Bien, salgamos de la realidad. Salgamos de nuestras respectivas vidas. No es fácil: la realidad © ™ ® no admite que nadie se salga: se lo toma como una deserción, como una crítica o una disidencia grave, y lo penaliza. ¿Cuál es el castigo? No se sabe hasta que se vuelve, si es que se vuelve. Estas precauciones proceden de un manual antiguo y anónimo (baja fiabilidad); no hay datos recientes debido al siguiente punto.
Para salir de la realidad hay que acatar un requisito: apagar el móvil, celular, smartphone.
¿Por qué hay que apagar el móvil? Quizá porque es el núcleo de la realidad. Al menos ocho núcleos.
Si alguien apaga el móvil el mundo entero se conmociona: es una deserción, una fuga. Alguien que emprende ese camino está impugnando el universo. El móvil está actualizándose siempre, cada aplicación llama mil veces a su madre, cada programita que late en tu bolsillo depende de su nodriza, de los satélites y sus nubes. Si lo apagas, los datos se interrumpen y el mundo se resiente. Es extraño que todavía esté permitido apagar ese aparato (si es que se apaga en realidad). Es como desconectar el cerebro. Apagar del todo el móvil –si es posible– es una muerte paralela o anticipada. Pronto podría ser ilegal y empieza a ser sospechoso. Los que se jactan de no tener móvil están más conectados que nadie: porque el cerebro (que gira con el intestino) es el primer smartphone, un móvil natural, nido de apps vivientes, bacterias, virus, etc. El móvil recrea el intestino. La inteligencia artificial, igual que la natural, no sabe lo que hace.
nota: Si lees esto en el móvil o tablet ya no te puedes salir de la realidad. En ese caso puedes acompañarnos como testigo virtual, un avatar o un clon que, sin duda, será un espía de esa realidad de la que nos estamos yendo, ella siempre vigila a los disidentes. Por muy efímera, turística o experimental que pretenda ser la excursión, la realidad intentará impedirla. Si no se opone, no es la realidad; por ello conviene intentar salirse de ella alguna vez: es una forma de comprobar que no se vive en un mundo virtual (hay personas que salieron y no lo saben).
Por eso, para salirse de la realidad, hay que tener móvil, disfrutarlo, vibrar juntos, haberse simbiotizado con él, ser uno y trino, mecerse en el canto de sirena de las wifis, comprender y dejarse flotar en este flujo íntimo del alma con el mundo, los demás y sus redes infinitas. Hay que haber disfrutado y sufrido esa experiencia trivial y esencial, esa pululación de la identidad, para poder salirse y ascetizarse a fondo… lo que solo se consigue apagando el ecosistema móvil.
Vale. Hemos salido un poco de la realidad (me salgo o me echa: salirse presupone libre albedrío, ya muy cuestionado, así que es posible que esta evasión venga programada en las células, en la geología).
FAQ: ¿Puedo salir de la realidad sin apagar el móvil? La verdad es que no, aunque si insiste, puede venir como observador externo: será considerado un espía, agente infiltrado de la realidad, etc.
FAQ2: ¿Es posible que la realidad no quiera dejarnos ir? Pruebe a consultar a su familia: ¿Cuándo vuelves?, ¿con quién vas?, ¿cuánto te pagan? Pregunte al Estado: Hacienda no aumenta la cuota por salirse… todavía.
Otra cosa: para salir bien hace falta algún estímulo o aliciente extra: si es feliz y todo va ok no lo conseguirá: su cuerpo se resistirá a salir y si usted insiste el cuerpo se resfriará o activará cualquier excusa fisiológica irrebatible. Así que salir no es para todos, es un privilegio inverso, quizá el penúltimo.
Bien, vamos allá.
Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuh.
Salida al espacio interior. La desnudez impertérrita. En este tránsito, que solo se puede recorrer una vez per cápita (o siempre es diferente), todo sigue igual excepto que ya hemos declarado nuestro propósito y el universo de referencia (que aún nos contiene) está avisado y alerta. ¿Puede hacernos algo, retenernos, castigarnos? De momento no ha pasado nada. Lo lógico es que nos llegara un whatsapp, un email, un algo para disuadirnos del plan de fuga, ¡pero estamos off! Ese vértigo olvidado: nadie lo sabe.
Si esa realidad que hemos abandonado sigue existiendo, cuando queramos volver (si queremos), habrá cambiado: su tiempo/dinero habrá seguido corriendo. Y es posible que no podamos volver, como en El ángel exterminador, o que nos ametrallen (también como en esa película de Luis Buñuel, que en 1962 anticipó tantas matanzas).
Mientras dura la expedición no podemos saberlo: si pensamos en esas cosas es que no nos hemos ido: quizá salir es imposible y nos hemos quedado en la puerta del Castillo de Kafka, pero por dentro.
Vale, seguimos. A partir de ahora notará que si vuelve la cabeza, como la mujer de Lot, etc. La realidad se ha cerrado a su negra espalda del tiempo; es más incomprensible e impenetrable que hace un instante (si cabe).
Vale, ya estamos fuera. Qué fácil. Ánimo. Nueva libertad inédita. Canciones de negros a punto de ser baleados, gente que escapa de ráfagas de metralleta, gitanos, refugiados, fugitivos, mujeres asediadas… No se apure, esa franja hay que pasarla. Todos ellos han huido también mentalmente de sus realidades. Lo que para mí, que tengo yogures en la nevera (¡y nevera!) puede ser un capricho, mero turismo, malestar existencial, tensiones de tesorería, falta de ilusiones… para estas muchedumbres innumerables es hambre, amputaciones, sed, muerte, el limbo de la desesperación eterna. ¡Vaya! Está todo lleno. Para acceder a este espacio imaginario (Luis Buñuel dijo que la realidad, sin la imaginación, es la mitad de la realidad) en el que la realidad no existe, hay que estar realmente desesperado. En fin, otra vez será. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).