Foto: Ralf Schulze / flickr.com/photos/rs-foto

Ernesto Cardenal, poeta teólogo

Desde su temprana simpatía por el franquismo hasta su adhesión a los ideales revolucionarios sandinistas y, en la última etapa de su vida, su defensa intransigente de la democracia, el poeta fue una figura emblemática de la historia de Nicaragua.
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Ernesto Cardenal, fallecido el 25 de febrero a los 95 años, mantendrá su lugar como una de las figura emblemáticas de la intelectualidad nicaragüense y de la poesía latinoamericana. Su trayectoria es, en muchos aspectos, emblemática de la historia de Nicaragua. Nacido en 1925 en el seno de una importante familia conservadora de la ciudad de Granada, desde muy temprana edad estuvo en contacto con el mundo de las letras nicaragüenses, muy especialmente con el Movimiento de Vanguardia, del cual su primo Pablo Antonio Cuadra estaba, junto con Coronel Urtecho, en primera línea. Como ellos, Cardenal osciló entre la simpatía por el tomismo y el franquismo, combinada con la fascinación por Estados Unidos y la poesía de Pound, y la adhesión a unos ideales revolucionarios más inspirados por el castrismo, el indigenismo revivido y el movimiento beatnik que por el marxismo. Fue ministro del gobierno sandinista entre 1979 y 1987, y en el atardecer de su vida optó por hacer una defensa intransigente de la democracia.

Así, durante su juventud fue apólogo del régimen de Franco y de sus intenciones hispanófilas. Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad de Columbia antes de volver a Nicaragua para participar en un intento de derrocamiento contra el general Somoza, cuyo fracaso lo obligaría a partir al exilio. Se unió a la abadía trapense de Gethsemani en Kentucky, donde fue discípulo de Thomas Merton. En 1965, después de ser ordenado sacerdote, fundó una comunidad cristiana en una isla del archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua, donde escribiría sus Evangelios de Solentiname, que hicieron de él un personaje destacado en la Teología de la Liberación.

Hasta fines de los años 60, su poesía, publicada en plaquettes, efímeras revistas literarias o en el suplemente literario del periódico La Prensa de Managua, denuncia la alienación del mundo contemporáneo y participa de una veta indigenista y anticolonial. En el extraordinario Oración a Marilyn Monroe, Cardenal transformó a la actriz convertida en sex symbol en un emblema de la soledad dentro de un mundo marcado por la alienación de las imágenes publicitarias. Pensemos también en El estrecho dudoso, donde contrapone al Edén de la época precolombina con los estragos de la Conquista, de la modernización a ultranza y de las fechorías del imperialismo injerencista.

Su viaje a Cuba en 1970 y su libro En Cuba, que ve la luz en 1972, así como la publicación, en ese mismo año, del Canto nacional dedicado al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), son muestra de su acercamiento a las ideas de esta organización marxista-leninista. A partir de ese momento, Cardenal denuncia el “formalismo” de las libertades burguesas y tiende un puente entre las aspiraciones cristianas y el proyecto comunista –“Comunismo o reino de Dios en la tierra que es lo mismo”–, en el cual se materializan, a su entender, los ideales cristianos de la frugalidad y la fraternidad. De forma paralela, Cardenal evoca con admiración ya no solo a la persona de Augusto César Sandino, sino también a su lucha y la de sus lugartenientes,  “Pedrón” Altamirano y Miguel Ángel Ortez, todos ellos estigmatizados como los “bandidos de Las Segovias”.

