Pañales, cepillos de dientes y una silla de ruedas. Apuntes desde Arizona (2)

Intentó brincarse la barda de tres metros de altura que divide a los dos países. De un lado, subió con una escalera; del otro, bajaría con una cuerda.
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“¿Qué traes ahí?”, pregunta el agente de Repatriación Humana a uno de los jóvenes que viene bajando del camión de la Patrulla Fronteriza. Lleva dos cajas junto con una mochila de tela de camuflaje. A su lado, su hermano carga otras dos cajas.

“Son pañales que le llevo allá a mi hermana, que acaba de tener un bebé”, dice el joven, volteando hacia atrás, hacia Estados Unidos.

“Le llevabas”, dice el de Repatriación.

“Le llevo”, le contesta. 

Un hombre de 31 años se sube a una silla de ruedas marcada con la palabra “niños”. Vestido de negro, con el pantalón cortado y una pierna enyesada, lo trasladan de la silla de la Patrulla Fronteriza a la del Instituto Nacional de Migración. Acaba de salir del hospital, en donde tuvieron que operarlo y colocarle clavos en un tobillo fracturado. Enseña sus radiografías con cierto orgullo, las manos quemadas. Intentó brincarse la barda de tres metros de altura que divide a los dos países. De un lado, subió con una escalera; del otro, bajaría con una cuerda. El sudor de las manos lo traicionó y cayó sobre una piedra. Tendrá que esperar al menos tres meses para poder volver a caminar e intentar regresar a su vida de delivery boy en Nueva York. En México no le queda nada. Había regresado para ayudar a su mamá enferma.

 

 

La oficina de Repatriación Humana les ofrece un documento que les permite entrar a un comedor gratuito y a un albergue por tres días, hacer una llamada y obtener un descuento para un camión, siempre y cuando sea en dirección hacia el sur.

“¿Y dónde puedo conseguir un cepillo de dientes?”, pregunta un hombre al terminar el desayuno en el comedor para migrantes. En el albergue de Iniciativa Kino hay ropa y zapatos que han recibido como donativos. Los Grupos Beta les ofrecen regaderas, cepillos de dientes; y la Cruz Roja les da atención médica. Algunas compañías de autobuses incluyen regaderas y comidas con el precio del boleto.

 

 

Nadie les dice qué hacer, pero todos estos grupos esperan que después de un descanso, una buena comida y una charla con grupos de apoyo, incluyendo los Grupos Beta, los migrantes puedan tomar la mejor decisión. La SEGOB y organizaciones como MATT ofrecen programas para apoyar en la búsqueda de empleo y la certificación de competencias a quienes decidan regresarse a México. “Para serte sincero, muy pocos están pensando en eso cuando acaban de regresar; muy pocos se acercan”, explica el representante de MATT.

En la capilla del albergue Juan Bosco, en donde una familia sonorense lleva más de veinte años donando sus recursos y su tiempo para apoyar a cientos de migrantes todos los días, los recién llegados se sientan a reflexionar, o a ver la novela en una televisión que está prendida dentro del mismo espacio.

Dos jóvenes miran al frente con determinación. Abrazan fuerte sus cajas de pañales.

 

 

 

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es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.


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