Gabriel Zaid es el poeta de la limpidez y la síntesis; el artista absorto ante el prodigio del acto creativo; el articulista político claridoso y preciso; el economista heterodoxo, orientado a la solución práctica; el traductor, el antologador y el misterioso animador de la conversación cultural. Todas estas manifestaciones tan aparentemente heterogéneas se funden alrededor de una vocación y una voluntad de autenticidad. Sin duda, por esa voluntad Gabriel Zaid ha escrutado, como nadie, en el interior de su propio oficio. En sus libros Cómo leer en bicicleta, De los libros al poder, Los demasiados libros, El secreto de la fama, Dinero para la cultura, entre otros, Zaid, como una suerte de etólogo, se ha internado en la naturaleza, las costumbres y las formas de reproducción de esa pintoresca especie que es el intelectual. El intelectual es una especie surgida en la modernidad que ha tenido una asombrosa capacidad de adaptación y que llegó a encumbrarse en muchas sociedades. Se supone que se alimenta de libros y otras experiencias sublimes y que su vocación es el conocimiento desinteresado; sin embargo, según lo demuestra Zaid, a menudo estos ejemplares suelen tener más sed de trepar, medrar y mandar que de conocer y experimentar. Por lo demás, se trata de una especie belicosa en cuyo comportamiento se manifiestan a menudo la competencia extrema, la marrullería, la fanfarronería y la simulación.
Zaid comenzó su análisis sobre la especie intelectual desde los años sesenta, cuando, provisto de una formación técnica, un humanismo autodidacta y una cuidada independencia profesional, comenzó a interactuar con el medio intelectual metropolitano, manteniendo su proverbial apartamiento de banquetes y reflectores. Por esa época se encontró con una vida universitaria animosa, pero que ya comenzaba a ser afectada por el gigantismo, el dogmatismo y el credencialismo; con diversos oligopolios culturales que competían entre sí; con una mezcla de modernidad y anacronismo en las costumbres literarias y con un incipiente engranaje industrial y comercial de la cultura que ya amenazaba convertirla en mero objeto de consumo. La inquietud por estos fenómenos se encuentra desde sus primeras colaboraciones en México y la cultura hasta sus más recientes libros. Por supuesto, sus argumentos y enfoques han venido modernizándose, depurándose y se mantienen estrictamente al día. Zaid se ha ocupado desde la censura gubernamental de los años sesenta hasta la concentración actual del mundo editorial global o, bien, desde los rituales de las presentaciones de libros de esos años hasta la desaparición contemporánea del individuo en los laberintos de la fama y las redes.
Zaid afirma que asumir el conocimiento únicamente como una moneda de cambio para el ascenso social conduce a magnificar las certificaciones profesionales y a negar otras de sus funciones más valiosas. En particular, la idolatría de la especialización fragmenta la visión del mundo y empobrece el aprendizaje, pues las profesiones se vuelven exclusivas y excluyentes y los distintos campos del saber se divorcian. Por lo demás, la institucionalización piramidal del conocimiento y su dependencia del Estado o la academia es poco propicia para su florecimiento crítico, pues mina la independencia del estamento intelectual y lo somete a desgastantes dependencias económicas, servidumbres ideológicas o conflictos de interés. Zaid también analiza los mecanismos de la fama y alerta de la inflación de prestigios propiciada por la industria, la mercadotecnia y la propaganda, de la proliferación de la crítica trivial y repetidora y del fenómeno de la fama afrodisiaca que atrae todavía más celebridad y, quizá, mucha soledad. La fama, sin embargo, no solo es un fenómeno externo, sino una aspiración, consciente o inconsciente, del propio creador o intelectual a ser inmortalizado por la admiración ajena, a repartir sonrisas y autógrafos a devotos incondicionales, sin que este deseo repare en medios y costos.
Por supuesto, el trabajo intelectual dirigido a ascender profesionalmente o la aspiración al reconocimiento no pueden descalificarse, pero tampoco se debe aceptar su dictadura. Porque, para Zaid, el trabajo intelectual tiene también una dimensión omnívora y lúdica: un componente de esparcimiento que enseña y conmina a gozar y otro de entrenamiento ascético que ayuda a estar consciente de las propias pasiones. Dada la índole de este trabajo intelectual, conviene cultivar la calidad en lugar de la cantidad: en vez de leer mucho, leer mejor; en lugar de acaparar el micrófono fomentar la conversación y erigir alrededor de ella pequeños núcleos de civilidad y cordialidad. Lo que busca Zaid al nutrir la cultura libre es promover, más que ascensos curriculares, cambios espirituales. Esta prédica intelectual comprende no solo denunciar, sino demostrar con el ejemplo: así, mientras en De los libros al poder o El secreto de la fama Zaid muestra el modus operandi del saber institucionalizado y farandulero, en otros libros como Cronología del progreso o Mil palabras pone en escena un saber totalmente distinto al que critica: ágil, regocijante, riguroso pero libérrimo, ajeno a jergas y adscripciones.
Así, el antídoto para remover la petrificación o banalización de la cultura consiste en una denuncia risueña, porque nada más lejos de Zaid que el dedo flamígero o el conjuro purificador. La sonrisa frente a las desproporciones y ridículos es la mejor manera de revelar las distorsiones de la cultura. Por eso, Zaid incursiona con la mayor crudeza, pero también con la mayor sutileza, en esos terrenos en que se intersectan el prestigio cultural, el interés económico y el poder, utilizando variados recursos literarios, distintas ópticas disciplinarias y su implacable sapiencia irónica.
(ciudad de México, 1964) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana' (DGE|Equilibrista/UNAM, 2011).