Entrevista a Karl Schlögel: “El consumismo en la URSS permitió que el sistema no se derrumbara antes”

El historiador alemán publica 'El siglo soviético', una amplia y heterodoxa historia de la vida privada en la URSS.
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En El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido, publicado por Galaxia Gutenberg, el historiador alemán Karl Schlögel ha escrito una obra peculiar y heterodoxa sobre la URSS. Es una historia de la vida privada de los ciudadanos soviéticos, de los productos que consumían y los objetos que conservaban, de los grandes proyectos de infraestructuras y del Gulag, de los disidentes y de los artistas de los sesenta, de los timbres y escaleras y casas comunitarias y de los pequeños detalles de la vida cotidiana. A partir de la historia de la enciclopedia soviética, del perfume más usado en la URSS, del libro de cocina de Stalin o de las constantes colas frente a cualquier establecimiento, Schlögel elabora un brillante relato caleidoscópico sobre un régimen que según el autor se convirtió en una nueva civilización.

Al principio del libro, habla de la fascinación de los líderes soviéticos de los años veinte con Estados Unidos: Roosevelt, el New Deal, el fordismo. Pero es una fascinación que está presente en todas las épocas, incluso en los momentos más tensos de la Guerra Fría.

Es una relación muy importante y está subestimada por la historiografía. Y empezó antes de la Revolución. El imperio zarista tardío, durante el periodo de industrialización, miraba mucho a los Estados Unidos para la construcción de su ferrocarril, por ejemplo. Y los industriales rusos participaron en la Belt Fair en Chicago y en San Luis. Pero también, después de la Revolución, fue importante porque los dirigentes soviéticos, los revolucionarios de la clandestinidad que intentaban modernizar el imperio, miraban no tanto a Europa como a Estados Unidos. Era la sociedad más moderna, avanzada y democrática. Apreciaban sus valores antiimperiales, antiburgueses y antiaristocráticos.

Así que los Estados Unidos siempre han sido un punto de referencia y orientación. Y esta conexión existe incluso en la historiografía. Hay una noción del momento wilsoniano/leninista, cuando las ideas de Wilson de la Europa de la posguerra y la autodeterminación de los pueblos y la idea de Lenin de la independencia de las naciones se unieron de alguna manera en la percepción pública.

Pero lo más importante para los dirigentes rusos posrevolucionarios era encontrar formas de superar el atraso de Rusia, y encontraron los instrumentos y las formas de trabajar en Estados Unidos. Hay docenas de delegaciones que visitan Estados Unidos, van a Detroit a las fábricas de Henry Ford. Ford fue una figura crucial en la propaganda soviética. Sus libros fueron publicados y aparecían sus textos en revistas soviéticas. Y se admiraba a Taylor, porque Lenin era un gran admirador de sus métodos. Pero también había una fascinación mutua porque los estadounidenses fueron a la URSS, especialmente después de las grandes crisis del 29, cuando miles de jóvenes ingenieros perdieron sus empleos y miles de trabajadores y estudiantes se fueron a la Unión Soviética.

Así, por ejemplo, el gran arquitecto Albert Kahn, que diseñó la mayoría de los edificios de Detroit de la época, diseñó también alrededor de quinientas grandes fábricas soviéticas: la de tractores de Stalingrado, la de automóviles de Nizhny Novgorod…

En los años veinte se cumple el lema acuñado por Stalin: combinar el pathos y la pasión bolcheviques con el pragmatismo y la comprensión tecnológica estadounidenses. Pero este periodo llegaría a su fin a mediados de los años treinta, después de que se establecieran las relaciones diplomáticas y, en general, la Unión Soviética cerrara de alguna manera las puertas al mundo capitalista.

Incluso entonces se dan paradojas. Por ejemplo, en esos años de cierre se publica un diario de viajes de dos de los autores rusos más prominentes, Ilf y Petrov, que viajaron medio año por Estados Unidos visitando a todas las celebridades, al presidente, etc. Es uno de los mejores libros sobre Estados Unidos en la época del New Deal, que trataba la vida ordinaria de los estadounidenses, la vida de la main street. Y este libro, que es en cierto modo un elogio y un homenaje a Estados Unidos, se publicó en las revistas soviéticas más importantes, como Ogoniok. Es una cosa muy extraña que estas alabanzas a Estados Unidos, al pragmatismo, a los antiburócratas se publicaran cuando empezaba el Gran Terror. Luego hubo otro momento de influencia y cooperación, en la alianza contra el fascismo y Hitler. Pero después llegó otro cierre, y no se pudo hablar durante décadas del apoyo estadounidense al Ejército Rojo y los miles de jeeps que nos enviaron. Es una curva constante de apertura y cierre.

Igual que hay momentos de apertura con el exterior (los años de Jruschov) y otros de cierre (Stalin, Brézhnev), hay también un debate interno en el partido sobre qué conservar y qué destruir del pasado zarista y aristócrata. Es una negociación constante. ¿Por qué el ficus es burgués y la palmera no? ¿Qué hacer con la moda zarista, el ballet, el piano, la industria de fragancias?

Es muy importante entender, al menos para mí fue importante, que hay continuidades profundamente arraigadas entre el antiguo régimen y el nuevo. Casi todos los proyectos para sacar a Rusia de la etapa de atraso, para modernizarla y convertirla en una potencia mundial líder, ya habían sido creados y diseñados en la pre-Revolución. Y se hablaba de construir nuevas infraestructuras, canales, se hablaba de irrigación y centrales hidroeléctricas y nuevos planes urbanísticos.

La mayor parte de estos proyectos fueron creados ya a finales del imperio zarista, cuando empezaba a despegar el proceso de industrialización. Así que hay una continuidad. En la moda, por ejemplo, también. La persona que creó la moda moderna para la Corte zarista después de la Revolución siguió diseñando para los diplomáticos soviéticos. Mi principal interés es la industria del perfume. Un perfume popular zarista que se creó en 1913 sobrevivió a la guerra, y se creó una industria del perfume en la Unión Soviética. Al mismo tiempo, hubo un corte muy duro. Hubo un intercambio total de la élite, por ejemplo. Después de la Revolución y la Guerra Civil dos millones de individuos tuvieron que abandonar el antiguo imperio y dos millones significa especialmente burócratas del cuerpo diplomático, industriales, periodistas, lo que llamamos la sociedad civil y los ingenieros de la sociedad aristocrática, gente bien educada. Fue una enorme fuga no solo de cerebros sino de cultura, de moda. Hay un problema al escribir la historia soviética y rusa del siglo XX porque hay que combinar la continuidad y la idea de la longue durée con estos cortes duros, interrupciones que tuvieron consecuencias fatales.

Dice que durante la industrialización de los años veinte y treinta, cuando millones de rusos se trasladaron a las ciudades, el país no se urbanizó sino que las ciudades se ruralizaron.

La idea la acuñó Moshe Lewin, una figura muy importante en los estudios soviéticos. Creo que este proceso de afluencia de millones de personas del campo a las ciudades es característico de casi todos los países y sociedades en proceso de industrialización. Lo tienes en Inglaterra, en Alemania, en España. Pero el proceso no fue tan agudo y radical como en Rusia. Yo diría que ya sucedió en las últimas décadas del imperio zarista. Los agricultores se trasladaron a las ciudades, pero sobre todo en invierno. En verano regresaban. Así que había un tipo de híbrido de la clase obrera y la gente del campo. La verdadera ruptura fue la colectivización, cuando millones de individuos se vieron obligados a abandonar el campo, a veces forzados de manera literal, como cuando millones de ellos fueron obligados a trabajar en la construcción de infraestructuras como la presa de Magnitogorsk, o enviados a los campos de trabajos forzados del Gulag. Otros muchos se fueron a las ciudades porque no vieron oportunidades de vida en el campo.

Y por eso creo que la hiperurbanización es al mismo tiempo la ruralización de la ciudad. Moscú, donde la población se duplicó en diez años, se convirtió en la metrópoli de los campesinos. Es el título de un magnífico libro de David Hoffman, Peasant metropolis. La aldea de varios pisos. Es la aldea vertical, en vez de horizontal. Se trajeron a la ciudad las costumbres, los rituales, el estilo de vida y la cultura de los pueblos.

Esto creó un problema de vivienda importante. Según comenta en el libro, el desencanto con Stalin surgió con este tema y mucho antes de la crítica oficial de Jruschov al estalinismo en 1956.

