Foto: Paul Arps from The Netherlands [CC BY 2.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons

“Importa que el fado suene verdadero”

De América a Europa, de las cantinas a los salones de música, el fado ha recorrido un largo camino para convertirse en el género que define musicalmente a Portugal. Desde un salón de la FIL, dos expertos narraron su historia.
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Y entonces el conferencista se soltó a tararear la melodía y cantar la letra en portugués de un fado. Media hora antes, frente al público mexicano de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, solo él, Rui Vieira Nery, y su colega, Maria do Rosário Pedreira, sabían qué era un fado, a qué sonaba, qué significa esa palabra y su importancia para Portugal. Vieira entonó el final de su poesía cantada y la audiencia le pidió un encore. Enseguida desarrollamos un nuevo gusto por ese género que ignorábamos. Pocas exposiciones pueden presumir de un éxito tan rotundo.

Los fados, explicó Vieira, migraron de los africanos en América a los proletarios de Europa, de Brasil a Portugal hace dos siglos. En el puerto de Lisboa, como se aprecia en los grabados que Vieira proyectó en pantalla, los fadistas comenzaron a improvisar octosílabos y la gente a reunirse en parejas para bailarlos o en círculos para disfrutar la espontánea fiesta. Eran marineros, ladrones o mendigos, proxenetas, los trabajadores de la recién inaugurada industria, los pobres de la ciudad, y por eso cantaban versos como el siguiente: “Niña, si quieres saber / cómo se gana el dinero / pon navíos en el mar…” Los fados fueron el registro oral de sus condiciones de vida y hasta de las noticias: funcionaban “como los periódicos populares de hoy”, continuó Vieira. Se cantaba sobre “el crimen en la calle de tal, acerca de una mujer asesinada y cortada en trozos”, sobre el robo común y de poca monta y el más redituable que llenaba las manos de los políticos  locales [risas empáticas del público mexicano].

Como ocurre siempre, la curiosidad animó a las clases altas de Lisboa y el fado de los burdeles y las cantinas se escuchó de pronto en restaurantes y salones de música. “El profesor de guitarra del rey de Portugal promovió el género y en 1873 se organizó un concierto de fado en la sala más prestigiosa de la capital.” “Los pequeñoburgueses y aun los burgueses”, que jamás habrían puesto un pie en los barrios populares –¡y de noche!– en busca de los fadistas, “pudieron deleitarse con ellos en ambientes más seguros”, bromeó Vieira. El traslado de esa poesía vulgar a “los sitios finos” desató –otra vez,  como siempre–  la roña y el morbo de las élites, a las que por diplomacia llamamos “polémicas sobre la definición del arte”.

Fuera de los salones e indiferentes ante la discusión sobre el buen o el mal gusto, el fado mantuvo su carácter popular. A finales del siglo xix los sindicatos y grupos de izquierda –socialistas, anarquistas, comunistas, sindicalistas– adaptaron las letras con fines políticos. “Uno de mayo, alerta, alerta” empieza el que refiere a la huelga de los obreros en Chicago y a la masacre policial con que fue reprimida. Al otro lado del Atlántico, el final de la estrofa llama a “destruir fronteras y propiedad”. Años más tarde, en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, los soldados portugueses cantan fados sobre la violencia de “las bombas, el anhelo de volver a casa y la mala comida” que les servían en el ejército.

El Estado –era de esperarse– prestó atento oído a esa música subversiva y bohemia y se ocupó del problema, sobre todo la dictadura que durante medio siglo mermó a Portugal. El fado sufrió las consecuencias cuando “la ley exigió que los artistas tramitaran una identificación, un permiso para presentarse en público” (el Powerpoint muestra un carnet con fotografía) “y sometieran sus letras al examen del gobierno para su aprobación o definitiva censura”. Ahora aparece en la pantalla una hoja con la letra de una canción tachada por una enorme cruz de tiza azul: una canción prohibida.

Con todo, pese a la vigilancia del gobierno y los miembros alarmistas de las clases altas, el fado prosperó. Aun en esos años y desde antes sus letristas ensayaron otras métricas y narraciones y rimas. El octosílabo –“heptasílabo, en realidad, porque los portugueses no contamos la sílaba final”, aclara Vieira– cedió el paso a endecasílabos y alejandrinos, las cuartetas crecieron a quintillas, las estrofas pasaron de la espontaneidad oral al texto fijo e impreso. El fado original, el que enfrentaba a los fadistas a un desafío de improvisación verbal, fue asentándose en ediciones populares, primero, y extendiéndose, después, por medio del fonógrafo a regiones distintas del país… hasta la actualidad, en que “la audiencia, ya especializada, paga por cinco horas continuas de fado profesional, como sucede también con el tango, el jazz, el flamenco”.

Quizá al principio de la dictadura las letras fueron conformistas”, intervino Maria do Rosário Pedreira, estudiosa de más de cien melodías, seiscientas letras de fados y autora, ella misma, de otro centenar más. “Porque a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta los grandes poetas de Portugal empezaron a escribir para el fado.” Amália Rodrigues, en su interés tanto por los poetas del pasado (como Luís Vaz de Camões) como por sus contemporáneos (Alexandre O’Neill, Manuel Alegre, Pedro Homem de Mello y João Linhares Barbosa) “fue responsable de la continuación del fado, aun en los tiempos de la dictadura.” Pedreira no niega la censura de las letras pero agrega que el género buscó “algo formalmente distinto: un fado más allá del fado” y vuelve a citar a Amália Rodrigues, quien adaptó poemas –y lo hizo en serio: por ejemplo, cuando recortó estrofas– para estrenarlos, con éxito, en la radio. “No le pidió permiso a los poetas, pero ellos, en vez de enfadarse, se lo agradecieron. Con varios formó relaciones laborales y amistosas. Eso fue nada menos que la primera piedra en la renovación de la canción portuguesa: Amália es el marco del cambio poético.”

Además importa, dicen los fadistas como Maria Pedreira, que “el fado suene verdadero”. Ella, que ha trabajado con varios cantantes, advierte el cuidado que le pone al asunto porque no cualquiera puede cantar un fado. Cosas que parecerían nimias como “la edad, el sexo, el repertorio, el gusto personal y la experiencia de vida” de un cantante son cruciales en este género. Así uno recuerda “Estranha forma de vida” y evoca la voz dulce, las notas suaves, la congoja nostálgica y la interpretación sentida del brasileño Caetano Veloso, y asiente convencido de la especial unión entre poesía y música que hoy distingue a Portugal, mientras el auditorio mexicano vuelve a pedirle a María Pedreira que cante otro fado, otro más.

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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