¿Cómo surgió la libertad religiosa por primera vez? Este es el tema de Persecution and Toleration (Cambridge Studies in Economics, Choice, and Society, 2019). Aquí me centraré en una parte de esa pregunta: ¿cómo obtuvieron los judíos derechos civiles?
El antisemitismo tiene una larga historia en Europa. En otro sitio he comentado que sus fundamentos institucionales están en la Edad Media. Pero incluso cuando los pogromos y la violencia antisemita fueron desapareciendo, permanecieron las discriminaciones y las restricciones hacia los judíos. No fue hasta el siglo XIX cuando los países de Europa occidental las retiraron. En Persecution and toleration, Noel Johnson y yo decimos que esta discriminación era consecuencia de la política económica de Estados frágiles. La libertad religiosa era imposible en Estados débiles que dependían de la legitimidad religiosa. Pero esto no responde la pregunta: ¿Cómo terminó la discriminación? ¿Cómo conseguimos la libertad religiosa?
La lucha por la emancipación judía fue larga. Cuando finalmente tuvo lugar se produjo al calor de la creación de los Estados liberales modernos. Solo cuando cambió la base institucional de la autoridad política la idea de dar a los judíos derechos civiles completos se volvió viable o incluso concebible.
Aquí me voy a centrar en la eliminación de las discriminaciones hacia los judíos en Inglaterra. Y en particular me centraré en una declaración paradigmática de libertad religiosa que realizó Thomas Babington Macaulay en el Parlamento en 1829 a favor de acabar con todas las discriminaciones que sufrían los judíos. Como declaración en favor de la libertad religiosa y del liberalismo en general está tristemente olvidada.
Los judíos se enfrentaban a restricciones a la hora de fijar su residencia, residir, trabajar o practicar su religión en todas las sociedades europeas antes de 1800. Estas sociedades eran gobernadas por reglas basadas en la identidad religiosa, reglas que trataban de manera diferente a los individuos según su fe religiosa. Gran Bretaña era relativamente liberal; cuando los judíos se establecieron en Inglaterra tras ser invitados por Oliver Cromwell en 1655, los judíos se libraron de la mayor parte de la legislación discriminatoria que tenían que sufrir en toda la Europa continental. En especial, no padecían las onerosas restricciones de residencia o matrimonio que sufrían muchas comunidades. Sin embargo, estaban excluidos del poder político y de los trabajos en leyes, servicios públicos y universidades.
La lucha por obtener una libertad religiosa completa duraría décadas. Incluso después de que se eliminaran las discriminaciones hacia los protestantes disidentes y católicos, existían quienes se negaban a que los judíos se sentaran en el parlamento, se graduaran en Oxford o Cambridge, o ejercieran de jueces.
Para comprender de dónde proviene esta oposición es necesario tener en cuenta que la religión sostenía el orden político, incluso en una sociedad tan aparentemente moderna como la Inglaterra del siglo XVIII. Las restricciones a disidentes, católicos o judíos no solo reflejaban un simple prejuicio. Gran Bretaña era una nación protestante. La lealtad al Estado era inseparable de la lealtad al Acuerdo Protestante de 1689. La Iglesia de Inglaterra era el baluarte de la Constitución. La élite anglicana monopolizaba los privilegios y rentas económicas. Los católicos, metodistas, cuáqueros y judíos eran tolerados -eran generalmente libres como ciudadanos privados-, pero se mantenían alejados del poder político.
Darle la vuelta a esto exigía una nueva base para la autoridad política. Como he comentado en otro artículo sobre la emancipación católica a principios del siglo XIX, la amenaza del catolicismo militante coincidió con la pérdida de poder de la Iglesia de Inglaterra. Mientras, el limitado acuerdo oligárquico post-1689 estaba siendo desafiado. Las élites británicas se vieron obligadas a reimaginar las fuentes de su legitimidad política.
Uno de los primeros en hacer esto fue Thomas Babington Macaulay (1800-1859). Como diputado, Macaulay era una figura del establishment y no un radical. Pero su visión del gobierno era fundamentalmente diferente a la que promovieron sus predecesores. Era una visión secular y liberal del rol del Estado, en la que las reglas identitarias basadas en la religión no tenían lugar. Pensaba que “los hombres no tienen la costumbre de considerar cuál es el fin del gobierno, y por eso las discriminaciones hacia los católicos y los judíos han sido sufridas durante tanto tiempo.”