Creo que la vivienda era uno de los problemas más urgentes y apremiantes para el ciudadano soviético medio. Y esto es muy difícil de entender para las personas que no vivían en la Unión Soviética. Hablo de esto en mi libro: tenemos miles de obras sobre el sistema político, las decisiones tácticas, el comité central, pero no hay ni una sola monografía sobre esta cuestión. Y es algo central, no es nada exótico. Está en el centro de la forma de vida soviética. Después de la Revolución, la gente fue trasladada o se le permitió trasladarse desde las afueras, desde los barrios de las fábricas, al centro de la ciudad, a los apartamentos nacionalizados de la aristocracia burguesa. Y esto creó una forma de vida, no solo temporal ni durante un año ni para una pequeña minoría, sino de manera permanente y universal. Se convirtió en una forma de vida para tres o cuatro generaciones hasta los años sesenta en las grandes ciudades y creó una forma de convivencia que en nuestras sociedades solo conocemos en situaciones de emergencia durante la guerra, o cuando llegan refugiados. Durante tres o cuatro generaciones vivieron cuatro o cinco familias, unas treinta personas, en apartamentos donde antes de la Revolución solo vivía una familia con sus sirvientes. No tenían privacidad. Vivían en un espacio semipúblico.

Era una forma de vida sin privacidad. Y por eso creo que es muy importante la decisión de Jruschov en 1954 de cambiar todo el programa de viviendas y construir casas normales unifamiliares de cuarenta metros cuadrados en vez de palacios para la clase obrera. Así comenzó la desestalinización antes de su famoso discurso en 1956. Fue la primera vez que millones de personas pudieron mudarse a un lugar donde era posible tener una esfera privada. Y no se puede imaginar el surgimiento de una sociedad civil sin una esfera privada.

La sociedad estaba exhausta tras las dos guerras, la industrialización y el colectivismo, y una ideología de constante movilización. Jruschov prometía una vida más normal, aunque el control no desapareció.

Lo más importante es que el posestalinismo y los años de Jruschov fueron una etapa sin turbulencias internas e internacionales. Las revoluciones y las guerras, es decir, las cosas más devastadoras que pueden interrumpir la continuidad de la vida normal, habían desaparecido más o menos.

Así que yo diría que el periodo de reconstrucción trae consigo un periodo de estabilidad, a pesar de que había un sistema de partido único, a pesar de que había censura, a pesar de que había persecución de las opiniones disidentes, etc. Pero fue una época de entrada en una especie de normalidad. Yo diría que esta fue una de las condiciones previas para el despegue en los años sesenta. Tenías una generación que estaba bastante esperanzada y quería disfrutar la paz. Y había una coexistencia internacional. No es solo una frase, no es solo un eslogan. Hubo muchos contactos internacionales. Hubo visitas de grupos de teatro en Rusia. Hubo lo que se llama un deshielo. Es el periodo de incubación de una cultura que estaba bastante convencida de que podía llegar a nuevas cosas. Y fue un periodo de grandes éxitos. Gagarin, la conquista del cosmos, la cibernética, la literatura. Pero este periodo se acaba muy pronto, al final de los años sesenta y setenta, con persecuciones a los disidentes y un largo estancamiento, que llegó a su fin veinte años después.

Parece que cada vez que el sistema intenta abrirse hay una reacción conservadora en contra (los años de Brézhnev tras Jruschov) o simplemente el sistema no aguanta la apertura y se resquebraja, como pasó en los ochenta con la Glásnost y la Perestroika de Gorbachov.

Al sistema le resulta muy difícil tolerar la apertura del espacio público, la discusión de la ciudadanía sobre el futuro y la identidad propia y la autoidentificación, un proceso que todavía no ha llegado a su fin. La cuestión es: ¿Qué liderazgo habría sido capaz de navegar y gestionar la seudoestabilidad postsoviética? Gorbachov fue realmente una figura histórica que confió en su liderazgo y en él mismo. También confió en que la sociedad de alguna manera se las arreglaría para salir de la cueva, para escapar de los límites y marcos que impuso el sistema soviético, y que aceptaría las reformas necesarias para modernizar el país. Pero esto no tuvo nada de éxito.

Hay una etapa en los cincuenta de apertura al exterior, de consumismo. Incluso se promovía un tipo de discurso meritocrático.

