Hace cien años, César Vallejo escribió de la desgracia que acaba con la voluntad, aquella tras la cual parece imposible ponerse de nuevo en pie y volver a la vida: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios…”
Días atrás, en un texto publicado en el diario El País, Jorge Barudy Labrin hablaba de aquellos años en los que ejercía como joven médico en Chile y en los que fue arrestado, encarcelado y torturado tras el golpe militar de Augusto Pinochet. Desde su propia experiencia, Barudy habla de la resiliencia, un fenómeno físico que sirve de metáfora para el ser humano y que explica la capacidad de un material para resistir un impacto y retomar su forma original; es decir, no solo volver del dolor, sino de la capacidad y la valentía de las víctimas para resistir, y hacer lo imposible para que algunas experiencias no determinen sus vidas.
Convertido en neurosiquiatra, hoy se planta contra esa receta para la felicidad con la que está siendo confundida esta capacidad humana de superar traumas y heridas, desvirtuándola y reduciéndola a un tópico frívolo como “tú puedes”. Porque la resiliencia es una producción social y siempre interpersonal y se finca en la capacidad para crear lazos afectivos y estrategias solidarias con los compañeros de desgracia, para enfrentar el horror cotidiano. La resiliencia entonces, se teje: no hay que buscarla solo en la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social.
Para el psiquiatra francés Boris Cyrulnik, las guerras mundiales y los genocidios armenio, judío y ruandés fueron la vergüenza del siglo XX. Como niño, su familia fue destruida por el nazismo y cuando la guerra acabó él pertenecía a un grupo al que en la escuela se le hacía callar por haber sufrido la pérdida de familiares porque eso, decían, impedía la reconciliación. Sin embargo, el golpe no logró destruirlo pues hay factores que hacen posible salir adelante; siempre hay un “antes de la herida, durante la herida y tras la herida”.
Jorge Barudy atribuye su supervivencia al afecto, empatía y solidaridad recibidas en su familia y en su barrio durante su infancia y adolescencia; a su capacidad de indignarse y rebelarse frente a los actos violentos de quienes encarcelaron, torturaron y asesinaron a civiles indefensos. La resiliencia individual familiar o social es, pues, hija del amor y la solidaridad, lo que permite empoderarse para salir adelante.
Si en Ruanda, dice Cyrulnik, contaran todo el tiempo lo que vieron en aquellos años de exterminio el mundo entero se pondría a llorar y les pediría callar; sin embargo, a través de la poesía han encontrado las palabras que les han permitido volver al mundo de los humanos. Si la resiliencia social es hija del amor y la solidaridad, entonces una forma construirla es dando la palabra a los artistas. Una novela, una película, una obra de teatro, un ensayo filosófico que permita al herido no hablar de sí mismo. Y ahí, los medios de comunicación y los periodistas tienen una función.
El poeta Javier Sicilia dejó la poesía cuando su hijo fue asesinato brutalmente en Morelos: “el mundo ya no es digno de la palabra, es mi último poema, no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí”, escribió el 2 de abril de 2011. De alguna manera, el artista renunció al dolor inspirador para tratar de ayudar a otros a conocer el valor terapéutico de la solidaridad.
Jesús Silva-Herzog Márquez explicaba recientemente que al horror de la violencia de estos últimos diez años en el país debemos agregar el horror de su ignorancia; que nos hemos empeñado en ignorar lo sucedido, en destruir el camino a la verdad, en impedir, por lo tanto, el proceso de comprensión.
México atraviesa un momento en el que es posible unificar a la gente en torno a muchas preocupaciones, pero no al trabajo que se requiere para sacar al país de su abismo que incluye “la entrega del poder público a la peor barbarie” y “la improbabilidad de cerrar la tragedia con verdad”.
La resiliencia –cito otra vez a Barudy– difícilmente puede brotar en soledad. La solidaridad de los otros es condición imprescindible para que cualquier persona herida por una experiencia traumática recupere la confianza en la condición humana. Hace falta más que un hashtag o que la indignación suba 15 minutos a Twitter. Es momento de cambiar la conversación.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).