En Reglas para el Parque Humano: Una respuesta a la ‘Carta sobre el humanismo’, Peter Sloterdijk advierte el fin del humanismo, entendido como un modo de domesticación de la especie sapiens basado en un conjunto de textos, núcleo de la historia de la filosofía y la literatura, que nos conduciría a un escalón superior de convivencia. Tal modelo letrado ha sido desafiado por los medios de comunicación y por el ciberespacio, capaces de minar los lazos comunes, al estilo de los instaurados por los Estados nacionales. Vivimos en una época postliteraria y posthumanista en la cual los proyectos de educación del ser humano están amenazados.
Sloterdijk define nuestra era como antropotécnica –la capacidad de mejorar el entorno y a sí mismo– y se interroga por un modelo que trascienda la negación de nuestra condición de animales. No somos animales racionales sino animales con mundo, con conciencia plena de nuestra existencia a través del lenguaje y de las consecuencias de nuestros actos. Los poderes que retan la imaginación global actual desmienten las premisas del humanismo desde la antigüedad griega, entendido este como una amistad compartida entre los hombres (se trataba sobre todo de varones), más allá de su lugar de nacimiento, pertenencias materiales y religión. Para Sloterdijk el humanismo no ha sido capaz de resolver el hecho de que los sapiens nos vemos a nosotros mismos como el poder absoluto y superior, siendo capaces como individuos de renunciar a nuestros poderes en favor de autoritarismos políticos e ideológicos.
¿Cuál es el lugar del humanismo entonces? Para Sloterdijk constituye materia de archivo, su imagen más potente es la de estanterías nunca consultadas ni siquiera por los profesores y estudiantes de humanidades, más ocupados con Derrida, Judith Butler o Walter Mignolo que con Platón, Sor Juana Inés o Mariano Picón Salas. A pesar de este dictamen, Sloterdijk comenta: “Quizá suceda de vez en cuando que, en el transcurso de semejantes búsquedas en los sótanos muertos de la cultura, los papeles no leídos hace tiempo empiecen a centellear, como si lejanos relámpagos cruzasen el espacio sobre ellos.”
En este contexto, el humanismo cosmopolita que propone la filósofa estadounidense Martha Nussbaum pareciera un acto propio de archivistas pues su pensamiento se remonta a tradiciones desde la antigua Grecia hasta la contemporaneidad, pasando por Asia y África. The Cosmopolitan Tradition establece la genealogía del cosmopolitismo, de la idea de una humanidad que trasciende sus diferencias; ahora bien, Nussbaum desplaza el acento de la aspiración a una amistad que supone lecturas comunes a un problema práctico tal como es la resolución de los retos globales. Se refiere a los desafíos de la economía, la pobreza, el ambiente, la equidad de género y la democracia liberal. Sin duda, Nussbaum apuesta por la “domesticación”, como diría Sloterdijk, y por los valores que respaldan la acción de los “domesticadores”, pero en el fondo el filósofo alemán y la estadounidense comparten la pregunta sobre la naturaleza de la relación entre individuos y grupos humanos y desde qué perspectiva debe contemplarse. Dice Nussbaum en Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades:
¿Qué hay en la vida humana que dificulta tanto la conservación de las instituciones democráticas basadas en el respeto y en la protección igualitaria de la ley? ¿Por qué resulta tan fácil caer en los diversos sistemas de jerarquía o, peor aún, en los proyectos violentos de animosidad grupal? ¿Qué fuerzas empujan a los grupos poderosos a controlar y dominar? ¿Por qué motivo es que las mayorías tratan de denigrar o estigmatizar a las minorías en casi todos los casos?
Sloterdijk acepta como premisa la inevitabilidad de las ansias de dominación y del endiosamiento de los humanos entre sí, cuyo peligro no puede ser conjugado sino desde nuevas maneras de pensar nuestra relación con el mundo, pero entiende que para la supervivencia del planeta es necesario abstenerse y que controlemos nuestros poderes. Nussbaum, partiendo de la psicología evolutiva, acepta que el control del mundo y de los otros es consustancial a nuestra especie. Su solución a los dilemas globales del “animal humano” parte de una educación con valores cosmopolitas
((Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades.
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, y, además, de un sólido apoyo a políticas públicas que mejoren las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Tal educación se basaría en el estudio de tradiciones de pensamiento, arte y literatura de diversos continentes con el fin de desarrollar capacidades para la democracia, la iniciativa empresarial y las relaciones internacionales como son el pensamiento crítico, la imaginación, la creatividad, la comprensión de los “otros” y la toma de decisiones informadas.
No se me escapa que, al lado de Sloterdijk, Nussbaum parece una ingenua predicadora de las virtudes de la razón y la educación, pero no hay que llamarse a engaño, porque se trata de una filósofa de altura que se ha planteado asuntos medulares. El humanismo cosmopolita tiene a su favor la posibilidad de interrogar a diversas tradiciones de pensamiento sobre las reglas que se han propuesto para el parque humano. Una regla presente en diferentes épocas y culturas señala la necesaria inhibición ante el poder que puede ser ejercido: hasta qué punto debemos ejercer nuestros poderes o debemos aceptar los poderes que otros ejercen. Si reducimos el humanismo cosmopolita a cursos sobre múltiples culturas en todos los niveles de la educación, no llegaremos demasiado lejos, pero si entendemos la importancia de limitar el poder propio y ajeno, el humanismo cosmopolita no está descaminado ante los desafíos del futuro.
Nussbaum parte de una sensata desconfianza hacia la consideración de la especie sapiens como constituida por sujetos de las fuerzas económicas, sociales y políticas que los modelan como seres en el lenguaje. En realidad, no somos páginas en blanco escritas por los “sistemas” o las “culturas” sino páginas con información encriptada que explican las sorprendentes semejanzas entre individuos de culturas y épocas muy diferentes. Visto así, las culturas son las múltiples expresiones que esa información toma con el fin de organizarnos en sociedad y, dada las posibilidades de imaginación abiertas por el lenguaje, tales expresiones han sido ricas en diversidad e interpretaciones del mundo, pero sus aspectos comunes son tan fascinantes como sus diferencias. Pensar(nos) de este modo podría hacer que los papeles no leídos hace tiempo que menciona Sloterdijk “empiecen a centellear”, tal como ocurre en The cosmopolitan tradition y En sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades con autores como Sócrates, Aristóteles, Cicerón, Diógenes Laercio, Rabindranath Tagore, Hugo Gropius, Emanuel Kant, los libros sagrados del hinduismo y del budismo. Con las capacidades tecnológicas actuales, estos viejos archivos podrían convertirse en un magnífico software para el parque humano, teniendo siempre claro que la partida nunca está ganada, que los sapiens somos animales paradójicos que hemos inventado el arte y los derechos humanos pero también hemos creado la crisis ambiental.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.