El compromiso de los intelectuales

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Maximiliano Fuentes Codera y Ferrán Archilés (eds.)

Ideas comprometidas. Los intelectuales y la política

Madrid, Akal, 2018, 379 pp.

Han pasado ciento veinte años desde el caso Dreyfus y seguimos sin tener claro de qué hablamos cuando hablamos de intelectuales. Lo que es indudable es que llevamos doce décadas haciéndolo. Hoy en día es imposible estudiar las relaciones entre cultura, sociedad y política sin tener en cuenta las ideas que se han sedimentado acerca de lo que es o debe ser un intelectual. Lo mismo sucede con aquellas figuras consideradas más representativas de ese tipo ideal, o con los numerosos diagnósticos acerca del nacimiento, plenitud, decadencia y muerte (quizá trufados con alguna traición) de esta especie.

Ideas comprometidas es una valiosa aportación a los estudios sobre la figura del intelectual. Al mismo tiempo, es una obra que revela varias particularidades de este campo. Se trata de un libro coral, con catorce capítulos escritos por autores de diversas nacionalidades y áreas de especialización. Su formato y estilo son académicos, aunque la mayoría de los textos son enteramente accesibles para el lector no-especializado. El libro no tiene voluntad enciclopédica, pero los editores han realizado un encomiable esfuerzo por hacer justicia a la pluralidad del fenómeno del intelectual, particularmente en términos geográficos y temporales. Por sus capítulos desfilan situaciones pertenecientes a Francia, Italia, España, Portugal y Latinoamérica, y entre las figuras analizadas podemos encontrar nombres como los de Sartre, Camus, Martí, Rubén Darío, Rodó, Ortega y Gasset, Maeztu, Saraiva, Rolland, Bernard-Henri Lévy o Castilla del Pino. Por fortuna, los autores evitan el enfoque biográfico y moralizante que con demasiada frecuencia se estila al escribir sobre intelectuales. No caen en la hagiografía o el libelo, ni otorgan poder explicativo a los historiales sentimentales.

En general, Ideas comprometidas no busca problematizar lo que entendemos por un intelectual. Los autores de los distintos capítulos utilizan este término de forma genérica, como una manera expeditiva de referirse a figuras del mundo de la cultura y el pensamiento. Su interés se dirige más bien al concepto del compromiso. No es una cuestión menor, dado que este ha sido señalado con frecuencia como uno de los rasgos definitorios del intelectual. Pero, al mismo tiempo, este libro muestra que se trata de un concepto sumamente elusivo, sobre todo si se estudia de forma no tendenciosa.

Ideas comprometidas arroja, efectivamente, una conclusión: el compromiso es un fenómeno tan plural como el de los propios intelectuales. Los distintos capítulos nos muestran que compromiso puede ser tanto declararse objetor de conciencia durante la Primera Guerra Mundial como participar en las actividades de propaganda gubernamental durante aquel conflicto. Puede ser integrarse en organizaciones socialistas en la Europa de entreguerras, en el Partido Comunista Italiano tras la Segunda Guerra Mundial o en el psuc durante los años sesenta y setenta. Una modalidad del compromiso fue la militancia antiliberal durante la Segunda República española, como también lo fue dar forma literaria –a finales del XIX– a una identidad latinoamericana opuesta a la estadounidense. Compromiso, para un intelectual judío, podía ser cultivar una perspectiva cosmopolita o buscar un arraigo nacional. Compromiso también fue definirse ante la Revolución cubana, la masacre de Tlatelolco o el caso Padilla. El compromiso, en cierto París, fue hacer el tránsito del maoísmo al culto a los disidentes del comunismo –Solzhenitsyn, Havel o Kundera–. Compromiso, finalmente, puede ser tanto la trayectoria de Sartre como la de Camus.

Mención especial merece el caso francés, que recibe atención preferente en el libro –es objeto de cuatro capítulos–. Esto es sintomático: la historia de la cultura francesa contemporánea está especialmente ligada a la figura del intelectual. Pocas veces se ha adherido con tanta fuerza un arquetipo presuntamente universal a un país concreto. Sin embargo, el caso francés está atravesado por una pregunta: ¿nos encontramos ante la norma o ante la excepción? La duda se puede extrapolar también a los casos de Camus y de Sartre, quizá los dos autores sobre los que más se ha proyectado el ideal normativo del intelectual. Sus cambiantes fortunas en el imaginario popular –que se analizan en sendos capítulos de este libro– sugieren que ninguno de los dos fue tanto la cristalización de una esencia como un lienzo sobre el que distintas generaciones han ido proyectando sus propios deseos.

Una práctica habitual al abordar libros como este es señalar ausencias. Todo lector podrá repasar el índice e indicar algún autor o episodio que tendría que estar. Ello sería injusto por cuanto el libro es muy explícito acerca de su falta de ambición enciclopédica; tampoco la necesita para realizar aportaciones valiosas. Pero también se pueden extraer conclusiones del hecho de que no aparezca casi ninguna figura del mundo anglosajón, o de que la gran mayoría de personajes analizados sean hombres que transitaron por la izquierda política. Vale la pena reflexionar sobre cómo los sesgos a la hora de construir al intelectual como objeto de estudio determinan las cronologías acerca de su nacimiento, apogeo, decadencia y muerte. Esto permitiría avanzar en la dirección que señalan Fuentes y Archilés en la introducción de este libro: comprender que, si parece que el intelectual ha muerto, lo más seguro es que sencillamente se esté transformando. ~

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es escritor y profesor de historia contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. En 2022 ha publicado El mal dormir (Libros del Asteroide)


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