Foto: LPLT, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons

Pierre Nora, de la apertura al repliegue intelectual

Como historiador y editor, Pierre Nora (1932-2025) fue responsable de llevar a los lectores franceses obras esenciales del pensamiento mundial del siglo XX. Pero ni él pudo escapar al repliegue que sobrevino al mundo intelectual francés en el nuevo siglo.
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Fallecido a principios de junio a los 93 años, Pierre Nora (1932-2025) fue celebrado como pocos otros intelectuales franceses, con fotos en las portadas de los principales periódicos y artículos que parecían competir en cantidad de elogios. Los historiadores y sociólogos del futuro se preguntarán por las particularidades de estas reverencias póstumas: vista la cantidad de encabezados dedicados a este historiador, autor de una obra más bien modesta y convertido, indudablemente, en un gran editor, su estatura intelectual parecería eclipsar la de muchos de sus contemporáneos. Pensemos en algunos de sus pares: los editores como Éric de Dampierre (Plon), Claude Durand (Le Seuil, Fayard), Michel Chodkiewicz (Le Seuil), Georges Liebert (Hachette), Jérôme Lindon (Éditions de Minuit) o François Maspero; los historiadores con los que se codeó, como Maurice Aghulon, Marc Ferro, François Furet, Jacques Julliard, Emmanuel Le Roy Ladurie, Pierre Vidal-Naquet; los sociólogos por los que siempre sintió cierto desprecio, como Pierre Bourdieu, François Bourricaud, Miche Crozier; los filósofos como Cornelius Castoriadis, Michel Foucault, Claude Lefort o Paul Ricoeur. Pensemos también en las figuras de la generación que precedió y destacó por sobre la suya: Raymond Aron, Fernand Braudel, Claude Lévi-Strauss, Maurice Merleau-Ponty y, por supuesto, Jean-Paul Sartre. Solo estos últimos merecieron un coro similar de elogios tras su muerte.

En el caso de Pierre Nora, solo Libération dejó filtrar una voz disonante, la de Romain Bertrand, quien señala con tranquilidad ciertos límites de sus tesis. Es imposible —destaca con razón— pensar la memoria como rigurosamente opuesta a la historia, de la que no sería más que un objeto. También pone acertadamente en evidencia el paradójico efecto que produce la obra maestra de Nora, los tres volúmenes de Les Lieux de mémoire (1984-1992), que, pretendiendo ser una crítica de la “novela nacional”, la hicieron existir y la volvieron más rígida.

Más allá de la unanimidad de estos comentarios de prensa, que provocan una sonrisa cuando pensamos en los trastornos del mundo y en las dificultades de comprenderlos, parece más interesante ver cómo el trabajo de Nora como historiador, luego como editor y finalmente como autor de memorias, encarna a la perfección una etapa de apertura y luego un repliegue de la intelectualidad francesa.

Profesor de historia y geografía en el liceo de Orán en 1958, Pierre Nora se hizo un nombre a su regreso a Francia con un libro breve pero incisivo, Les Français d’Algérie (1961), prologado por un gran especialista en historia del norte de África, Charles André Jullien. El joven historiador describía con franqueza el racismo silencioso que reinaba hacia los musulmanes, al tiempo que destacaba la paradójica situación de los pieds noirs, los franceses argelinos, pobres en comparación con los de la Francia continental, pero ricos en comparación con la población árabe. No veía otra solución a la guerra de Argelia que la independencia. Por ello, exigía que se reconociera sin más demora la representatividad del Frente de Liberación Nacional (FLN). Sin duda, tales posturas no eran comunes en la izquierda francesa ni, en general, entre la intelectualidad, menos aún entre los franceses de la época.