Sí, el consumismo tiene que ver, en primer lugar, con la reconstrucción de la economía después de la guerra. Fue el fruto de un largo periodo de paz y de la reorientación de los dirigentes hacia cuestiones como dar a la población cosas que no se pudieron permitir en los años veinte o treinta o durante la guerra. Hubo una competencia abierta entre, de nuevo, la Unión Soviética y Estados Unidos. Y un evento que, yo diría, fue notable, del que no hablo en el libro: la Exposición Nacional de los Estados Unidos en 1959, cuando cientos, miles, incluso millones visitaron la exposición estadounidense en Moscú. El centro de esta exposición era la cocina estadounidense, la electrificación, la Coca-Cola, los viajes y el turismo, etc. Y no era demagogia. Fue un paso real para desarrollar cosas que eran imposibles antes de la guerra. Por supuesto, surgió una nueva escuela de diseño de productos cotidianos, desde coches hasta muebles o moda.

Tiene que ver de nuevo con el deshielo, la desestalinización, con la aparición de la privacidad y el respeto a la individualidad. Siempre dentro de los límites del Estado unipartidista, dentro de los límites de la vigilancia. Pero la aparición del consumismo soviético fue muy importante, y creo que fue una de las razones por las que el sistema no se derrumbó antes. Es decir, el debate entre los sovietólogos era siempre en torno a si el sistema duraría. Primero pensaban que se trataba de una toma del poder bolchevique y que desaparecería al cabo de unos años. Luego tenían que explicar por qué un sistema que se construyó a partir de un determinado concepto o dogma o idea podía sobrevivir durante setenta u ochenta años. Y tiene que ver con la capacidad del sistema de responder a ciertos deseos y demandas del pueblo.

¿Permitir un poco de libre mercado de vez en cuando salvó a la URSS?

Siempre fue una economía planificada. Pero detrás de ella había un caos que no podía controlar. Y la sociedad se sabía mover en ese caos. En los años sesenta hubo un intento innovador, con las llamadas reformas Liberman, para combinar la estrategia de planificación con la iniciativa privada y el consumismo, empresas regionales y locales… Pero no funcionó. Acabó en desastre. Y por eso hubo de nuevo una vuelta a la estatalinización y la renacionalización y la economía planificada a ultranza.

Hay un par de capítulos sobre la ineficacia de la burocracia soviética, lo paradójico que resulta que en la gran economía planificada hubiera tan poca planificación. ¿Cómo es posible que las purgas de finales de los años treinta se llevaran a cabo de manera tan eficiente y sistemática? Fue un proceso muy meticuloso, aunque estuviera guiado por falsedades y paranoias.

Creo que es muy importante entender que hay una continuidad desde la Revolución hasta el final de la Unión Soviética. Pero dentro de esta continuidad, hay periodos que son muy diferentes entre sí. Y el sistema durante los años de Stalin, es decir, desde finales de los años veinte hasta la muerte del dictador, era muy diferente al de, digamos, los años sesenta o setenta. Y algunos dicen que no hay que hacer una gran cesura. Puedes hablar del sistema estalinista y luego de algo diferente. Yo creo que hay una continuidad, pero con claras diferencias. Creo que la idea de que incluso en los tiempos de Stalin el país es gobernado por una burocracia que funciona no es muy convincente. Había partes de este enorme país que estaban fuera del control estatal y la gente incluso podía tratar de escapar de las zonas que estaban en manos de la policía y las instituciones estatales de vigilancia. Si no estabas satisfecho o no tenías oportunidad de avanzar, podías dejar tu fábrica e irte a otra. Había una migración permanente de millones de personas que socavaba la idea del sistema policial y planificado. Así que no debemos sobreestimar el funcionamiento de la burocracia.

Pero luego hay otra cuestión. Se trata de la improvisación que se enfrenta al caos. Toda la población soviética tenía mucha experiencia en improvisar, en gestionar la incertidumbre de su día a día. Y esto concierne a lo cotidiano, a la gente de a pie, y concierne a la dirección de las grandes empresas, los trusts, etc.