Publicado luego del terremoto que destruyó Managua la noche del 23 de diciembre de 1972, su Oráculo sobre Managua fue también una oda al FSLN. Ahí saludó la aparición del Frente como el anuncio de la proximidad del reino de Dios, y comparó este venida a la de “una célula seminal masculina [que] penetra en el óvulo femenino”. “Volver concreto el reino de Dios. Es una ley establecida por la naturaleza”. La clandestinidad equivale a las catacumbas, el revolucionario es “un santo militante”. El celibato, la Sierra Maestra cubana, la Larga Marcha china, los sufrimientos del Che Guevara en Bolivia son vistos como sacrificios. El pueblo es pensado como una masa que se eleva. “La Iglesia del futuro será solamente aquella de los revolucionarios. Un hombre nuevo… un tiempo nuevo… una tierra nueva… una ciudad sin clases (sociales)… una ciudad libre en donde Dios es todos”.

Cardenal definía su poesía como “objetiva, narrativa, anecdótica. Hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombre propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos”. En pocas palabras, por retomar sus términos, “una poesía impura”. Como ha escrito José Miguel Oviedo, su poesía no es “realista” sino una “poesía de lo real, un desprendimiento verbal del mundo objetivo, […] una especie de fusión de muchos discursos, escritos u orales, más cerca de la prosa que de el verso […] intensamente coloquial directo y comunicativo. […] Cardenal dice, no canta ; expone, no compone”.1

La paradoja es que, de 1966 a 1979, este poeta y hombre de la iglesia, retoño de una gran familia conservadora y devenido miembro del FSLN, movilizó aureolas por completo tradicionales: el prestigio del poeta en la patria de Rubén Darío, el del cura en un país eminentemente católico y la pertenencia a los mejores medios sociales para legitimar la acción revolucionaria, subrayando la convergencia entre cristianismo y marxismo. Es en esa calidad que fue nombrado ministro de Cultura durante la revolución sandinista (1979-1987).

Fueron años de militancia revolucionaria, en la cual proclamó su adhesión a consignas de lo menos liberadoras: “Dirección nacional ordenada”. La teología de la liberación y la defensa de los oprimidos gira drásticamente hacia la adulación del poder del partido de Estado que durante diez años fue el FSLN. El encausamiento por parte de la jerarquía católica y la suspensión a divinis por parte de Juan Pablo II en 1984 fueron de la mano con la fetichización del poder revolucionario. Como escribió Oviedo, él tendía a a ver las cosas entre nubarrones apocalípticos y con lentes dogmáticos del iluminado por la Verdad : su generoso humanismo (estuvo) rodeado por los peligros del absolutismo”.2

La derrota electoral de los sandinistas en 1990 le dio la oportunidad de recuperar su libertad de pensamiento y de reanudar con palabra profética su crítica de los poderes establecidos. Él fue uno de los pocos militantes sandinistas que rompieron con Daniel Ortega al denunciar, desde principios de la década de los 90, prácticas e intenciones antidemocráticas presentes tanto en el seno del FSLN como en el conjunto de la sociedad nicaragüense. Después participó, en 1995, en la fundación del Movimiento Renovador Sandinista, a fin de crear una organización política democrática que rompiera con la cultura caudillista nicaragüense. Sus memorias, publicadas en cuatro volúmenes a partir de 2000, muestran su inquietud por cuestionarse de manera crítica, aunque quizá demasiado timorata, sobre los extravíos políticos de la revolución y sobre su burocratización.

El retorno al poder de Daniel Ortega en 2007, y su proyecto de fundar un régimen tiránico, incitaron a Cardenal a volver, a sus 80 años, al activismo que comenzó contra el régimen de los Somoza. Su coraje y su libertad de palabra la valieron la persecución sistemática de la justicia nicaragüense que, bajo las órdenes de Ortega, intentaron expulsar a su comunidad cristiana de Solentiname y le impusieron multas extraordinarias.

Los tres días de duelo nacional decretados por el gobierno Ortega-Murillo luego de su muerte no deben llevar a engaño. No se trató de un homenaje, sino de un intento repugnante de apropiarse de la figura de uno de los grandes poetas-teólogos del siglo, que denunció a estos nuevos faraones.

 

1 Historia de la literatura hispanoamericana 4. De Borges al presente, Alianza Universidad Textos, 2005, Madrid, p.121.

2 Ibíd., p.127.

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