Medio siglo después de adaptar la inclasificable La celosía al cine, el artista conceptual y plástico Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937) retorna al séptimo arte tras dirigir Un diálogo circunstancial junto a Luis Deltell, un cortometraje en el que se reflexiona sobre la importancia del montaje y en el que experimenta con el tiempo y la narración. Deltell, a su vez, es autor junto a Miguel Álvarez del documental sobre la obra del murciano No escribiré arte con mayúsculas (2015).
En estas cinco décadas que separan sus dos filmes Valcárcel Medina ha gestado una de las carreras más prolíficas, dinámicas y originales del arte contemporáneo español. Reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas (2007) o el Premio Velázquez de Artes Plásticas (2015), entre sus trabajos se puede destacar Conversaciones telefónicas (1972), El diccionario de la gente (1976) o la serie Arquitecturas prematuras (1984-1992), y ha mostrado su obra e ingenio en ciudades como Sao Paulo, Asunción o Venecia, así como en instituciones como el Macba o el Museo Reina Sofía. Siempre inquieto y con muchos proyectos en el horizonte, el incansable creador nos recibe en su céntrico apartamento madrileño para repasar su trayectoria horas antes de coger un avión a Roma para continuar con la promoción de Un diálogo circunstancial, el cual desea que no sea su último trabajo tras la cámara, ya que confiesa que el cine es un arte que le apasiona.
¿Cómo surge la idea de rodar Un diálogo circunstancial?
Es una idea muy antigua. La escribí hace bastante tiempo, pero como no tenía acceso a productor, intérpretes, cámaras y demás, la abandoné. Escribí un diálogo en el que se jugaba con la idea del montaje, pues creía que en el cine tradicional este siempre es igual. Quería que la película se montase hablando primero un personaje en su totalidad, luego otro y, finalmente, el último, deshaciendo así el montaje ensamblado tradicional y jugando con este. Si bien el guion quedó mucho tiempo guardado en un cajón hasta que un día, hablando con Luis Deltell le comenté la idea y decidimos hacer la película.
Es su vuelta al cine tras medio siglo sin rodar.
El cine me gusta mucho, soy un asiduo espectador de la Filmoteca y siempre que puedo me escapo a ver una película. No obstante, creo que aquel que no es cineasta cuenta con unas dificultades enormes. Es muy caro y eso me ha alejado siempre de hacer cine. Hice, junto a un grupo de amigos y colaboradores, La celosía (1972), en donde adaptamos una obra de Alain Robbe-Grillet, pero lo hice porque me lo pedía el cuerpo de una manera imperiosa. Apenas tuvimos gastos, el rodaje fue en mi propia casa y se le encargó a un mecanógrafo que hiciese los textos y los pasase a los carteles. Al estar solo los lectores de estos carteles y no haber actores no me costó nada hacerlo. Ni siquiera había alardes técnicos ni encuadres especiales. Pero en este plan de producción no quise embarcarme en más proyectos cinematográficos. Aun así, tras haber rodado Un diálogo circunstancial, si surgiera otra oportunidad por el estilo me embarcaría, pues el cine me gusta muchísimo.
Quizá se puede observar cierta continuidad entre La celosía y Un diálogo circunstancial.
Luis Deltell dice que sí, aunque yo no lo veo. Puede ser en lo anárquico de ambas, en el hecho de que en las dos aspiren a un cierto rupturismo. La celosía rompía con la imagen, mientras que en esta lo que se ha pretendido es acabar con la noción tradicional del montaje por completo.
Dice Jeff Koons que espera que el espectador, ante cada una de sus obras, solo tenga que exclamar ¡wow! Usted, por su parte, siempre ha abogado por un arte participativo, ¿qué le pide al espectador cuando se confronta con su obra?
Que se implique, que se juegue el tipo en algún sentido. Mi obra no busca la mera contemplación, como pide Koons, sino la participación. El espectador tiene que poner algo de sí cuando se enfrenta a mi obra. Le pido ese pequeño compromiso que forma parte del juego entre autor y espectador.
En alguna ocasión ha dicho que es más difícil escapar del dinero que de la policía, y siempre ha mantenido una actitud alejada de los designios del mercado artístico. ¿Ha sido complicado mantener esta actitud en algunos tramos de su trayectoria como creador?
Si se analiza conforme a la situación actual del arte sí que es complicado. Pero yo hice un planteamiento propio previo de situarme como autor lejos del mercado del arte, pues pensé que el dinero que iban a generar mis actividades no iba a constituir el dinero de mi vida. Este planteamiento me ha permitido crear con una gran libertad, sin pensar en las ganancias. Es una decisión que tomé a los 18 años y hace que mi creación, en este sentido, sea libérrima. Yo no hago nada en el territorio del arte por motivos ajenos a mi propia voluntad. Esta libertad que me concedo a mí como autor es la misma, por supuesto, que ha de tener el espectador. Estos días, en el pase del Círculo de Bellas Artes de La celosía, la gente se salía. Pues bien, lo acepto. Al igual que tengo mi libertad para hacer lo que siempre he querido, está la del espectador para hacer lo que le plazca cuando se enfrenta con mi obra.
Se ha negado siempre a tener obras en los museos, y su creación es por naturaleza efímera. ¿Le preocupa no tener legado físico?, ¿le gustaría que en un futuro en las escuelas de arte y universidades salga a relucir el nombre de Isidoro Valcárcel Medina como uno de los grandes creadores españoles contemporáneos?