En cuanto al Terror, es muy difícil decir por qué pasó. He escrito un libro al respecto, Terror y utopía. Moscú en 1937 (Acantilado, 2015). Es sorprendente que, incluso en un periodo de violencia excesiva, entre 1929 y 1953, el año 1937 fuera especialmente excesivo. Hubo dos millones de perseguidos, casi un millón de ejecutados sistemáticamente. ¿Cómo explicarlo? La pregunta clave es esa: ¿Por qué sucedió? Y yo diría que esta fue la pregunta de esta generación. No entendían lo que les había pasado. ¿Por qué me acusaron de ser espía o terrorista o trotskista? ¿Por qué desapareció mi tío? No había ninguna explicación, y había algunas ideas: había una toma del poder de la contra-Revolución, o de los fascistas. Existía la idea de que Stalin no lo sabía, y que los niveles medios e inferiores de la policía secreta estaban haciendo su propio trabajo sin el conocimiento de la dirección.

Este cúmulo de contradicciones empezó a formarse con la colectivización y la industrialización. Fue una situación caótica. El liderazgo estaba en peligro y para recuperar el control crearon la ficción del enemigo, que podía ser cualquiera y podía estar en todas partes. Y así, si uno ve las listas de las víctimas en 1937 y 1938, observa que todo el mundo está en el punto de mira. Por supuesto, antiguos oficiales y empresarios, burgueses, kulaks, campesinos, etc. Pero, de hecho, cualquiera podía convertirse en víctima y podía ser acusado de ser esto y aquello. Así que creo que hay una combinación de, por un lado, un proyecto de una nueva sociedad, un pueblo transnacional transétnico no solo ruso, industrializado, que progresa y permite el acceso de millones de personas a las instituciones, la escuela, la universidad, casos increíbles; y por el otro, el miedo a perder el poder y a cualquiera que pudiera ser una potencial amenaza para los líderes y el gobierno.

En el libro escribe: “Como todo era de todos, no era de nadie, y como nadie era responsable, no se pedían responsabilidades a nadie.” Pero tras el fin de la URSS, afirma, el desdén por lo público (que no era de nadie ni responsabilidad de nadie) permaneció.

Es muy importante tener en cuenta la cultura profunda que tiene el país. No ha habido nunca una tradición sólida de la propiedad privada. Hay una fuerte tradición de los propietarios de la tierra aristocrática y de empresas estatales y un capitalismo de Estado en las últimas etapas del zarismo. Y tenemos una tradición muy fuerte de propiedad colectiva en la comuna de la aldea y la economía campesina.

El periodo más dinámico para Rusia fue el final del siglo XIX, después de las reformas de Alejandro II, con la aparición de empresas privadas, magnates y grandes figuras de la industrialización de Rusia. Y esto llega a su fin de nuevo en la Revolución, cuando las bases de una economía más privada fueron eliminadas y se reestableció la importancia de la propiedad estatal, la planificación. Así que la Revolución rusa en cierto modo fue una regresión al socavar las bases del último imperio zarista.

Entonces, ¿cómo crear una economía privada después de setenta años de propiedad estatal o colectiva? En los años ochenta observé el efecto que tuvieron las primeras leyes e iniciativas privadas bajo Gorbachov. Hubo una proliferación de negocios tremenda. A veces era algo muy primitivo. Pero daba la sensación de que los espacios vacíos de las afueras de las ciudades simplemente se llenaban de negocios. Cientos, miles de quioscos y millones de personas intentando ganarse la vida. No solo fue un periodo de libertad de expresión y apertura radical. También hubo una explosión de iniciativas privadas. Y a menudo de estos proyectos surgieron empresas de gran éxito en los años noventa. Pero en general, la victoria no fue para las pequeñas y medianas empresas, sino para los grandes, no empresarios, sino oligarcas. Y, en cierto modo, se produjo un proceso de refeudalización y de expropiación de lo público, que se arrebató a la clase media.

Ahí está uno de los problemas de los noventa: no es posible una sociedad civil sin gente trabajadora de clase media. El proceso de expropiación del Estado y de distribución de los bienes públicos fue un fracaso. Surgió un sistema que combina el capital oligárquico con una forma de organización basada en el núcleo duro del Estado. Hubo una especie de continuidad, igual que entre el zarismo y la Revolución, entre los dirigentes soviéticos y los postsoviéticos. Uno de los ejemplos más claros está en los servicios secretos. Así que creo que el término acuñado por Karen Dawisha, la cleptocracia de Putin, la fusión de los oligarcas pro-Estado y las instituciones del núcleo duro del poder del Estado, es la base de este régimen. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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