Entre las abundantes joyas de concisión y agudeza que se pueden espigar en la obra de José Emilio Pacheco, hay algunas caídas en la prédica humanitaria que la posteridad tal vez no deglutirá. Me refiero en particular al poema “Fin de siglo”, en el que proclamó: “No quiero nada para mí: / solo anhelo / lo posible imposible: un mundo sin víctimas…” El tono defensivo del primer verso delata su falsedad. Quizá Pacheco se quiso adelantar a un posible reproche del lector, como lo había hecho antes en “Alta traición”, donde antepuso “aunque suene mal” a una innovadora y convincente declaración de amor a su patria. Pero como ufanarse de la propia nobleza es un recurso típico de los demagogos, el remedio resultó peor que la enfermedad. Es obvio que Pacheco sí quería algo: la gloria, y sin duda se la merece a pesar de su faceta santurrona.
En 2010 visité la casa museo de Eva Perón en Buenos Aires y en la entrada me encontré una enorme filacteria con la leyenda: “No quiero nada para mí”, que Evita pronunció en una de sus arengas al pueblo. Esta coincidencia revela que la poesía comprometida suele incurrir en jactancias virtuosas propias de la oratoria política. Los alardes de pureza y desinterés tienden a crear la impresión de que los líderes políticos, religiosos o intelectuales pertenecen a una élite moral cuya misión es liberar a la humanidad de un pecado inmundo: el afán de lucro. Pero como la represión de ese pecado genera escasez y miseria, todos los sistemas políticos que han intentado abolirlo desembocan en el desastre económico y la dictadura. ¿No tendrá más oportunidades de crear un mundo mejor quien reconozca en sí mismo los impulsos egoístas que comparte con los demás?
Lo pregunta viene a cuento porque a partir de ahora nos gobierna un caudillo sin mácula que en sus fervorines electorales declaró la guerra al vil interés de una minoría rapaz y ha renunciado a todos los privilegios de la presidencia (escolta militar, mansión, avión privado, el 60% de su salario) con una humildad sobreactuada. Tampoco él quiere nada para sí mismo, salvo el poder absoluto. Quienes festejaron la cancelación del aeropuerto de Texcoco a pesar de su enorme costo económico piensan, como AMLO, que un gran negocio es algo intrínsecamente perverso, incluso cuando el Estado pueda llevarse una buena tajada de las ganancias, y por lo tanto, un gobierno con raíces populares debe impedirlo a cualquier precio. La corrupción no era un pretexto para cancelar la obra, pues el nuevo gobierno pudo haber rescindido los contratos de las compañías que recurrieron a sobornos o inflaron sus presupuestos en complicidad con el gobierno saliente. Pero en ese caso López Obrador no habría podido iniciar la transformación de cuarta con un fiero golpe de autoridad.
El nuevo gobierno le hará un gran bien a México si contrarresta la desigualdad, la discriminación clasista, la obsesión por los signos de estatus y la ideología darwiniana del capitalismo salvaje. Pero los líderes socialdemócratas reconocen las imperfecciones de la naturaleza humana y no satanizan el afán de lucro: lo consideran un motor de la economía que puede ser utilizado en beneficio social por la vía de los impuestos. Así han logrado redistribuir la riqueza y crear en los países más avanzados de Europa un Estado de bienestar que mitiga en buena medida los efectos devastadores de la pobreza. Una izquierda inteligente debería aspirar a la prosperidad igualitaria en vez de inhibir la generación de riqueza y exacerbar el resentimiento social de las masas. Por ese camino se llega a Venezuela, no a Suecia.
La confrontación del nuevo gobierno con la iniciativa privada puede agravar más aún los espeluznantes problemas de México y encender más aún la discordia civil que ya predomina en las redes sociales, donde los fieles de AMLO creen que apabullar a un adversario con insultos equivale a tener razón. Las pérdidas o las expectativas frustradas de los empresarios no les reportan ningún beneficio a los pobres. Entre no querer nada y quererlo todo hay una posición intermedia: la de quien busca al mismo tiempo el bien personal y el bien colectivo. Si por hacer estos recordatorios hay que recibir mentadas de madre, bienvenidas sean. ~
(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio.