Rituales

Por mucho que spin doctors de uno y otro lado se esfuercen en otorgarle un sentido trascendente, la huelga del 29-M no ha sido más que un ritual.
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1. Después de la huelga general de ayer, sigue el spinning al que ya estamos acostumbrados: los sindicatos la consideran un éxito y el gobierno poca cosa; algunos piquetes provocaron altercados que los medios de izquierdas minimizan y los de derechas consideran la noticia del día; grupos violentos reventaron manifestaciones básicamente pacíficas quemando neumáticos o volcando contenedores: hay quienes creen que formaban parte de la estrategia sindical y quienes opinan que fueron grupos ajenos; se discuten las cifras de seguimiento y de asistentes a las manifestaciones; los tuiteros de un lado y del otro retuercen sus argumentos para darse la razón; y los comentaristas… bueno, los comentaristas cada vez más parecemos tuiteros on steroids. Nos hemos aficionado a calificar casi cualquier cosa que no haya sucedido en los últimos seis meses de “histórica”, pero la huelga de ayer no fue histórica. Fue solo política normal en tiempos malos.

 

2. Probablemente, los organizadores y participantes en la huelga sabían que no iba a tener influencia en el plano legislativo: parece dudoso que el gobierno esté dispuesto a hacer grandes concesiones a los sindicatos (que esté dispuesto o que, simplemente, pueda, porque nuestro país ya no es exactamente soberano). De lo que se trataba, pues, no era tanto de influir en la política de leyes, sino de recordar que hay una parte de la población que se siente muy agraviada y que quiere, legítimamente, manifestar en público su ira. Los sindicatos, por su parte, querían demostrar que siguen siendo las instituciones que mejor saben canalizar esa insatisfacción y llevarla a la calle.

 

3. Bueno, a la calle de manera secundaria. Porque el escenario de esta huelga general no era la calle, sino la representación que los medios hicieran de la calle. Esto, por supuesto, no es una novedad y es más bien lo rutinario en la política actual. Pero los sindicatos han estado perdiendo esta batalla desde hace muchos años: primero por su pasividad, después por la repentina actividad de los grupos asociados al 15M, y en última instancia por la percepción -incluso entre gente de izquierdas- de que los sindicatos forman parte del entramado de poder y de que la mayoría de los damnificados graves de esta crisis -los temporales, los desempleados, los autónomos- no son amparados por ellos Ningún gran medio de comunicación, ni siquiera Público cuando existía, ha defendido con entusiasmo a los sindicatos.

 

4. En ese sentido -y lo digo con absoluto respeto- la huelga se pareció más a una misa que a un acto reivindicativo. La sola idea de que mucha gente se juntara, movida por unas creencias parecidas y un sentimiento de acoso compartido, parecía tener sentido por sí misma, más allá de cuál fuera su utilidad práctica. Era una comunión, una congregación, como las que llevan a cabo los creyentes para reforzar su confianza y recordarse que, efectivamente, no están solos y comparten sus pesares. Esto no es ni mucho menos ridículo, y todos los humanos necesitamos a veces reafirmarnos simbólicamente en la misma o mayor medida que conseguir objetivos tangibles. En ese sentido, el papel de los medios de comunicación era clave: “no solo estamos todos aquí reunidos, sino que todo el mundo va a ver que estamos aquí reunidos.”

 

5. Partiendo de esto, los sindicatos fueron ayer muy hábiles. Estuve recorriendo Madrid durante varias horas por la mañana y por la tarde y me llevé esta impresión: la huelga fue seguida por bastantes comercios del centro, pero por muy pocos en otros barrios (a esta impresión puede contribuir que pasara la tarde, básicamente, en Goya, Ventas y Salamanca, barrios de clase media o alta, pero donde también alli los camareros o los dependientes son asalariados. Todos los proveedores cotidianos de Letras Libres -mensajeros, mensajeros internacionales, imprenta, distribución- funcionaron casi con total normalidad también, aunque la mayoría tienen su sede en polígonos.) Los sindicatos se concentraron en llevar a su gente al centro, porque precisamente ahí era donde estaban los medios de comunicación, y consiguieron así que la repercusión de su presencia fuera mucho mayor. Del mismo modo, si parece más o menos aceptado que la huelga no fue muy bien fuera de la industria y los transportes -me remito a la información de El País-, la manifestación madrileña fue un éxito importante, de nuevo según la misma noticia de El País. Mucha gente pareció no querer perder un día de trabajo pero, al final de la jornada, quiso expresar en público su disconformidad.

 

6. ¿Para qué va a servir la huelga? Básicamente, para que quienes participaron en ella se sientan bien. No es autoayuda: es algo más serio que eso. Muchas de las pancartas y los tuits que vi a lo largo de la jornada, y de los interlocutores con quienes hablé sobre el acto en los días anteriores, querían ser épicos: la huelga era una batalla entre el bien y el mal, un enfrentamiento entre las fuerzas del progreso y las de la reacción, una lucha entre una amorfa clase alta podrida y un pueblo honesto. En realidad, no era eso: era una expresión de miedo y de reafirmación moral. Lo desconocido aterra con razón, y estar todos juntos frente a la bestia de la historia reconforta. Ahora hemos convertido ese sentimiento humano en espectáculo: nos reunimos para que la televisión y las webs nos muestren celebrando nuestro ritual de bondad y resolución. Pero, por mucho que spin doctors de uno y otro lado se esfuercen en otorgarle un sentido trascendente, la huelga no fue más que un ritual: como lo son las misas, los mítines o la hinchada de los partidos de fútbol. ¿Y para qué sirve eso? Pues para eso.

 

7. Quemar un Starbucks o romper un escaparate no es una expresión de miedo ni de reafirmación moral. Es una estupidez nihilista.

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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