Sin embargo, Nora no fue pionero en este ámbito. El helenista Pierre Vidal-Naquet, con quien Nora fundó su primera revista cuando eran estudiantes de preparatoria, había comenzado, en 1957, a investigar la desaparición de un matemático comunista partidario del movimiento independentista argelino, Maurice Audin, torturado y luego asesinado por paracaidistas franceses. Publicó en 1958 L’affaire Audin, que fue confiscado y se prohibió su venta. Al año siguiente, fundó con Paul Thibaud, de la revista Esprit, el periódico clandestino Vérité-Liberté, que publicó textos que habían sido censurados. Marc Ferro, también profesor de historia y geografía en Orán de 1948 a 1956, escribió en 1955 en L’Oran républicain un estudio de rara lucidez sobre la situación. Evocó las tensiones por desatarse y las posibles masacres en caso de independencia, que le parecía indeseable por esas razones.1

También en 1958, Claude Lefort publicó un artículo en la revista Socialisme ou Barbarie donde utilizó el término “totalitarismo” para describir la situación colonial. Consideraba que la independencia era la única solución posible. Concluía, sin embargo, que no había que hacerse ilusiones sobre el FLN, sino más bien cuestionar su deseo de eliminar o someter a todos los demás movimientos independentistas para, logrado ese propósito, constituirse en una burocracia en ciernes.2 Finalmente, en 1957 Raymond Aron, entonces columnista de Le Figaro, publicó La tragédie algérienne, donde abogaba de forma “realista” por la independencia de Argelia. Estos son solo algunos ejemplos de una lista que podría ser más larga. Lo que esto significa es que Pierre Nora no fue un explorador solitario en este asunto. Formó parte de una corriente de opinión, inicialmente muy reducida, que reunía a personas muy dispares: Aron, quien desde las columnas de France Libre, la revista gaullista de Londres, consideraba que las naciones colonizadas por británicos y franceses debían independizarse; los católicos de izquierda, los trotskistas y los comunistas que comprendieron que la guerra librada por Francia contra los independentistas argelinos no solo era innoble, sino que estaba condenada al fracaso.

Ha sido justamente elogiada la novedad intelectual de Archives, la primera colección creada por Nora en la editorial Julliard en 1963, y que posteriormente prosiguió en el sello Gallimard. Tuvo la idea de dar a conocer las fuentes sobre las que trabajaban los historiadores. También se ha destacado la calidad de los libros que publicó en La bibliothèque des sciences humaines y Témoins, sus primeras colecciones en Gallimard en la primavera de 1966, y luego en La bibliothèque des histoires, que sería su colección fetiche a partir de 1971. Lo sorprendente al recordar los títulos publicados en estas colecciones es la gran apertura al mundo, más allá de las fronteras de Francia y de la disciplina histórica, de la que dan testimonio.

Los primeros volúmenes de Archives se centraron en Francia –los cuadernos de quejas de la Revolución francesa, el juicio de Luis XVI y la ascensión al trono del Rey Sol–, pero pronto aparecerían el volumen de Léon Poliakov sobre Auschwitz, y otros sobre la historia del comunismo o diferentes momentos de la historia europea, en particular la Revolución inglesa o los motines del ejército francés en 1917. La colección también se abrió a temas hasta entonces prácticamente desconocidos para el público en general: la exploración de África, las sociedades secretas y los jesuitas en China, la esclavitud en el sur de Estados Unidos, Bartolomé de las Casas y la defensa de los indígenas.

Otro tanto puede decirse de los primeros títulos de La bibliothèque des sciences humaines, donde convivieron profesores franceses más que consagrados –Raymond Aron sobre las etapas del pensamiento sociológico, Émile Benveniste sobre lingüística, Jacques Berque sobre los mundos árabes, Roger Caillois sobre literatura, Geneviève Calame-Griaule sobre los dogones, Georges Dumézil sobre los indoeuropeos o Alfred Métraux sobre los indios de Sudamérica– con aquellos que pronto lo serían, como Michel Foucault. Pero también supuso una apertura hacia los etnólogos anglosajones: los libros de Evans Pritchard sobre los nuer y los azande, el de Adolphus Peter Elkin sobre los aborígenes australianos o el de Abraham Kardiner sobre la idea de la personalidad de base. Pierre Nora también publicó a autores más arriesgados que dieron testimonio de la inventiva de la época: Wilhelm Mühlmann sobre los mesianismos revolucionarios del Tercer Mundo o Elias Canetti y su demasiado poco leído Masa y poder.