Escuchamos hablar de gobiernos esencialmente protestantes y de gobiernos esencialmente cristianos, algo no muy diferente a decir que hay una cocina esencialmente protestante o una manera esencialmente cristiana de montar a caballo. El gobierno existe con el propósito de mantener la paz, con el propósito de obligarnos a resolver nuestras disputas a través del arbitraje en vez de a través de los puños, con el propósito de obligarnos a satisfacer nuestros deseos con diligencia en vez de con rapiña. Esta es la única misión para la que la maquinaria del gobierno está adaptada de manera particular, la única misión que establecen los gobiernos sabios como su objetivo principal.
Macaulay propone una visión del gobierno liberal, no heroica, instrumental. El Estado no es un proyecto o un cuadro; es un mecanismo para resolver disputas pacíficamente y para facilitar la cooperación social. Es una herramienta creada para servir objetivos específicos y prácticos, no es una religión o una obra de arte que aspira a cubrir necesidades simbólicas o espirituales.
Si uno acepta esta visión liberal del Estado, lo siguiente es aceptar la libertad religiosa. Como dice Macaulay,
Los elementos de diferencia entre el cristianismo y el judaísmo tienen mucho que ver con la capacidad de un hombre para ser un obispo o un rabino. Pero no son muy diferentes sus habilidades para ser un magistrado, un legislador o un ministro de finanzas que sus habilidades para ser un zapatero. Nunca se le ha ocurrido a nadie obligar a un zapatero a realizar una declaración de fidelidad a la fe cristiana. Cualquier hombre preferiría que le arregle los zapatos un zapatero hereje que una persona que suscribe los 39 artículos [el código anglicano] pero que nunca ha usado un punzón. Los hombres actúan así, no porque sean indiferentes a la religión, sino porque no ven qué tiene que ver la religión con arreglar zapatos. Pero la religión tiene tanto que ver con arreglar zapatos como con el presupuesto y las estimaciones del ejército. Hemos tenido muchos ejemplos claros en los últimos veinte años que prueban que un buen cristiano puede ser un mal ministro de Hacienda.
¿Por qué este argumento, que nos parece natural, sorprendió a los contemporáneos de Macaulay? Israel Feinstein ha dicho que “en su visión era precisamente la diferencia religiosa lo que impedía a un judío ser un legislador en un país cristiano. Para ellos, el argumento de Macaulay era dogmático, incluso irracional y claramente una falacia de petitio principii.”
Herbert Butterfield ha señalado que
Aquellos interesados en conocer cómo surgió la libertad estarán a salvo de determinados errores si no olvidan que están observando las acciones y objetivos de hombres de manera retrospectiva; están haciendo desde aquí observaciones de una gran transición. (Butterfield, 1977, 574).
La visión liberal de Macaulay sobre el Estado tenía sentido solo en el otro lado de esta transición. Presuponía un Estado que se había desplazado desde reglas identitarias basadas en la religión hacia reglas generales. Y esta transición, como discutimos en Persecution and toleration, es la base de las sociedades liberales modernas.
Por supuesto, una vez emancipados, los judíos brillaron en numerosos campos y las sociedades europeas obtuvieron enormes beneficios culturales y económicos. La emancipación también tuvo un efecto transformador en las propias comunidades judías, y dio lugar tanto al movimiento de judaísmo reformista liberal como a varias ramas de la ortodoxia. Pero la emancipación también provocó una reacción violenta.
Aunque la transición desde reglas identitarias a reglas generales y el consiguiente progreso de las sociedades modernas liberales y el crecimiento económico trajo enormes beneficios netos, hubo muchos perdedores, individuos que perdieron estatus relativo a medida que la industrialización reestructuró el orden económico. Muchos culparon a los judíos, que fueron vistos como los mayores beneficiarios del nuevo orden liberal.
El antisemitismo moderno surgió a finales del siglo XIX coincidiendo con la eliminación de las últimas restricciones hacia los judíos. En Bavaria, por ejemplo, una petición ciudadana de la localidad de Hilders se oponía a la emancipación de los judíos porque los habitantes no deseaban “humillarse frente a los judíos” (Hayes, 2017, 23).
El liberalismo resiste en países como Reino Unido o Estados Unidos, donde sus fundamentos institucionales y culturales son fuertes, pero no es irreversible. Para preservar esos fundamentos es útil recordar cómo se construyeron. Desde esa perspectiva, la cuestión de la emancipación de los judíos es instructiva y nos sirve también de advertencia.
Traducción de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en Liberal Currents.
Mark Koyama es profesor asociado de economía en la Universidad George Mason.