Las innovaciones financieras pueden ser sutiles. Un grupo de empresarios, deseoso de ayudar a campesinos que necesitaban créditos y podían pagarlos, pero no obtenerlos, buscaba la salida entre la miopía bancaria y la del fisco. Hacer préstamos personales o de sus empresas los hubiera metido en situaciones complicadas ante el fisco. Convencer a los bancos de que los hicieran parecía imposible. Había que cumplir todas las reglas.
Como solución, inventaron un club de avales. Documentaron ante un banco su capacidad de pago y avalaron los créditos, fijando el riesgo que cada uno estaba dispuesto a suscribir, en caso de que fallara un grupo campesino. Digamos, unos hasta $50,000, otros hasta $100,000. El crédito fluyó. Los campesinos resultaron muy buenas pagas y casi nunca hubo que hacer valer los avales.
De ahí salió en 1963 la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural, encabezada por Lorenzo Servitje en el patronato y Arturo Espinoza Villanueva en la operación. Ha sido un éxito. Servitje es un empresario exitoso y ejemplar. Espinoza, un abogado que resultó antropólogo. Supo moverse en tres culturas muy distintas: la de los empresarios patrocinadores, la de los campesinos beneficiarios y la de los promotores en el campo, algunos venidos de vocaciones religiosas, políticas o guerrilleras, que habían optado por servir con ayudas concretas, al margen de las ideologías.
Alguna vez fui testigo de su modus operandi. No recuerdo en qué lugar lo abordaron unas campesinas que buscaban apoyo para iniciar un proyecto avícola. Las escuchó, les hizo preguntas, les pidió que lo pensaran bien y no se comprometió a nada. Me extrañó, y se lo dije. Me respondió: Parece un proyecto viable. Hemos apoyado proyectos semejantes y han salido bien. Pero tienen que volver a la carga y sacarme el crédito, para que el proyecto sea de ellas, no mío.
Cerca de Celaya visité un proyecto lechero. Un intermediario pasaba diariamente a recoger la leche que vendía a las fábricas de cajeta. Los productores pensaron que podían venderla directamente a mejor precio, si la concentraban en un tanque de refrigeración y la fábrica iba a recogerla. A pesar de contar con el aval de la Fundación, el banco insistía en que se juntaran con los de otro pueblo cercano, porque un tanque del doble de capacidad no costaba mucho más. Ellos se negaron alegando la facilidad de entenderse entre pocos. Y yo vi el tanque operando y la prosperidad local.
Es asombroso lo que se puede lograr con apoyos pequeños. ¿Por qué no fluyen más? Porque lo grande encandila, y se hace más volumen con pocas operaciones. Si se analizan los créditos por tamaño, siempre resulta que las grandes empresas y proyectos se llevan la mayor parte. Cuando hay fondos especiales para pequeñas y medianas empresas, la mayor parte es para las medianas. Hacen falta créditos microscópicos. Hacen falta canalizaciones no bloqueadas con los requisitos inventados para créditos grandes.
Sobre todo, hace falta que la moralina no apoye el bloqueo con buenas intenciones. Escribir, procesar y contabilizar un cheque de mil pesos cuesta lo mismo (administrativamente) que un cheque de un millón. Esto quiere decir que cuesta mil veces más, proporcionalmente. Los créditos microscópicos tienen que ser más caros, sin que las almas buenas pongan el grito en el cielo. Afortunadamente, los proyectos microscópicos son más productivos que los grandes y pueden pagar tasas de interés mayores.
Años después, en 1972, Fazle Hasan Abed fundó el Bangladesh Rural Advancement Committee (BRAC), de apoyo a los campesinos de pobreza extrema, con una aportación de capital en especie (gallinas, cabras, vacas) y una visita de asesoría semanal durante dos años, en la cual se deja además una pequeña cantidad para que vivan mejor. A partir del tercer año no reciben nada, siguen por su cuenta y, sin embargo, la mayor parte no recae en la pobreza extrema (The Economist, "Leaving it behind", 12 de diciembre 2015). Abed fue reconocido con el título de Sir por la reina Elizabeth.
Después, también en Bangladesh, Muhammad Yunus fundó el Grameen Bank en 1983, especializado en microcréditos, y en 2006 recibió el Nobel de la Paz.
México está en deuda con Arturo Espinoza Villanueva, que merece un premio nacional. También sería importante una larga entrevista en forma de libro o documental para difundir su experiencia y animar a otros a lanzarse al servicio público ciudadano.
(Reforma, 31 de enero de 2016)
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.