Respiramos la misma inquietud por horizontes desconocidos al observar los títulos de la colección Témoins. Por supuesto, estaba La confesión,deArthur London, libro por el que Nora tuvo que luchar contra una poderosa figura de Gallimard, Louis Aragon, estalinista escrupuloso para quien las realidades de los juicios del mundo comunista debían ser cuidadosamente ignoradas. Tras este primer testimonio de un opositor al estalinismo, aparecieron muchos otros de quienes comenzaban a ser llamados disidentes soviéticos. Su rechazo al totalitarismo estalinista no impidió que Pierre Nora publicara libros muy críticos sobre Estados Unidos, incluyendo uno de Angela Davis y otro de Michael Harrington sobre la pobreza. Los títulos de su catálogo demostraban su deseo de dar a conocer lo que Sauvy había llamado el Tercer Mundo, en particular México, Cuba o China, que Pierre Nora visitó en la década de 1960. Aunque no descubrió a Oscar Lewis, cuyo primer libro sobre México, Pedro Martínez, ya había sido publicado por Gallimard, sí recibió con agrado otros del mismo autor, también sobre México, Cuba y Puerto Rico. Dio a conocer a un autor new ageadelantado a su tiempo, Carlos Castaneda, cuyas obras sobre las enseñanzas de un brujo yaqui publicó. También fue uno de los primeros en Francia en publicar a Hannah Arendt, traduciendo su Eichmann en Jerusalén.

Los primeros volúmenes de La bibliothèque des histoires se alejaron de los caminos trillados, dando prioridad a la antropología histórica. Estuvieron entre ellos La vida sexual en la antigua China, el asombroso libro de Robert Van Gulik; La vision des vaincus de Nathan Wachtel, que a pesar de su título tomado de un autor mexicano, se centraba principalmente en el mundo inca; la Historia de la locura de Michel Foucault; o la obra de Julio Caro Baroja sobre las brujas europeas. La historia heterodoxa de Rusia y la URSS no fue menos honrada con las traducciones de Les intellectuels, le peuple et la révolution, de Franco Venturi,y Los soviets en Rusia (1905-1921) de Oskar Anweiler. Después vinieron los libros emblemáticos de lo que Pierre Nora llamó “La nueva historia” y los de aquellos historiadores franceses que se convirtieron en figuras emblemáticas de ese movimiento: Jacques La Goff, Georges Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y Michel de Certeau.

Durante los años 1980 y 1990, la actividad editorial de Pierre Nora fue curiosamente paradójica. Fue, por un lado, uno de los protagonistas de una reivindicación de lo político, que se manifestó en el lanzamiento de una revista que, durante cuarenta años, marcó época en el panorama intelectual francés: Le Débat; pero también fue el artífice de un cierto repliegue de las aventuras intelectuales francesas sobre Europa y, ante todo, sobre el hexágono francés.

El enfoque en lo político comenzó en 1972 con la publicación de una colección de ensayos de Raymond Aron, Estudios políticos,y un importante libro de Claude Lefort, Machiavel le travail de d’œuvre,3 al que siguió, en 1978, su colección Las formas de la historia. Ensayos de antropología política. Fue en este contexto que Pierre Nora lanzó Le Débat, que dirigió, con la invaluable ayuda de Marcel Gauchet y Krzysztof Pomian, de 1980 a 2020. La revista fue innegablemente iconoclasta e inventiva en muchos sentidos. Su carácter iconoclasta se debió, entre otras cosas, al sentido de polémica contra ciertas glorias establecidas del estructuralismo y el progresismo, del que dio muestra Marcel Gauchet, pero también a sátiras anónimas y muy entretenidas sobre los caprichos de la política francesa, “Barbichets et Barbelets”.

