La tortura tiene un largo, extendido e infame historial. De la antigua “muerte por mil cortes” china, un método de intencional lentitud para causar el mayor sufrimiento posible al condenado, al garrote vil español con el que se desgajaba el cuello del acusado y que estuvo vigente hasta 1978. En México y Venezuela persisten la tortura y el uso de la violencia sexual, y los torturadores operan con casi total impunidad; en la ‘Casa del horror’ de los Andes en Colombia, a los niños con discapacidad se les daba un trato vejatorio.
Hoy, el fantasma de la tortura que se creía exorcizado recorre Estados Unidos con un presidente que exalta las virtudes de la salvaje práctica, recomienda la ampliación de sus usos y acaba de nombrar directora de la CIA a la mujer que después de los atentados terroristas de septiembre 2001, supervisó el programa de traslado de sospechosos a cárceles secretas en Tailandia, la tortura a sospechosos y la destrucción de las pruebas de los abusos.
Para los incondicionales defensores de la tortura como el siniestro ex vicepresidente Dick Cheney, el suplicio no solo es una herramienta eficaz sino que restablece una especie de justicia divina al castigar cruelmente a quienes causaron daño a gente inocente.
Afortunadamente, su opinión, sin embargo, es rechazada no solo por los grupos defensores de los derechos humanos o por ciudadanos con claridad moral sino por asociaciones científicas y por la mayor parte del establecimiento político nacional. El Secretario de la Defensa, general James Mattis, por ejemplo, declaró que la tortura nunca le ha parecido útil. “Dame una cajetilla de cigarrillos y un par de cervezas y todo saldrá mejor. Es cuestión de ganarse la confianza y recompensar la cooperación del sospechoso”.
Para los científicos del Instituto de Psiquiatría en King’s College Londres, el “waterboarding” o ahogamiento simulado, es una de las formas más traumáticas de tortura aparte de ser ilegal, y la American Psychological Association, con sede en Washington DC, ha manifestado su preocupación por las declaraciones de Trump y ha denunciado la tortura como una práctica cruel, degradante e inhumana
También el Senado estadounidense ha cuestionado severamente la utilidad de la tortura en su Informe elaborado en 2009 y desclasificado en 2014, sobre el Programa de detención e interrogatorios del Comité de Inteligencia. Un Informe hecho público, escribió la senadora Diane Feinstein, con la esperanza de que este tipo de interrogatorios coercitivos no se repitan.
En dicho Informe se resalta que antes de los ataques de Septiembre de 2001, la propia CIA había argumentado que dichas “técnicas de interrogación no producen inteligencia, que muy probablemente producen respuestas falsas y que se ha comprobado históricamente que no son efectivas”. No obstante, sus propias recomendaciones fueron ignoradas a la hora de la verdad. Ahora, escribió Feinstein, “No podemos volver a permitir que la historia se olvide y que los graves errores del pasado se repitan”.
Y fue precisamente con el fin de evitar la repetición de estos bochornosos incidentes que en 2015, el presidente Barack Obama firmó la ley que prohíbe el uso de la tortura. Pero como en la política la única constante es el cambio, la preocupación de que la historia se repita con el nombramiento de Gina Haspel como directora de la agencia ha crecido substancialmente.
Afortunadamente, varios miembros del Senado han mostrado su preocupación con el nombramiento. John McCain, quien fuera torturado durante su cautiverio en Vietnam, ha dicho que Haspel debe “explicar la naturaleza y el alcance de su participación”. Y el senador Ron Widen junto con la American Civil Liberties Union han exigido que los expedientes de su participación en la CIA sean desclasificados antes de su nominación en el Senado.
Haspel cuenta con el apoyo incondicional de sus colegas dentro y fuera de la agencia. El ex director de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad Michael Hayden la defiende argumentando que hizo, “nada más y nada menos que lo que la nación y la Agencia le dijeron que hiciera y lo hizo muy bien”.
Un argumento que para mi resulta escalofriante porque me recuerda el Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la Banalidad del mal de Hannah Arendt, y la llamada “Defensa de Nuremberg”. En ambos casos, los Nazis adujeron que los ejecutores de los horrores del Holocausto, solo obedecían órdenes.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.