablar del derecho a la ciudad como algo que se nos ha arrebatado, hablaría del derecho al caos. Vivimos en tiempos de falsa tranquilidad, y echo de menos esa falta de templanza de los románticos, esa emoción primigenia, atávica, que también nos define.

En tu novela, el caminar se vuelve una forma de transgresión. Desde la tradición baudeleriana del flâneur hasta las teorías de Rebecca Solnit, ¿cuánto hay en tu novela de la tradición del habitar como forma de subversión al poder?

Poco hay del flâneur en el Mudo y en Oona, de eso no tengo dudas, que son los dos personajes más “paseantes” de la novela. Creo que no basta habitar el espacio para rebelarse, y este planteamiento es capital en el texto, porque llegado el clímax defiendo que es necesario intervenir. Ya está bien de ser observadores y comentaristas: hay que acercarse y roer el hueso. Oona, por su parte, decide borrarse porque su capacidad de intervención es limitada y luego inexistente; El Mudo, sin embargo, motivado por la fuerza de Hache, toma partido. Frente a la idea de habitar, mi propuesta es la de ocupar, y de hecho así lo expreso como título de la última parte de la novela. Son conceptos distintos.

¿Por qué utilizar la metáfora urbana/arquitectónica para evocar la destrucción de todos los ideales que sustentaron Europa tras la Segunda Guerra Mundial?

La construcción de un lugar inhabitable es una metáfora fácil de entender, muy adecuada para mis intenciones y deja poco espacio para interpretaciones marginales. Europa continúa latiendo, no cabe duda y basta con mirar a nuestro alrededor; pero el sueño de Europa se está haciendo pedazos.

La idea de una ciudad/sociedad divida por clases subyace en el mapa arquitectónico de su protagonista y subyace la idea de una sociedad de clases que no observa a aquellos que están más allá de los límites de su círculo

La sociedad contemporánea no somos tú y yo, y es importante recordarlo. Somos una anomalía, una casta de privilegiados con títulos universitarios y acceso a internet que manejan con solvencia smartphones y están al corriente de cualquier noticia política o cultural. A veces se nos olvida que somos apenas una parte ridícula de un todo que engloba a muchos millones de personas sometidas a circunstancias vitales insoportables, a la pobreza, a la batalla entre educarse y llevar dinero a casa, al qué hacer cuando la enfermedad te neutraliza. Este precariado es inmenso, incontable, y no existe como sustrato, sino como realidad. La elección ha sido, hasta la fecha, dejarlo secar, que se pudra, como la mala hierba.

En este sentido, ¿esta ciudad que separa en nombre de la protección y la seguridad no es aquella que la clase media ha siempre querido?

Disculpa que sonría, pero la clase media, a día de hoy, lo ha querido todo. Lo hemos querido todo. Siempre en función, eso sí, del momento histórico y la bandera bajo la que nos abrigábamos. La “separación” que mencionas no es una estrategia que mire hacia el futuro, sino al presente y de forma exclusiva, y no contempla, obviamente, conceptos tan necesarios para el desarrollo de una cultura democrática como la integración y la educación. Es a partir de estos que podremos construir espacios de tolerancia y de respeto, y evitar, en el futuro, carencias que nos lleven a la destrucción.

Escribes: “Es el entorno lo que es incapacitante, y no el individuo el que está incapacitado”. Sin embargo, ¿ese entorno no termina por definirnos y así terminamos por ser tan incapacitantes como nuestro entorno?

Las citas que abren cada parte de la novela no son mías, sino de arquitectos o de personajes vinculados al mundo de la arquitectura. Las dos primeras son muy conocidas y quise desvincularlas de su autor, en coherencia con una de las tesis del libro, para que el lector curioso las investigara. Creo que me planteas una pregunta trampa, sin respuesta. En tanto que seres humanos, llevamos siglos tratando de pulverizar esa simetría, de reivindicarnos como autónomos y libres. Somos una mutación, en todos los sentidos.

