Fotografía: Dinendra Haria

Elecciones europeas 2019: los límites del rupturismo

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El guion para la campaña de las próximas elecciones al Parlamento Europeo parece estar escrito. Consistiría en presentar estos comicios como una batalla entre proeuropeos y antieuropeos. Entre un grupo que reúne a personajes como Salvini, Orbán y Le Pen, frente a un grupo europeísta con Macron y Merkel, entre otros. Es una preconfiguración que no solo desplaza la batalla ideológica hacia una batalla de “causa”, sino que además parece configurar un nuevo escenario parlamentario posterior a la gran coalición. El Parlamento Europeo que salga de estas elecciones será un Parlamento atomizado y probablemente será el primero con los dos principales grupos con menos del 50% de los escaños. A este nueva “narrativa” electoral se añade una curiosa paradoja: el frente antieuropeo ha adaptado su planteamiento para asumir una tramposa lealtad institucional. El mensaje ya no es salir de o acabar con Europa, como decían el UKIP o el Frente Nacional hasta hace dos años, sino supuestamente “cambiar de modelo”.

En este sentido, es probable que la campaña se convierta en un gran campo de batalla con un cuestionamiento existencial por debajo. Y si bien es cierto que el debate de fondo sobre el futuro de Europa es una de las tareas pendientes, las circunstancias actuales y el momentum antieuropeo obligarán a estar atentos a dos posibles riesgos. El primero, perderse en debates fútiles sobre la “identidad europea”, en un momento en el que precisamente la interdependencia hacia la que evolucionan nuestras sociedades está ejerciendo una presión sin precedentes sobre conceptos como “soberanía política” o “fronteras nacionales”. La necesidad de regular la globalización nunca ha sido más acuciante. Precisamente por eso los que pretenden “recuperar el control” pueden esperar tener más éxito que nunca. ¿Es ese el debate que queremos tener?

El segundo riesgo es, si cabe, todavía más acuciante desde un punto de vista político. Se estarán ninguneando las preocupaciones a las que la ciudadanía mes a mes, eurobarómetro tras eurobarómetro, apunta con insistencia: la economía y los asuntos sociales, el medio ambiente y la transición energética o la inmigración.

Economía y asuntos sociales. Es probable que dos de los mayores éxitos del Parlamento Europeo y de la Comisión entre 2014-2019 –el Plan Juncker y el Pilar Social– ni se mencionen durante esta campaña. Son dos temas que en realidad requerirían un arsenal de propuestas para seguir el trabajo en 2019-2024. Respecto al plan, surgió de la iniciativa del presidente de la Comisión cuando asumió que su prioridad era “reactivar la economía y la inversión” después de los años de crisis. Y funcionó. Los 21.000 millones de créditos europeos se han transformado en 315.000 millones de inversión en 2018 para proyectos industriales, científicos y energéticos. Respecto al Pilar Social, se trata de un cambio copernicano en materia competencial. En noviembre de 2017, por primera vez en cincuenta años, el Parlamento, el Consejo y la Comisión abrieron la veda para empezar a regular y legislar en materia de derechos sociales, algo que hasta ahora había sido un jardín reservado a los Estados. En la práctica supone el pistoletazo de salida para que Europa avance en veinte puntos concretos que mejorarán la igualdad de oportunidades y de acceso al mercado laboral, las condiciones de trabajo y la protección e inclusión social. Mientras estamos inmersos en nuestra cruzada europeísta, ¿existirá un debate programático sobre cómo dar continuidad a estos dosieres claves para poder dotar de un alma social al proyecto comunitario?

Medio ambiente. A pesar del interés demostrado de la ciudadanía por los temas que tienen que ver con la lucha contra el cambio climático y la transición energética, no parece que los medios ni la clase política dediquen suficiente atención a este enorme reto global. La ue se ha fijado una serie de objetivos ambiciosos en materia de clima y energía para 2020, como la reducción del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero o que un 20% de la energía consumida provenga de fuentes renovables. Asimismo, está liderando a escala mundial el compromiso con los Acuerdos de París de 2015. ¿Se debatirá durante la campaña electoral cómo adoptar finalmente estos compromisos, teniendo en cuenta el contexto global?

Migración y asilo. Más de 3,2 millones de refugiados han solicitado protección internacional en la ue desde 2015, muchos de ellos huyendo de la guerra en sus países de origen. Más allá del imperativo de resolver la emergencia humanitaria y política en el Mediterráneo, el periodo 2019-2024 oculta una trascendencia enorme para las relaciones UE-África, incluyendo las políticas de desarrollo en los países de origen. Se deberán renovar los Acuerdos de Cotonú firmados en 2000 –la hoja de ruta por la que se rigen las relaciones entre los dos continentes–, así como la implementación efectiva del nuevo impulso de la Asociación UE-África (adoptada en 2017). ¿Qué medidas se van a proponer en materia de cooperación al desarrollo? En tanto que europeos, ¿qué soluciones vamos a aportar al tema, más allá de mejorar Frontex y plantear planes de reasentamiento para el asilo que luego los propios Estados son incapaces de cumplir?

Estas serán unas elecciones marcadas por los “nuevos antieuropeos” y un cierto rechazo tanto a los partidos tradicionales como a los viejos consensos que han determinado la agenda parlamentaria europea. El contexto es algo grotesco, ya que el abordaje ocurre cuando los enemigos más acérrimos –con poderosos aliados externos– ya no quieren destruir el proyecto sino hacer una Europa a su imagen y semejanza. Europa, en este sentido, se ha politizado. Bienvenido sea. El próximo paso sería politizar también sus contenidos, sus políticas. Y por ello, el “éxito” a largo plazo de estos comicios dependerá de desafíos de sobra conocidos: cómo generamos consensos amplios para seguir avanzando en la reforma de la eurozona y una Europa más social y productiva; cómo nos autoimponemos una política radical de lucha contra el cambio climático; cómo abordamos de manera conjunta y solidaria el reto migratorio; cómo avanzamos para legitimar y acercar las instituciones europeas a la ciudadanía. Hasta el más “eurorrealista” de todos, el general De Gaulle, tenía razón cuando decía que no es suficiente con gritar como un cabrito “Europa, Europa, Europa”. Hay que hacerla. ~

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es politóloga y asesora de relaciones internacionales del PSOE en el Parlamento Europeo.


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