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Es mayo de 2019. Les Luthiers –el grupo argentino que lleva más de medio siglo regando de música y humor los escenarios del mundo– actúa en el teatro Gran Rex, de Buenos Aires, a sala llena, como siempre desde hace décadas. Pero hay, con respecto a casi siempre, una diferencia inocultable: falta Marcos Mundstock, el “presentador” de todas sus obras. A comienzos de año le han diagnosticado un cáncer y el tratamiento ya lo ha obligado a ausentarse, en marzo, primero de la gira por España y luego del VIII Congreso de la Lengua Española, realizado en la ciudad argentina de Córdoba, donde estaba convocado para dar el discurso de cierre. Cosa que hizo, de todos modos: el video con su intervención, repleta de juegos de palabras, arrancó las carcajadas del muy académico auditorio.
El caso es que estamos en el Gran Rex, en el show de Les Luthiers, y tras el intervalo de mitad de la función se abre el telón y el público se sorprende: ahí está Mundstock, sentado en una silla de ruedas. Participa brevemente del espectáculo. Todavía nadie puede saberlo, pero el hombre se está despidiendo del público. “No recuerdo una ovación igual en mis muchísimos años de asistencia a los shows de Les Luthiers”, cuenta el periodista Marcelo Stiletano. Una ovación digna de un ídolo, de un héroe. En un sentido, Mundstock lo es. Un héroe del humor.
Han pasado once meses desde aquello. Marcos Mundstock ha muerto este miércoles en Buenos Aires. Tenía 77 años. Con él se va un pedazo grande de la historia del humor en nuestro idioma. Aunque en realidad su humor permanece. De algún modo, los tipos como él no se van cuando se van.
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Asistí a varios espectáculos de Les Luthiers. Los vi tanto en Argentina como en España, donde también son muy conocidos (su primera presentación allí fue en 1974, cuando todavía gobernaba Franco: fue la única vez en que tuvieron que someter sus textos a la censura previa). En cada una de esas ocasiones pude comprobar la mancomunión que se genera entre ellos y el público, un vínculo cimentado a lo largo de los años, salpicado de guiños y complicidades, casi como si ellos y nosotros formáramos parte de una misma familia.
Muchas de las claves de esa familiaridad las aportaba precisamente Mundstock, desde su rol de presentador de la mayoría de sus números. Lo lograba no solo con su voz tan particular –grave, de bajo– sino también con sus tonos, sus miradas, sus muecas, sus silencios. Además de los juegos de palabras y otros chistes, claro, que en buena cantidad eran fruto de su ingenio. A su imaginación le debemos, por otra parte, una de las marcas de identidad del universo lutheriano: Johann Sebastian Mastropiero.
Pero contar esa historia implica hablar de los propios orígenes de Les Luthiers.
Para eso, hay que remontarse hasta mediados de la década de 1960 y a la ebullición cultural de aquella época. En Argentina estaban en auge los coros universitarios. A algunos miembros de esos coros les gustaba preparar, para clausurar sus festivales anuales, parodias humorísticas de sus propias presentaciones. Así fue como nació I Musicisti, un “conjunto de instrumentos informales” creado por Gerardo Masana. Mundstock contaba que había querido ser “abogado, ingeniero, aviador, cowboy, benefactor de la humanidad, tenor de ópera, Tarzán, amante latino, futbolista y otras cosas más”, pero en ese grupo que mezclaba música coral y humor encontró su lugar.
Fue en esos tiempos cuando Mundstock escribió una pieza humorística sobre la vida de un compositor llamado Freddy Mastropiero. Para una actuación en 1966, I Musicisti preparó una suerte de homenaje a ese músico, aunque le cambiaron el nombre: desde entonces fue Johann Sebastian. En septiembre del año siguiente, el propio Masana lideró un desprendimiento de I Musicisti y creó Les Luthiers, compuesto inicialmente por él, Mundstock, Daniel Rabinovich y Jorge Maronna. Más tarde se sumaron Carlos Núñez Cortés, Carlos López Puccio y Ernesto Acher. La prematura muerte de Masana (en 1973, a los 36 años) y la salida de Acher (en 1986) hicieron del grupo un quinteto: la formación que se mantuvo vigente durante más tiempo y con la que el conjunto alcanzó su mayor esplendor.
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Mundstock nació en la ciudad de Santa Fe el 25 de mayo de 1942. Era hijo de inmigrantes judíos, que habían llegado a la Argentina una docena de años antes, procedentes de Rava-Ruska, una ciudad polaca por entonces y ucraniana en la actualidad. Su vida de humorista tiene un origen mítico: era niño y vio pasar un cambión que transportaba cueros; entonces acudió a su mente lo que había aprendido en la escuela acerca de la industria ganadera y le dijo a su hermana: “Ahí llevan cueros para fabricar vacas”. Aunque él ha explicado que lo dijo ingenuamente y no por hacer un chiste, la anécdota encierra la picardía y la chispa que caracterizarían a Mundstock durante su vida entera.