Al final, se dice que “decir es sublevarme”, sin embargo, creas al personaje del Mudo, que ha decidido no hablar. ¿El silencio como forma de sublevación o como vía de escape?

El silencio como oposición al ruido del mundo. Mis personajes contraponen distintas posturas, distintas reacciones, en función de sus necesidades y de sus dolencias. Fíjate que quien afirma eso no soy yo, sino Emil, en el poema que cierra la novela. La suya es una de tantas voces posibles.

La idea de escapar gravita a lo largo de la novela: Oona se va para no volver, el Mudo huye de todo a través del silencio y la soledad, Emil trata de huir a través de una arquitectura autodestructiva… ¿Qué implica este huir, una forma de evasión o una voluntad de refundación?

No es lo mismo huir, que huir hacia delante. No es lo mismo ser sujeto activo que sujeto pasivo. La evasión es un recurso temporal, un paréntesis en el discurso interminable del mundo. Diría que ninguna de las dos, porque no veo en qué medida se pueda refundar nada a través de una huida. Mis personajes reaccionan, con mayor o menor acierto, a un obstáculo para el que no tienen manuales, y cada uno propone una rebeldía distinta, singular. No he tratado de resumir todas las desobediencias posibles, pero sí las que siento más cercanas.

En este Prólogo para una guerra hay un postfacio, el de una victoria, ese “vencimos” final. En este sentido, ¿hay alternativa?

Las palabras de Emil en el Cuaderno Rojo que cierra el libro son coherentes con el personaje de Emil. El plural que usa, por tanto, es terriblemente significativo. Desde luego que, para mí, existe una alternativa: reprimir la inercia histórica del siglo XX, ahogada en conceptos como victoria y derrota, y construir un espacio nuevo, todavía sin verbalizar, que defina lo que está por venir.

Prólogo para una guerra es la historia de una sociedad en conflicto. ¿Temes que, como autor vasco, se lea tu novela también en clave del tema del terrorismo en el País Vasco?

De ninguna manera. Si quisiera escribir específicamente sobre el terrorismo de ETA y todo lo que lo rodea, mis claves serían mucho más evidentes.

Tu narrativa es una narrativa del fragmento, que no acaso ha definido gran parte de la literatura que ha ensayado acerca de la ciudad.

Creo que no soy la persona adecuada para responder a esta pregunta. Mis tres novelas, aunque existiendo entre ellas enormes diferencias, tienen puntos de estilo y de estructura en común, y solamente esta última incide de manera determinante en la idea de ciudad. Hace cuatro años me incluyeron en la corriente neorruralista. Supongo que esta novela me deja fuera.

Dices que te sitúas entre Camus y Larrea, ¿compromiso político y vanguardia? O, dicho de otra manera, ¿busca romper el binomio entre novela político-social y el realismo?

Creo que es imposible un espacio equidistante entre esos dos autores, a mi juicio. Más que situarme entre ellos, diría que son mis referentes: Larrea como poeta, género que ha capitalizado mis lecturas durante toda mi vida, y Camus como narrador puro, el que me descubrió hasta qué punto, siendo yo muy joven, un texto podía decir muchas cosas más allá de la historia que me estaba contando. Son referencias personales. Honestamente, por mi forma de ser y por mi universo de lecturas, no creo que exista tal binomio: la ciencia ficción ha hecho más por la novela sociopolítica que casi todas las novelas realistas juntas.

Decía, a propósito, Larrea: “El surtidor de alma donde tu esperanza se abate es solo una hipótesis falsa, aunque bonita”. Me parecía que este verso tiene bastante que ver con tus dos novelas

Te respondería que “bajo la parra que sombrea el umbral del grande olvido/ vivir resulta el racimo imposible de alcanzar”. También está en mis novelas. Larrea escribió el libro que más me ha conmocionado nunca, Versión Celeste. No sé si seré capaz, algún día, de abarcarlo.

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