Paso 1
“Everyday I’m shuffling”, dice la canción en el punto más alto en la cresta de las emociones. Es el máximo espectáculo deportivo en el mundo y ella es el máximo espectáculo musical: Madonna en el medio tiempo del Super Bowl. No es solo el juego anual más importante del imperio, sino también una exhibición de síntesis y apoteosis de mercadotecnia, ingeniería para el entretenimiento y cultura pop, que en febrero de este año rompió record de de audiencia con 111.3 millones de televidentes en Estados Unidos.
Dentro de algunos años es muy posible que millones de estos espectadores no recuerden qué equipos disputaron ese campeonato en su edición XLVI, New York Gigants-New England Patriots, mucho menos el marcador final, pero el show de medio tiempo será inolvidable: Madonna cantando y, lo más importante, bailando Party Rock Anthem.
El cuerpo de Madonna es un monumento a la preservación del paso del tiempo. Su piel es la de una afrodita del capitalismo y solo merece ser tocada para fines artísticos-comerciales por quienes alcanzan la cumbre más alta del éxito. Y así fue: RedFoo, del dueto LMFAO, tomó a Madonna de las piernas y la cargó sobre los hombros. Sacrilegio si no fuera porque dos de los tres videos musicales más populares en Estados Unidos en 2011 fueron de este par de greñudos: Party Rock Anthem, precisamente, y, el otro, Sexy and I Know it. Ambos sencillos fueron número uno en la lista de Billboard. Ellos mismos, RedFoo y Sky Blu, protagonizaron uno de los multimillonariamente costosos comerciales de Bud Light durante el Super Bowl.
Al centro del escenario de luces en forma de un gigantesco aparato reproductor de música, diosa y advenedizos a la cumbre de la fama ejecutan la coreografía de moda, una versión comercial del shuffle, apenas unos pasitos anodinos, como para convertirse en un clásico de las bodas, tal como el muy reciente Gangam Style.
Paso 2
El exitoso video de Party Rock Anthem nos muestra la calle basurienta de un barrio popular, un Harlem o un Tepito, para representar una práctica cultural: el baile en las calles de grupitos de jóvenes en torno a una grabadora, a semejanza de como lo hicieron las películas Breakin’ (1984) y Step Up (2006), así como Flashdance (1983) y Fame (1980) en menor medida, pero esta vez actualiza el fenómeno a la versión del shuffle: arrastrar los pies de adelante hacia atrás repetidamente y elevando las rodillas hasta hacer una caminata acelerada casi sin avanzar, alternando con giros (spins) y acompañando con deslices laterales (slices), básicamente.
El shuffle es la novedad que nos presentan en escena, que, como otros productos de consumo de masas, es tomado de algunos rincones más o menos vanguardistas de lo popular para ser llevado a un proceso que lo descafeína, descrema, envuelve atractivamente y publicita ampliamente para hacerlo moda. El tema musical es un híbrido de balada, tecno chatarra y una pizca de hip hop. Los roles de la coreografía son de jóvenes nini, vagos ordinarios, adultos forever young, lolitas con ropa de sex shop y una mujer fatal tipo Britney Spears wannabe (Lauren Bennet). Un coctel perfecto para el caso.
Paso 3
Se considera a Melbourne, Australia, la ciudad de donde procede este baile del que se han derivado estilos semejantes o afines. Uno de ellos es el jupstyle, idealmente para jóvenes no mayores de 21 años y que pesen menos de 60 kilogramos para que las rodillas no acaben molidas. Todos los dancers de shuffle o shufflers comparten el mismo tipo de música: el hardstyle, un género electrónico con un beat muy rápido y un bajo o bombo que destaca mucho por su potencia y repetición, semejante a lo que en la primera mitad de los años noventa era conocido como hardcore y gabber house, muy identificados con sellos discográficos de Rotterdam, Holanda, historia anterior al nacimiento de estos chavos también llamados harders. Para ellos, la sudadera tipo jumper o hoodie es básica, así como la gorra de corte beisbolero y los tenis. Los más en onda llevan pantalón acampanado y tirantes (suspenders) de colores sueltos colgando hasta la altura de las rodillas.
El punto es que los shufflers (los y las, por supuesto) son un fenómeno de dimensión mundial: los hay en plazas públicas de numerosas ciudades. En la de México, por ejemplo, se ven en la Alameda, frente al Hemiciclo a Juárez, en el Deportivo Eduardo Molina o en el quiosco del Centro de Coyoacán. También hay muchos que bailan solos o en pareja en su casa y se graban para poner el video a disposición en YouTube, al fin de cuentas que hacerlo en la calle es efímero y limitado si no se preserva la experiencia para poder darla a conocer por medio de internet. No tiene mucho sentido hacer unas retas o competir en batallas de quién baila mejor si no va a trascender mediáticamente. Inclusive se hacen torneos en los se compite con videos y se vota en alguna página de Facebook.
Paso 4
En el mismo fin de semana en que se lleva a cabo el festival Corona Capital en la Ciudad de México, 13 y 14 de octubre, se realiza parte de la gira en México de LMFAO, nueve fechas de Sur a Norte, de Mérida hasta Tijuana. Son los mismos días del Hard Fest 2012, “el primer festival hard dance”. Las sedes son el Deportivo Zaragoza en Atizapán y el Salón Williams en Temoaya, una en el extremo norte de la Zona Metropolitana del Valle de México y la otra en la periferia de Toluca. Lo de primer festival es menos que un eufemismo y más bien publicidad para una fiesta de hardstyle, en la que no parece haber más de 300 o 400 asistentes al Deportivo (unas canchas de basquetbol con una lona), incluidos —válgame dios— los de la zona VIP. Nicho recóndito en una colonia jodida, pero qué buena calidad de audio y juego de luces, de locutores (MC’s) y un line up de excelentes dee jays. El productor, Albert One, cumple en tiempo y forma con lo que ofreció a los asistentes a cambio de sus 130 pesos: Demoniak, de Bélgica, Dr Phunk y Kevin Kaos, de Holanda, así como los mexicanos Kike One, Manuel Palafox y el propio Albert.
Banda conocedora, entregada a los artistas, muy respetuosa y dedicada a pasarla bien bailando, brincando o simplemente disfrutando la música, reconociendo las canciones y cantándolas-tarareándolas, tomando fotos y videos, por supuesto. Varios grupitos le dan duro al shuffle, una que otra chavita en su papel, con short y calcetas arriba de las rodillas,un dealer de solventes (activo sí, cero mota, cero coca, cero tacha), descamisados bailando slam, puesto de pizzas, cerveza Heineken, baño de a cinco pesos… Aquí no importa quién esté en el Bizko Club del Corona Capital ni la gira de LMFAO. Los héroes están en la casa. Este lugar, aunque no lo parezca, es un poquito, como dice la canción, un lugar al final del arcoíris.
Aquí un playlist de shuffle dance.
Politólogo y comunicólogo. Se dedica a la consultoría, la docencia en educación superior y el periodismo.