En aquellos primeros años, las influencias musicales de Mundstock fueron sobre todo italianas y judías. En su casa se escuchaban por radio programas de ambas colectividades, lo que llevó al pequeño Marcos a familiarizarse con arias de ópera, canciones napolitanas y cantos litúrgicos de sinagoga. En 1949 él y su familia se trasladaron a Buenos Aires, en busca de mayor prosperidad. La vida porteña terminó de configurar su formación y su mundo de referencias culturales. Ahora, muchas de sus creaciones forman parte de las referencias nuestras.
Tras terminar la escuela secundaria entró a estudiar a la vez ingeniería y locución. Fue esta última la carrera que terminó, le permitió ganarse la vida en su juventud y prefiguró el lugar por el cual quedará en la memoria colectiva. Su rol de presentador lo llevó a constituirse en uno de los dos miembros más reconocidos de Les Luthiers (el otro era Rabinovich) y también a participar de numerosos proyectos por fuera del grupo, desde trabajos en publicidad, programas de televisión y varias películas hasta el ya citado honor de cerrar el Congreso de la Lengua.
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Una breve y quizás antojadiza antología de momentos de Mundstock en Les Luthiers podría incluir, por ejemplo, los siguientes cinco:
–Esther Píscore. Sin duda, uno de los números más famosos en la obra lutheriana. Mundstock intenta explicar quién fue Terpsícore, la musa de la danza, pero Rabinovich tiene problemas para entenderlo. El humor del personaje de Mundstock, que asume una actitud condescendiente ante la incomprensión del otro, pero también dice tonterías, alcanza en estos catorce minutos algunas de sus cotas más altas.
–Perdónala. En dos minutos y medio, Mundstock presenta la canción “Perdónala”, firmada por Mastropiero pero plagiada de un tal Günter Fragger. Los juegos de palabras, en este caso, sirven para hacer reír con ganas al hablar de los robos artísticos y la autoría intelectual.
–Quién mató a Tom McCoffe. Este sketch reproduce un episodio de una serie de televisión musicalizada por Mastropiero. La serie se llama Deber imposible, pero fue rebautizada por los críticos como Imposible de ver. Al humor habitual, Mundstock suma en este caso una parodia de la pronunciación del idioma inglés.
–Las majas del bergantín. Mundstock presenta una zarzuela que cuenta de piratas, basada en una novela que trata de un leñador que vivía con su loro en los bosques de Bulgaria. Humor y delirio al por mayor.
–La comisión. Tal vez el número con un contenido más explícitamente político de toda la obra de Les Luthiers. Mundstock y Rabinovich son dos representantes de la política más rancia y encargan a un músico popular –Núñez Cortés– la modificación del himno de su imaginario país (que podría ser cualquiera de los nuestros). También es uno de los sketches más extensos. Dura en total unos 25 minutos; en los shows se representa dividido en cuatro partes.
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¿Cómo se lleva con la fama?, le preguntaron a Mundstock en 2007, durante la gran exposición montada entonces en Buenos Aires para celebrar los cuarenta años de carrera de Les Luthiers. Contó que recibía “un gran afecto, que es maravilloso, un privilegio”. Había llegado, añadió, a un lugar en que “te quiere mucha más gente de la que uno puede metabolizar”, algo que en cierto sentido le daba “un poco de vértigo”.
Le preguntaron también qué más le gustaría hacer y Mundstock se animó a hablar del futuro: “Quisiera que esto siga así mucho tiempo. Haciendo lo mismo: el siguiente espectáculo, el siguiente texto, el siguiente papelito en una película, que pueda seguir jugando a la pelota. Cosas para las que, como toda mente más o menos razonable sabe, ya mucho más no me queda. Les Luthiers va a pasar por eso también”.
En agosto de 2015 murió Daniel Rabinovich y para la mayoría de quienes crecimos viendo una única formación de Les Luthiers fue extraño –lógico, si se quiere, pero extraño– que el show continuara con nuevos miembros. En 2017, cuando el grupo cumplió medio siglo, fue Carlos Núñez Cortés quien decidió retirarse en busca de “un merecido descanso”. Tras la muerte de Marcos Mundstock hubo quienes han comentado que “ahora sí se acabó Les Luthiers”. Pero es algo que no podemos saber. De los cinco miembros de la formación clásica, quedan dos. Podemos plantearnos, en todo caso, aquello de la paradoja de Teseo: si se sustituyen una a una las partes de un todo, cuando todas las partes han sido cambiadas por otras, ¿el todo sigue siendo el mismo?
Por suerte, tenemos YouTube. Ahora es más fácil que nunca antes acceder a las genialidades de más de cincuenta años de Les Luthiers. Están ahí, a la espera de que le demos play. Un pequeño consuelo a la hora de decir adiós.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.