Le Débat innovó al reunir a autores que contraponían sus puntos de vista sobre los principales temas políticos, sociales y culturales centrales del debate francés, como las grandes cuestiones políticas internacionales, el fin de la Guerra fría y la caída del comunismo, los cambios en Europa, la cuestión del Medio Oriente o las transformaciones de China. Se involucró en, y a menudo impulsó, importantes debates en el ámbito de las humanidades, invitando a las figuras más destacadas de sus disciplinas a comparar puntos de vista sobre temas tan diversos como el totalitarismo, la historia antigua, la historia de la Revolución francesa, la historia de los libros o los animales, el Estado de bienestar, el papel del mercado, el psicoanálisis, el individualismo contemporáneo o incluso las metamorfosis del arte contemporáneo. También invitó a científicos, biólogos, matemáticos y físicos a debatir sus trabajos.

Al hojear la colección de esta extensa revista, más allá de la calidad de las contribuciones y su capacidad para honrar su título abriendo discusiones, llama la atención la forma en que se desarrollaron los debates sobre la actualidad política y social, tanto nacional como internacional. Los autores invitados no solo eran reconocidos expertos, sino que todos participaban de un estado de ánimo que recordaba a la época de los clubes de los primeros días de la Quinta República. Era hora del encuentro entre los “moderados” de la izquierda, los socialdemócratas, pronto socioliberales, con los miembros de la derecha liberal, los líderes empresariales adeptos a un cierto diálogo social con los sindicalistas de la Confederación Democrática Francesa del Trabajo. De hecho, este debate estaba en sinergia con la iniciativa político-intelectual impulsada por François Furet y Pierre Rosanvallon con la Fundación Saint Simon, que pretendía reunir lo mejor de la izquierda y la derecha y teorizó este proyecto en un libro olvidado, La République du centre. La fin de l’exception française (1994). Encontramos ecos lejanos de este espíritu de la época en el intento de Emmanuel Macron de combinar lo mejor de la derecha y la izquierda para ser elegido presidente de la República, antes de dar casi inmediatamente un giro radical a la derecha.

Le Débat fue emblemática de este renovado interés por lo político, pero también de la búsqueda de una práctica de la historia y las humanidades cada vez más centrada en Europa. En este sentido, la revista se alineó con las colecciones dirigidas por su editor, como lo demuestran los títulos publicados por Pierre Nora durante estos años.

Nora dio prioridad a la obra del joven filósofo Marcel Gauchet, quien se convirtió en su mano derecha no solo en la revista sino también en sus colecciones. Publicó en 1980 su crítica metódica de la Historia de la locura de Foucault, La pratique de l’esprit humain. L’institution asilaire et la révolution démocratique,4 en 1985 su gran libro sobre el papel político de la religión, El desencantamiento del mundo, luego sus trabajos sobre la Revolución francesa y, finalmente, en la década de 2000, los cuatro volúmenes de su largo estudio L’avènement de la démocratie. Nora también privilegió a otros autores emblemáticos de este interés en lo político: Claude Nicolet sobre la Roma republicana, François Furet y Mona Ozouf sobre la Revolución francesa, Pierre Rosanvallon sobre Guizot, luego sobre la historia del sufragio universal y la democracia.

En paralelo, Pierre Nora dedicó espacio a reflexiones sobre la historia de las colecciones y la museografía, presentando a Krzysztof Pomian, un historiador polaco emigrado a Francia y de prodigiosa erudición. Sus libros sobre coleccionistas y museos se convirtieron en una referencia. Fue también uno de los maestros artesanos de la obra que consagró a Pierre Nora, Les lieux de mémoire.

