Nota: Esta es la última entrega de la serie Visiones desde la cuarentena. Lea aquí los agradecimientos.
La Redacción.
8 de mayo
Dos meses después del primer caso registrado, la ciudad de Nueva York ha logrado aplanar la curva. La taza de muertos comienza a bajar lentamente. La clínica donde trabaja mi esposo ha abierto de nuevo, pero aún no hay pacientes tan valientes (o imprudentes) como para visitarlo en persona. Maneja sus citas por teléfono, solo en su pequeña oficina, cubierto de punta a pie en equipo protector.
10 de mayo
Hoy es mi primer día de las madres con mi hija, pero también el primero que paso lejos de mi mamá. Nos felicitamos las dos por Zoom, consolándonos con estar sanas. No le comento que hay varios reportes de niños pequeños hospitalizados con un síndrome inmunológico grave relacionado al covid.
12 de mayo
Aunque seguimos en pausa, la ciudad comienza a despertar. Cuando antes mis caminatas de cada día eran solitarias, ahora encuentro difícil mantener los dos metros de distancia en algunas partes del vecindario. Por lo mismo, estoy contemplando renunciar a estos paseos, pero la idea de mantenernos encerradas sin compañía adulta en mi pequeño apartamento me da claustrofobia.
El supermercado se siente cada vez más lleno también. Con los pasillos tan angostos es imposible mantener la distancia social, así que decido no volver en adelante. Ya no sé si estoy siendo prudente o agorafóbica, pero ahí veré cómo me las arreglo.
17 de mayo
De la noche a la mañana se incrementa la disponibilidad de pruebas gratuitas de anticuerpos, y hay filas afuera de las clínicas. Mi marido sale negativo. Ya ni sabemos si son buenas o malas noticias.
En la tarde hacemos picnic en el parque con una colega de mi marido que sí salió positiva pero jamás presentó síntomas. Mientras yo le enseño a la bebé a contar con sus deditos, ella y mi marido platican de lo que vivieron en esos meses de pico en el hospital. Él se ha vuelto más irritable desde entonces, mientras que a ella de repente le vienen ataques de pánico.
“Jamás había visto tanta muerte,” dice ella. Mi esposo calla, pero asiente con la cabeza.
20 de mayo
Otra cosa que se ha puesto de moda en Brooklyn es comprar despensa en restaurantes en lugar de supermercados. Dos veces a la semana vamos a un restaurante cercano y hacemos fila afuera. Ahí mismo en la banqueta nos presentan una caja de cartón con ingredientes frescos directo de sus proveedores, y a veces hasta una receta preparada. Algunas veces te dejan escoger, y otras te la rifas. Cenamos costillas, betabeles asados, ensalada de papa preparada, brócoli al ajo, y pollo rostisado estilo francés.
22 de mayo
Son las dos de la mañana y no podemos dormir. Logramos oír a una mujer que llora desconsoladamente en algún rincón del edificio. Es un llanto espeluznante, una catarsis casi animal. “¿Le hablamos a alguien?”, le pregunto a mi marido. “¿A quién?”, me pregunta él.
A esa pregunta no tenemos respuesta, y la dejamos llorar.
25 de mayo
Hemos comprado una carpita playera, y últimamente me ha dado por llevármela al techo con la niña para respirar un poco de aire libre. Siento mi departamento hacerse pequeño, aún más pequeño que mi carpita.
Estados Unidos ronda las 100 mil muertes por covid-19. Esa noche, la muerte de George Floyd a manos de cuatro policías en Minneapolis es capturada en video y comienza a diseminarse rápidamente por las redes sociales. No sé si sea coincidencia, pero hoy casi no hay aplausos a las siete.
26 de mayo
Se rumora que pronto habrá recortes de personal en la clínica, y están pidiendo que todos los empleados se tomen dos semanas de vacaciones para disminuir los gastos. Mi esposo y sus colegas, que tanto han sacrificado ya, tienen los ánimos por el piso.
Debido a esto y a mi claustrofobia, hemos hecho un nuevo plan: este sábado, empacamos el auto y nos vamos a pasar el verano con mis suegros a los suburbios de Washington, D.C.
29 de mayo
Mañana nos vamos y de nuevo no puedo dormir. Las ambulancias han sido remplazadas por helicópteros. Si hay sollozos entre las paredes son minúsculos comparados con la consigna que retumba por las calles: black lives matter. Una cantidad imposible de gente, casi un estadio lleno, rodea nuestro edificio en marcha pacífica.
Para cuando la policía desata su brutalidad ante los manifestantes ya no oigo nada, pues me he quedado dormida.
30 de mayo
Son las diez de la mañana, pero se siente como si fuera el inicio del primer día del año. En silencio, empacamos el auto y nos vamos. El vecindario está completamente vacío. Las únicas señales del caos de la noche anterior son una mancha de leche regada en la banqueta y una que otra pancarta abandonada.
4 de junio
Sólo han sido cuatro días desde que llegamos pero nuestro mundo se ha puesto de nuevo al revés. La casita donde estamos haciendo cuarentena antes de unirnos a mis suegros es pequeña, pero yo la siento como mansión. Tenemos jardín. Mi esposo hace sus mismas visitas telefónicas con la niña en brazos mientras que yo me pongo doméstica y preparo chilaquiles para desayunar. Caminamos por un vecindario tan amplio y verde que hasta me siento ridícula usando tapabocas.
Pero no hay tregua. Mi vecindario en Brooklyn parece zona de guerra. Mientras tanto, a los pies de la Casa Blanca –y en toda la nación– ola tras ola de manifestantes se enfrentan a la violencia de una policía militarizada y brutal. En las noches, se oyen cohetes y helicópteros militares.
13 de junio
Hoy hacemos un picnic con nuestros amigos en a los pies del Capitolio. Ponemos nuestras cobijas sobre el paso a un poco más de dos metros de distancia entre sí, mientras los niños corren alrededor. De regreso a casa, pasamos por la calle catorce. En algo que solo puedo describir como un momento de farsa, veo que restaurante tras restaurante están no solo abiertos, sino repletos. Los meseros son los únicos que traen tapabocas.
Mientras tanto, el incendio que han encendido las muertes de George Floyd y Breonna Taylor se propaga. Terroristas de ultraderecha arrollan a manifestantes pacíficos, mientras que en California a un hombre negro lo cuelgan de un árbol. La pandemia, que antes parecía una amenaza existencial, ahora se desliza en la memoria nacional como lo que es verdaderamente: nada más que pólvora.
es actriz y guionista regiomontana, egresada de NYU Tisch y candidata a la maestría en Dirección de Cine en Columbia University.