La verdad es que es algo que no me he planteado apenas, porque no me preocupa en absoluto. Ni lo he pretendido nunca ni me molestaría que así fuese. Cuando alguien, en alguna ocasión, me reprocha que al apostar por lo efímero no voy a dejar legado para la posteridad, yo me río y le digo que más que posteridad de lo que se ha de hablar es de ‘posterioridad’.
Siempre en la búsqueda de nuevos procederes y experimentando con el objetivo artístico, ¿diría que su trayectoria artística ha sido, y es, coherente?
Lo he intentado. Sé que, al menos, conmigo mismo sí que lo he sido. Siempre he hecho lo que he querido, independientemente de que los proyectos no saliesen adelante por un motivo u otro. Incluso, muchas veces vuelvo a proyectos pasados que dejé inconclusos, que no se realizaron. En la sala Rekalde de Bilbao me echaron para atrás una obra que tenía alusiones a la violencia de ETA, aunque de un modo sutil, y finalmente no se pudo hacer. A veces he vuelto a ella. O, en el Macba, me pidieron una obra para una exposición sobre la televisión, y creé una instalación formada por una televisión que solo emitía interferencias situada en frente de un sofá, pero el museo no me la compró. No obstante, pasados diez años, la monté, a menor escala, para una exposición en la Casa Museo Lope de Vega de Madrid. He reciclado y rescatado algunos proyectos. A estos los llamo “refritos”. En este sentido sí que soy coherente, porque siempre hago lo que quiero, aunque no salga en un primer momento, y luego intento rescatarlo. La propia Un diálogo inconcluso es también un “refrito”.
¿Cree que la obra de arte ha de ser fiel a su tiempo?
Es una pregunta de difícil respuesta. Pero creo, precisamente, que ser fiel a su tiempo, para un autor como yo, consiste en ir en contra de su tiempo. Es decir, solo soy fiel a mi tiempo cuando soy contradictorio, siendo desleal a la tradición. La fidelidad pasa por tratar de ser rupturista conforme a lo que se está haciendo en ese momento.
Comenta que hay que ser infiel a la tradición pero creo que para ser rupturista, justamente, se ha de conocer la tradición.
Sí, porque la tradición existe y tú, como creador, has salido de ahí. Uno tiene siempre sus maestros. Velázquez me vuelve loco, y puedo pasarme horas ante algunos de sus cuadros. O lo mismo me ocurre con el director Jean-Luc Godard, cada vez que veo una de sus películas. Evidentemente, aprendes de tus maestros y eso lo archivas en tu interior. Lo que vas aprendiendo a lo largo de tu vida y tu formación te es útil, un acervo que tienes y no puedes prescindir de ello aunque quieras. No puedes dar un paso en el mundo del arte sin tener en la recámara todo lo que has visto. Siempre acudes a tus referentes, aunque sea de forma involuntaria.
Cita a Velázquez como maestro pero, en el campo del acto conceptual, ¿qué referentes tiene?
Pienso en Timm Ulrichs. Me parece fantástica una obra en la que realiza una maratón en una cinta de correr de gimnasio. Él invierte exactamente el mismo tiempo corriendo que el ganador de la maratón de las olimpiadas, pero sin llegar a ninguna meta. Lo veo como el sumun de la valoración de lo que es correr independientemente del motivo que haya para ello, y es una actuación que a mí me dice mucho, toda la ironía que encierra.
Creo que la ironía es también un elemento imprescindible para entender su trayectoria artística. Pienso en Conversaciones telefónicas o en su instalación para el Macba en la que pintó una pared blanca de cincuenta metros cuadrados con pintura blanca y un pincel de acuarela.
Sí que lo es, pero sin por ello considerarme un humorista ni algo parecido. En muchas de mis obras se produce esta ironía, pero yo no lo busco, aparece. Conversaciones telefónicas es un buen ejemplo. Telefoneaba a la gente solo por si querían apuntar mi nuevo número de teléfono, pero en el transcurso de las conversaciones aparecía la risa de manera no premeditada.
Se diría que tiene del arte una idea más desenfadada, lejana al planteamiento nietzscheano de considerar lo artístico como tarea suprema de la vida.
Rechazo las cosas grandiosas con respecto al arte. De hecho, el documental que filmó Luis Deltell sobre mi obra se titula No escribiré arte con mayúsculas, pensando en esta premisa. Prefiero denominarme como un autor, y nunca como un artista, porque autor es una palabra mucho más vaga, que no presupone ninguna tarea suprema. Creo que se ha de rebajar la aureola que tiene el arte.
Siempre activo como creador y, actualmente, en plena promoción de Un diálogo circunstancial, ¿en qué otros proyectos trabaja?
Además de emplearme en algunos “refritos”, tengo entre manos un proyecto sobre el mundo de la escenificación del que aún queda bastante por perfilar. Es una parodia sobre el teatro, pues me disgusta bastante tal cual se hace este hoy en día. Vivo en un barrio de teatros y no voy nunca, lo cual me da rabia porque creo que el mundo de la escenificación ofrece muchas posibilidades. Estoy pensando en ello, y creo que por este camino discurrirá mi siguiente actuación.
Si echa la vista atrás a su larga trayectoria, ¿qué obra le hace sentirse especialmente orgulloso y feliz?
Orgulloso es una palabra que no me gusta. Feliz me ponen todas mis obras. No hay ninguna que no me haya proporcionado un bienestar grande porque todas las he hecho siguiendo mi criterio, sin presiones y, si no estoy satisfecho con ellas, no las muestro. Lo único que ha visto la luz es aquello que me ha hecho sentirme feliz durante el proceso de creación y en su resultado final.
Elios Mendieta es periodista. Es autor de 'Memoria y guerra civil en la obra de Jorge Semprún' (Escolar y Mayo).