El éxito de las colecciones de Pierre Nora otorgó a sus autores, más allá de sus diferencias –pensemos en las que hay entre Marcel Gauchet y Krzysztof Pomian, por un lado, y Michel Foucault, por otro–, una notoriedad innegable. Como escribió Pierre Bourdieu con acierto y precisión, Pierre Nora se convirtió en “el árbitro de la elegancia”. Sus autores se volvieron esenciales. Fueron las figuras más destacadas de la antropología histórica francesa, a las que se sumaron Carlo Ginzburg y los historiadores de lo político. Se añadirían clásicos de las ciencias sociales que previamente habían sido traducidos de forma incompleta al francés, en primer lugar Max Weber o Joseph Schumpeter, y algunas obras excepcionales de sociólogos de la moral, como Paul Yonnet, centradas principalmente en la Francia contemporánea.

Cabe señalar que todos estos títulos, por notables que hayan sido, marcaron un innegable repliegue hacia Francia y Europa, incluso si Pierre Nora dio prioridad a la aventura que supuso el fin del comunismo o el renacimiento de países anteriormente integrados a la URSS, como Ucrania. Un ejemplo paradójico de este repliegue fue la traducción al francés del equivalente alemán de Les Lieux de mémoire, Mémoires allemandes. Pierre Nora eligió publicar en ese volumen únicamente los textos inmediatamente inteligibles para el público lector francés, dejando de lado los demás. También puede advertirse su fascinación por el sentimiento nacional al leer 14-18. Retrouver la guerre de Annette Becker y Stéphane Audouin-Rouzeau, publicado en el año 2000, que da la espalda al 1917. Les mutineries de l’Armée française de Guy Pedroncini, aparecido en 1968.

Se objetará que publicó libros sobre China, las obras de Olivier Grenouilleau sobre la historia de la esclavitud, o incluso antropólogos como María Isaura Pereira de Queiroz sobre el carnaval brasileño, Marshall Sahlins sobre las islas del Pacífico, Clifford Geertz sobre Java o Philippe Descola sobre el cuestionamiento de la división naturaleza/cultura. Esto es cierto, pero la preocupación por presentar la profundidad de las sociedades del Sur, como Jacques Berque había podido hacer en su gran libro sobre Egipto, se desvaneció. Latinoamérica, África y Asia contemporánea se convirtieron, sin duda, en los parientes pobres de sus colecciones, al igual que lo fueron de las columnas del Le Débat. Tomaremos solo algunos ejemplos para dar la medida de esos vacíos en el mapa mundial. Si bien Le Débat tradujo el gran ensayo de Octavio Paz sobre el PRI, “El ogro filantrópico”, un incisivo texto de Naipaul sobre Uganda o incluso buenos textos sobre Japón, se conformó con la prosa progresista, perfectamente convencional, de Carlos Fuentes sobre las crisis en Centroamérica, con un informe muy cuestionable de Mario Vargas Llosa sobre la Nicaragua sandinista, y con la casi ausencia de textos sobre las transformaciones contemporáneas de África o el sudeste asiático.

Sería fácil, pero injusto, señalar estos sesgos en la empresa editorial de Pierre Nora atribuyéndolos solo a sus propias anteojeras intelectuales. No hay duda de que estas deberían examinarse con más detalle; sus memorias, Jeunesse (2022) y Une étrange obstination (2023) brindan excelentes ejemplos, como Christophe Prochasson señaló acertada y meticulosamente en su análisis de estos dos libros.5 Invita a leerlos como un documento etnográfico, aceptando “quitarles todo lo urticante que provoca la desenvoltura natural de un joven de buena familia, inconsciente de las gracias sociales de las que se beneficia”. Esas gracias sociales fueron también, para Pierre Nora, la capacidad de considerar, desde muy joven, que podía tener dos empleos en paralelo: uno como docente, en el que su condición de “oveja de cinco patas” consistía en tomarse con distancia las obligaciones propias de un profesor –particularmente en la EHESS, con los estudiantes, donde fue célebre por ello–; y otro como un editor notable, oficio que ejerció, en contraste, con un gran cuidado en el seguimiento de sus autores.

