El 13 de marzo de 2013, el Vaticano anunciaba la elección del sucesor de Joseph Ratzinger como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. ¡El primer Papa americano de la Historia! ¡Y es argentino! La reacción de los argentinos estalló en las calles, en los medios, en las redes sociales. Sin embargo, en un país tan dado a la grandilocuencia y a los extremos, la elección de un Papa compatriota suscitó más polémicas y enfrentamientos que comuniones de alegría.
La profunda división que asola al país entre los que profesan la nueva fe nacional y popular y los que odian al Gobierno impidió que la designación de Francisco I se leyera en términos más trascendentales que los de una interna doméstica: una mala noticia para el Ejecutivo nacional, una gran noticia para sus detractores. A quienes no comulgan con el Gobierno les alegró el día porque el nuevo Papa, como arzobispo de Buenos Aires, fue un destacado opositor a la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Los seguidores de la mandataria vivieron la designación como una derrota. Los activistas cibernéticos kirchneristas intentaron hacer pasar por Bergoglio a un cura que se veía de espaldas mientras daba la comunión al dictador Jorge Rafael Videla. La foto se viralizó rápidamente en las redes sociales. Era falsa.
Los responsables del campo de detención ilegal de La Perla, donde durante el régimen de terrorismo de Estado que gobernó entre 1976 y 1983 se asesinó, se torturó y se hizo desaparecer a personas, fueron al juicio que se celebra en su contra con escarapelas con los colores del Vaticano, celebrando la designación del Papa argentino como un triunfo propio.
A Bergoglio, los partidarios del Gobierno lo acusan de no haber reclamado con suficiente ahínco la liberación de dos curas jesuitas secuestrados durante esa época. Esto último fue negado por Bergoglio, quien dijo haber hecho todas las gestiones que pudo en favor de estos sacerdotes, liberados tras cinco meses de secuestro. El destacado activista por los Derechos Humanos Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz en 1980) salió en defensa de alguien tan alejado ideológicamente de él como Bergoglio, diciendo que ni fue cómplice ni mantenía relaciones con el Gobierno de facto.
Así están las cosas en Argentina. Nuestras internas son más importantes que un acontecimiento de trascendencia mundial. Nos creemos el ombligo del mundo. En realidad somos otra cosa. En su primer discurso público, Francisco I dijo que le habían ido a buscar “al fin del mundo”. Habrá pensado “el culo del mundo”, pero no podía decirlo así.
Parece ser un hombre normal, que vivía en un departamento normal, que se cocinaba y viajaba en transporte público como un hombre normal. Aunque tenga opiniones anacrónicas. Aunque no tuviera un comportamiento heroico durante la dictadura que lo podría haber llevado a la muerte: eligió cuidarse. Hay quienes dicen que, sin haber sido un militante, sí escondió y ayudó a perseguidos, como hicieron tantos y tantos argentinos anónimos.
A muchos nos hubiera gustado ver un Papa más moderno, enemigo del celibato o defensor del matrimonio homosexual, pero no hay que perder de vista que estamos hablando de la Iglesia Católica Apostólica Romana. ¿Pretendemos que el nuevo Pontífice salga ataviado con una sotana con la bandera del arco iris? El flamante Francisco I, conservador en lo doctrinal, dista mucho de ser un reaccionario en otros campos, como en el acercamiento de la Iglesia a quienes, en teoría, son su razón de ser: los más desposeídos.
Y pese a ser un notable antikirchnerista, recibió calurosas felicitaciones públicas del presidente interino de Venezuela, Nicolás Maduro, y del mandatario ecuatoriano, Rafael Correa. Maduro dijo que el recientemente fallecido Hugo Chávez influyó desde el Cielo en la designación del primer Papa latinoamericano. Nos despejó así una duda: Chávez todavía no se ha reunido allí con Néstor Kirchner.
Periodista todoterreno, ha escrito de política, economía, deportes y más. Además de Letras Libres, publicó en Clarín, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.