El historiador francés Jean Delumeau nos dejó el pasado 13 de enero a los 96 años. Su amplia obra le había convertido en una guía irrenunciable a la hora de comprender la historia occidental y desbrozar los peligros que nos acechan cuando nos acercamos a ese país extraño que es el pasado. Quizá no fuera uno de los historiadores más mediáticos, pero sus libros han entusiasmado por igual a especialistas y lectores inquietos. Ernst Gombrich repitió constantemente que la historia no estaba poblada de abstracciones, sino de hombres y mujeres concretos. Y Delumeau lo sabía a la perfección.
Por esa razón fue uno de los mejores exponentes de la renovación que supuso la pujanza de la historia de las mentalidades en el último tercio del siglo pasado. Frente a los excesos de un interés cuantitivista que buscaba el marchamo científico, un grupo de historiadores –entre los que se encontraban Georges Duby, Jacques Le Goff, Philippe Ariès, Pierre Nora, Maurice Agulhon o Emmanuel Le Roy Ladurie– se encargó de resituar el lugar de la cultura en el pasado desde una perspectiva antropológica y social. Las emociones, las representaciones, los sentimientos, los valores o las creencias se colocaron en la agenda historiográfica. Y en una posición preeminente.
Nacido en 1923, Delumeau se convirtió en un aventajado alumno normalien durante la Segunda Guerra Mundial, donde consiguió la agregación en Historia. Discípulo de Fernand Braudel, tras doctorarse con un trabajo sobre la vida social y económica de la Roma de mediados del siglo XVI, su periplo académico le llevó de las universidades de Rennes y París a la École Pratique des Hautes Etudes. En 1975 consiguió ingresar en el Collège de France como catedrático de historia de las mentalidades religiosas, donde estuvo hasta su jubilación en 1994. Los que tuvieron la oportunidad de escucharle, destacaron siempre su claridad expositiva y la sutileza de pensamiento, así como la capacidad para reconstruir esos mundos sepultados por el peso de los siglos.
Delumeau siguió trabajando hasta el final de sus días. Continuaba investigando y escribiendo e, incluso, acudía a las reuniones de la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres en París. Varias generaciones de historiadores le reconocieron como un maestro que revitalizó la investigación de la historia religiosa de una Europa que se movía entre las aguas finales de la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. El cambio transcendental en su carrera se produjo en 1971 con la publicación de Le Catholicisme entre Luther et Voltaire.
Dejaba de lado sus intereses económicos y se sumergía en el complejo universo de la religiosidad moderna. Sus estudios sobre el miedo, el pecado, el Paraíso, los sacramentos, la paternidad, la felicidad o la blasfemia son ya clásicos que se siguen leyendo y utilizando. Desde entonces sus investigaciones se asentaron siempre en un dominio absoluto de las fuentes primarias, pero también usó con inteligencia la literatura de la época, los conocimientos de la psicología humana y los desarrollos de las Ciencias Sociales. Todo testimonio pasado, por anecdótico que pareciera, era aprovechable para construir una historia total del ayer.
Su obra maestra fue El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada (1978, reeditada recientemente por Taurus), que tiene como correlato Le Péché et la peur: La culpabilisation en Occident (XIIIe-XVIIIe siècles) (1983). Se trata de un trabajo prodigioso que intentaba analizar, yendo de lo general a lo concreto y de los ambientes más populares a los de la élite, los principales mecanismos del miedo a lo largo de un tiempo histórico amplio. Probablemente fue el primer intento de largo aliento para explicar este fenómeno social defensivo.
Aunque otros, como Lucien Febvre o Georges Lefebvre, ya lo habían intentado, nadie puede hablar del miedo hoy sin hacer referencia a Delumeau. Nos descubrió entonces que la Europa medieval no fue un territorio tan cristianizado como supuestamente se pensaba y que la “pastoral del miedo” que se forjó en aquella época fue una herramienta ambivalente que sirvió para combatir temores y controlar a los creyentes.
Hay una dimensión biográfica de Delumeau que no puede ser olvidada: fue un católico rebelde y crítico influido por la experiencia del Concilio Vaticano II. De hecho, publicó varios ensayos sobre la salud de la Iglesia, sus desafíos y problemas (Le christianisme va-t-il mourir? en 1977 o Guetter l’aurore. Un christianisme pour demain en 2003). Consideraba que el mensaje cristiano se escondía detrás de las achacosas estructuras eclesiales y que estas debían cambiar de rumbo.
Utilizó su ascendencia pública para opinar sobre algunas cuestiones candentes y en constante conflicto, como la descentralización jerárquica, el celibato sacerdotal, los avances ecuménicos o el lugar de las mujeres dentro de la Iglesia. Su último libro, L’avenir de Dieu (2015), era un intento de explicar la interrelación que había existido entre dos de sus vocaciones, como hombre de fe e historiador.
Y es que las preocupaciones de los sujetos de sus estudios le permitieron iluminar su propio recorrido personal. Delumeau escribió un pequeño texto para su funeral en el que explicaba que vivía su últimos días confiado y esperanzado: “me abandono en Ti. Voy a entrar en la tierra. Pero que mi último pensamiento sea el de la confianza”. Este fue el legado final de quien nos enseñó tanto sobre el miedo.
Historiador especializado en el mundo contemporáneo y profesor universitario.