También es necesario mencionar algunas perlas y ciertos acomodos con la historia, especialmente en Jeunesse, que son emblemáticos tanto de un cierto estilo de memorias como de una mirada francesa sobre el mundo latinoamericano. Al evocar su estancia en México en los años sesenta, Nora hace el siguiente comentario sobre los mundos indígenas: “Los aztecas y los incas me parecieron civilizaciones de brutos; debía de estar de muy mal humor”. Pasemos por alto ese juicio precipitado y detengámonos en el mundo mesoamericano. Pierre Nora visitó con toda probabilidad la antigua ciudad de Teotihuacan, al norte de Ciudad de México, y sin duda también Monte Albán, en el estado de Oaxaca. Ambos sitios anteceden en varios siglos al mundo azteca y pertenecen al mundo mesoamericano llamado clásico (200 a 900 d.C.). Por otra parte, no existe ningún sitio incaico en México, ya que todos se encuentran en el mundo andino, en América del Sur.

En lo relativo a Cuba, es aún más poco delicado y revelador del espíritu de la época en torno al castrismo. Nora viajó a la isla acompañado por un geógrafo francés, Claude Bataillon, ambos provistos de credenciales de prensa gracias al semanario France Observateur, para el cual debían realizar un reportaje sobre el socialismo a la cubana. De regreso en Ciudad de México, le dijo a su compañero de viaje: “Mi querido Claude, usted conoce mucho mejor el tema que yo, redacte una primera versión de nuestro artículo y envíemela, y ya veremos”. Su compañero de viaje escribió un texto prudentemente crítico sobre las realidades del socialismo cubano y se lo envió. Pierre Nora le respondió: “Tiene usted toda la razón. Pero no podemos publicar eso, ¡no nos entenderían!”.6 Este relato difiere un poco del de Pierre Nora: “Envié a France Observateur un informe de viaje tan crítico que el periódico prefirió no publicarlo”.

Los lectores rigurosos y bien informados podrán sin duda discutir en detalle a partir de estos documentos sobre la burguesía intelectual que representan los volúmenes de memorias de Pierre Nora. Pero esa forma de escenificarse al final de su vida, profundamente contramoderna, no podría eclipsar la gran apertura que mostró en las décadas de 1960 y 1970, que se redujo gradualmente en las décadas de 1980 y 1990, y aún más en la década de 2000, independientemente de su mayor interés por la cuestión de lo político. En este sentido, hay que enfatizar que no fue un individuo aislado, sino un editor en sintonía con la intelectualidad y la universidad francesa, atrapadas en la lógica del prestigio y en pleno repliegue hexagonal, salpicado apenas por un escaso interés por figuras de la alteridad cada vez más convencionales. ~


Traducido del francés por Emilio Rivaud Delgado.


  1. Este artículo se reproduce en Marc Ferro y Gérard Jorland, Autobiographie intelectuelle, Perrin, 2011, pp. 42-57. ↩︎
  2. “Prolétariat français et nationalisme algérien”, Socialisme ou Barbarie, n°24, pp. 1-17. ↩︎
  3. Aunque fue presentado a Pierre Nora, este libro fue publicado en una colección distinta a la suya. ↩︎
  4. Este primer libro de Marcel Gauchet fue coescrito con su socio psiquiatra Galdys Swain. ↩︎
  5. Cristophe Prochasson,‪« En quête de moi : Pierre Nora, les Mémoires et la mémoire », Écrire l’histoire [En ligne], 24 | 2024, puesto en línea el ‪15 de septiembre de 2024, consultado el ‪08 junio de 2025. ‪URL : http://journals.openedition.org/elh/3967 ; ‪DOI : https://doi.org/10.4000/12azy ↩︎
  6. Ver al respecto el libro de Claude Bataillon, Un géographe français en Amérique latine. Quarante ans de souvenir et de réflexions, Éditions de l’IHEAL, 2008. Capítulo 2 consultable en línea: https://books.openedition.org/iheal/491. ↩︎


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