Escena de "Tío Yim", de Luna Marán.

LongShots, festival de documentales en línea

Como cualquier festival que se precie de serlo, LongShots, festival en línea organizado por la BBC, tiene de todo: dos filmes notables, tres obras muy meritorias, una deficiente y una de plano muy fallida.
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Los festivales de cine siguen tratando de no perder presencia ni importancia en medio de la pandemia. Hace dos semanas dimos cuenta de la generosidad de Brooklyn 2020, que colocó toda su programación, más de 140 filmes, de forma libre y gratuita en su página web, sin límite de visionados ni murallas digitales de ninguna especie. Ahora hay que dirigir la atención hacia LongShots, el primer festival online de cine documental organizado por la BBC.

Según se informa en el propio sitio web del festival, un jurado formado por programadores de cine documental, además de cineastas especialistas nominados al Oscar, escogieron más de 70 filmes documentales producidos en los últimos tres años. Luego, de esta cantidad, un comité eligió siete películas de distinta duración (tres largometrajes, dos cortometrajes, un mediometraje) provenientes de tres continentes (América, Europa y Asia) y dirigidas por cineastas debutantes. Las películas se pueden ver en el sitio de la BBC. El cinéfilo además podrá votar por aquellas que considere las mejores, de tal manera que, hacia el final de este festival virtual, el 24 de junio, se otorgará el premio de la audiencia al filme ganador.

Habiendo revisado las siete películas finalistas –las llamadas long shots, precisamente–, puedo señalar que, como en todo festival que se precie de serlo (sea en línea o presencial), este tiene de todo: dos filmes notables, tres obras muy meritorias, una deficiente y una de plano muy fallida.

Este último caso es el de Chanson triste (Francia, 2019), opera prima en el terreno del largometraje de Louise Narboni, centrada en las interminables ruminaciones existenciales amorosas de Éloddie Fonnard, una cantante de música barroca que adopta/tutorea/enamora a un muchacho afgano llamado Ahmad como forma de lidiar con su propia soledad y la pérdida de su primer ¿y único? amor, sucedido trágicamente hace muchos años. La propia Fonnard acepta, lúcidamente, que la protección que ha ofrecido al joven afgano –que busca ser poeta, cómo de que no– tiene que ver más con ella que con las necesidades de Ahmad, pero Narboni no va más allá de mostrar la tragedia de esta mujer blanca, dejando de lado al personaje doblemente marginado. Nada más que #whitepeopleproblems, y no muy interesantes que digamos.

La película deficiente es Infância, adolescência, juventude (Portugal, 2019), ópera prima de Rúben Gonçalves, centrada en los niños, adolescentes y jóvenes adultos matriculados en el Conservatorio Nacional de Danza de Lisboa. Con un estilo similar al de Frederick Wiseman –solo que sin su poder de observación– la película se extiende tanto –con todo y que apenas pasa de los 90 minutos- que uno siente que está viendo un eternometraje que ha mostrado todo lo que importa en su primera media hora.

No pasa lo mismo con Their voices (Polonia, 2017), cortometraje de 26 minutos que transcurre en cierto internado para sordomudos de Wroclaw, una ciudad de Polonia que alguna vez fue de Alemania. Se trata del primer filme dirigido por la joven cineasta Eri Mizutani, un ejercicio, antes que nada, de empatía y entendimiento: los chamacos a los que vemos en el filme son jovencitos como cualesquier otros y la particularidad de no escuchar o no poder hablar correctamente no evita que jueguen, peleen o se burlen de la autoridad –que en ese momento está detrás de la cámara. Hay otro esfuerzo de empatía –aunque, en este caso, no exento de cierto aire de condescendencia– en el cortometraje Taraash (The shaping of a rough diamond) (Reino Unido, 2017), primer filme dirigido por Ishan Siddiqui, que nos entrega la crónica de la filmación de un cortometraje bollywoodense dirigido por el sonriente campesino indio Kunwar Pal Singh, quien, supuestamente, ha escrito decenas de guiones sin que nadie se haya dignado a producir alguna de sus ideas. La película funciona como un homenaje al cine en general y a Bollywood en particular, y como el simpático retrato de un cinéfilo obseso al que unos estudiantes cinematográficos le cumplieron el sueño de su vida.

Mucha más sustancia hay en dos largometrajes latinoamericanos, Tío Yim (México, 2019), primera cinta de Luna Marán, y El campeón del mundo (Uruguay, 2019), segundo largometraje –aunque primer documental– de Federico Borgia y Guillermo Madeiro. En los dos casos hay una reflexión sobre la masculinidad, la paternidad y, en sentido general, sobre el propio patriarcado.

En ambos casos, vemos lo que une y separa a un padre de su hijo adolescente –en el filme uruguayo– y a un padre de sus tres hijos –en la película mexicana. En Tío Yim es una de las hijas, Luna Marán, quien hace esa exploración tan conmovedora como terapéutica detrás de la cámara, siguiendo, interrogando y, al final de cuentas, tratando de entender a su ingobernable papá, Jaime Martínez Luna –el Tío Yim del título–, un filósofo, trovador, antropólogo, comunicador y activista oaxaqueño a quien con esta película Luna abraza, confronta y conforta a la vez.

En cuanto al filme uruguayo, los directores Borgia y Madeiro siguen de cerca al forzudo cuarentón Antonio Osta, el primer campeón mundial uruguayo de fisicoculturismo que, con su recién ganado título en ristre, regresa a Cardona, el pueblito de donde salió, para asentarse y criar a su hijo Juanjo, que, adolescencia obliga, lo confronta un día y otro también sobre cualquier tema que traten. En estos dos filmes latinoamericanos, los cineastas hacen que sus protagonistas volteen a ver su vida, confiesen sus errores, los acepten de buen grado –o no tanto– y, a final de cuentas, sigan apostando por mirar hacia adelante. Da la impresión de que Jaime y Antonio podrían ser buenos amigos. Y darse una que otra vez de puñetazos.

Finalmente, The first line of China (EU, 2019), mediometraje de 45 minutos de Hanwen Zhang, forma parte de un proyecto transmedia –fotografías, video y cine– por el que el artista plástico y cineasta Zhang regresó a su pueblo natal, en el noreste de China, una localidad creada a partir de una enorme fábrica de cemento fundada por el gobierno en 1995, la “primera línea de China” en el terreno industrial. Zhang entrevista a su locuaz madre, a su reservado padre, a antiguos trabajadores del sitio y rescata imágenes del pasado que muestran la promesa de la China comunista/capitalista creada bajo el influjo de Deng Xiaoping.

Zhang no se interesa tanto en la historia política o económica de ese lugar –y, por ende, de la (r)evolución que ha seguido China de los años 90 hasta nuestros días– como en contrastar ese duro pero idealizado pasado en el que se conocieron sus padres –una época en la que todavía quedaban resabios de la Revolución Cultural– con este presente en el que él ha podido realizar este filme, mismo presente en el que su hermanito –muchos años menor al cineasta– tiene las posibilidades de una mayor libertad. Aunque, ¿libertad para qué?

Como en Tío Yim y El campeón del mundo, el último refugio de Zhang es la familia. Y la nostalgia por un tiempo vivido, añorado, idealizado. ¿No pasa siempre lo mismo con el pasado?

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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