Insultar presidentes

Como todos los mexicanos de aquellos tiempos, Paz y Fuentes ceden al sucedáneo alivio de insultar presidentes.
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Entre sus cientos de cartas –que deberán publicarse un día, con eficiencia crítica–, las que intercambian Octavio Paz y Carlos Fuentes a partir de la masacre de Tlatelolco en 1968 son especialmente ricas en observaciones sobre la naturaleza del Estado mexicano en ese periodo crítico (como si hubiera de otros), así como sobre la actitud política de los intelectuales y de los escasos líderes de la entonces precaria oposición.

Los comentarios a vuelapluma, en velocísimo intercambio, contienen ideas en agraz que irían a dar más tarde a sus libros, ensayos y artículos periodísticos, son un formidable inventario de las pasiones y tensiones que sacuden a México durante los años finales del sexenio de Díaz Ordaz y los primeros de Luis Echeverría.

Fuentes, que regresa a México de Europa en enero de 1969, describe la atmósfera de intimidación y censura que ha creado el gobierno y, en especial, la relatoría del profundo odio que Díaz Ordaz manifiesta en público y en privado hacia Paz. Su conclusión es que el poeta no debe acercarse a México durante un tiempo y descartar, por lo pronto, la idea de residir en el país.

La frustración y la ira empapan las extensas cartas. Abunda la ferviente indignación contra la clase política y sus miserias, pero también contra los “intelectuales” oficiales (todavía entrecomillan la palabra, con desdén e ironía), sus actitudes acomodaticias y su servilismo o su silencio. Y junto a eso, el maltrato y la intimidación a los “críticos”. Por ejemplo, en agosto de 1969, Fuentes escribe:

El 24 de julio me llamaron de Excélsior para decirme que había llegado a la dirección la noticia de que yo estaba aprehendido o a punto de serlo. A Benítez, a Rosario Castellanos, a muchos amigos, les rondan las casas; a las mujeres las llaman a la medianoche para injuriarlas por teléfono. En cambio se publican y promueven los ascos como El Móndrigo, un folleto obra de la cucaracha llamada Uranga (que dedica sus domingos en la prensa a injuriarnos en tandem), fabricación supuestamente escrita por un estudiante que murió en Tlatelolco y cuyo único propósito es injuriar a [Luis] Villoro, [Ricardo] Guerra, Xirau, etc. El Tlatelolco de Blanco Moheno es la catedral del de la iniquidad y el cretinismo, etc. Todo esto no tiene mas que un nombre: fascismo. 

La burla y la violencia escrita alcanza una temperatura álgida cuando se refieren a los señores presidentes que, para ellos, son los tlatoanis cíclicamente redivivos del autoritarismo heredado de los aztecas.

Zaherir con tinta es una purga inútil, pero compensatoria para el ánimo averiado; desahogos enfáticos y pequeñas catarsis que vienen con la nacionalidad. Como todos los mexicanos de aquellos tiempos, Paz y Fuentes ceden al sucedáneo alivio de insultar presidentes y compartir consejas en la voz baja que imponía su dictadura. En febrero de 1969, por ejemplo, Paz juzga que en México hay “una realidad tan real que parece inventada”, y para demostrarlo evoca

la historia de López Mateos, su mujer y su hija (¡Avecita!), sus palacios y sus millones y sus queridas. Si es verdad que poco a poco recobra la conciencia, cuando despierte sufrirá un choque tal que volverá a perderla, ahora sí definitivamente: ¡todos sus millones en manos  de los padrotes de sus amantes! Hay un diablo que escribe todas estas historias mexicanas: confesemos que su justicia poética es bastante justa.

(López Mateos, que estaba en estado vegetativo desde 1967, murió meses después, sin probar esa justicia.)

Fuentes responde con otra “historia mexicana”, la de Díaz Ordaz, ese “Gran Sacerdote de Huitzilopochtli”, el “gran sicópata vindicativo”, el “anuncio frustrado de la Colgate”, y “saqueador en jefe”:

El saqueo público es gigantesco, y lo encabeza el propio Díaz Ordaz: sus tres casas, un rancho en Texcoco, mansión en el Pedregal y fuerte a la Beau Geste en la entrada de Puebla que valen, cada una, entre 5 y 6 millones de dólares.

En noviembre de 1970 (después de que Díaz Ordaz descalificó la renuncia a la embajada en la televisión), Paz agrega que Díaz Ordaz es

un hombre atrabiliario y dispéptico. ¡Nuestra vida, nuestra honra y nuestra libertad a merced de los jugos gástricos y de los tubos digestivos del antiguo amanuense del novillero y chulo poblano Ávila Camacho!

Las cosas cambian poco a poco con la aparición de Luis Echeverría.

Al principio, antes de que tome posesión, “en plena euforia del Arriba y adelante”, Fuentes observa con distancia crítica al nuevo tlatoani:

Abundan las versiones contradictorias sobre la personalidad de LEA, o de El Señor, como le dicen sus achichincles. Mientras que algunos amigos nuestros que lo han acompañado en sus giras hablan de un nuevo Cárdenas que está marcando el tiempo y que el uno de diciembre iniciará todas las reformas que el país requiere, otros escuchamos sus declaraciones constantes contra los intelectuales “que reciben consignas del exterior” (¿quiénes son? Los mexicanos deberíamos saberlo), “los intelectuales huertistas” (misma pregunta): los que, en suma, no se inclinan ante el poder “revolucionario y mayoritario”; leemos sus declaraciones increíblemente vulgares ante la prensa extranjera que no denotan más lecturas que la del Mallet e Isaac en la secundaria (¡atribuir la rebelión juvenil en todo el mundo a los divorcios!)

Eso era en marzo de 1970. Año y medio más tarde, el 7 de diciembre de 1971, Fuentes narra la ceremonia de la entrega de su Premio Nacional de letras, presidida por el presidente Echeverría, que a su parecer se convirtió en una “manifestación antidiazordacista” por la forma en que el público presente lo ovacionó junto al Dr. Ignacio Chávez y a Daniel Cosío Villegas, los otros premiados. Escribe Fuentes:

Un escritor no necesita premios, su vocación le basta y esto el poder nunca lo entenderá. Hace dos o tres años me hubiera rehusado a recibir el premio; si ahora lo hago, es para subrayar que hay o empieza a haber libertad política y respeto a la disidencia en México […] hay un clima de libertad creciente dentro de un clima de creciente peligro, contradicciones, political deals, conatos de violencia, pero un hecho central enorme: un país despierto, un país que se mueve, finis la tumba y la cama de piedra y México amordazado como Moscú 

Y Paz contesta que la carta “me conmovió y me alentó, aunque no comparto enteramente tu optimismo…”

Y el 22 de diciembre de 1971, Fuentes le escribe para contarle que Echeverría lo llamó por teléfono para invitarlo el siguiente domingo a desayunar a “Los Peanuts”…   

(Una versión resumida de este comentario apareció en El Universal)

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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