Rescatando clásicos: Gentleman Broncos

Una reseña de la menospreciada tercera cinta del director de Napoleon Dynamite. 
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El término ‘cine de culto’ ha sufrido una depreciación curiosa en los últimos años. Antes solía ser un calificativo que una cinta se ganaba con el paso del tiempo y la adopción ferviente de un grupo modesto de personas. Ya saben, como un culto. Películas como The Rocky Horror Picture Show, Eraserhead o El Topo tuvieron que sobrevivir duras críticas y fracasos económicos para volverse estandartes del término. Sin embargo ‘cine de culto’ se ha convertido en una suerte de estampa mercadológica para vender productos. Cintas como Donnie Darko o The Human Centipede son etiquetadas ‘de culto’ antes de ser distribuidas, contradiciendo por completo dicha descripción. Se olvidan que en el corazón de toda película de culto hay un ingrediente esencial que no es conveniente anunciar: el menosprecio inicial.

¿Es Jared Hess un director de culto? La carrera del director mormón inició sin duda como un artefacto de este culto prefabricado. Su debut, Napoleon Dynamite, se posicionó como consentida de una generación post-Mtv, con ferviente adoración que sugería un John Hughes de final de siglo. Los Movie Awards de esa cadena que solía transmitir videos llenaron la película de elogios, y pronto el proto-hipster podía comprar playeras de ‘Vote for Pedro’ en su Urban Outfitters más cercano. La cinta estaba llena de momentos aislados que resultan memorables, pero rara vez lograba algo interesante con la suma de sus partes. Sin embargo fue suficiente para colocar a Hess en la mira de muchos e iniciar una serie de inmerecidas comparaciones con Wes Anderson. Comparaciones sólo evidentes al ojo mal educado y a los que ponen poca atención a la historia.

Luego vino Nacho Libre, la cual mostró que había más en Hess de lo que se alcanzó a apreciar en su debut. Aprovechando el lado dulce (descubierto en la entonces reciente School of Rock) de Jack Black, nos mostro un afectuoso retrato de la cultura de los luchadores en México. Desinformado tal vez, pero lleno de genuina curiosidad y cariño por la cultura. Nacho Libre puede ser una comedia menor, pero guarda un peculiar encanto, gozando de cierta inocencia que posiblemente resulto muy sentimental para el fan hip de Napoleon Dynamite, propiciando el primer fracaso de Hess.

Para la llegada de su tercer largometraje, Gentlemen Broncos, el veredicto sobre la carrera de Hess estaba por definirse. La película tenía una premisa interesante y un reparto que llamaba mucho la atención. Sin embargo las primeras funciones antes de su estreno fueron un desastre, generando un disgusto casi universal, al grado que su estudio, Fox Searchlight, decidió abortarla en lugar de parirla, dejándola en sólo un puñado de salas olvidadas y esperando que la gente no se diera cuenta que les pertenecía. Los críticos entendieron la estrategia de distribución e inmediatamente la etiquetaron como una de las peores películas del año, prácticamente dejando que el boca a boca les hiciera el trabajo. Al final, eran más el número de personas que odiaban la película que el número de personas que la habían visto.

La premisa, en la que un joven introvertido y aislado escribe una novela de ciencia ficción que es plagiada por su ídolo, fue vendida en los pocos materiales promocionales como una especie de Rushmore, una cómica pelea entre novato y veterano. Pero la película en la realidad no podría estar más alejada de tan simple resumen, así como Hess nunca había estado tan alejado de la influencia de Anderson. Por un lado, más que una simple y cómica rivalidad entre pupilo y mentor, tenemos una inteligente observación sobre el manejo de la propiedad intelectual. Benjamin, interpretado por Michael Angarano (el Patrick Fugit niño en Almost Famous) de manera tan inerte que hace que Napoleon Dinamyte se parezca a Ferris Buller; no sólo ve  a Ronald Chevalier (Jemaine Clement, 50% de la genialidad tras Flight of the Conchords) robarse y afeminar su obra, sino que cede sus derechos a un cineasta independiente (Héctor Jiménez de Nacho Libre) quien imprime su propia óptica sobre la saga de los Yeast Lords. Benjamin mira todo como uno ve un accidente, con la mirada vacía. El sentir de alguien que perdió control sobre su propia creación.

Hess nunca había sonado tan auténtico. Desde el arranque con una memorable secuencia de créditos que muestra portadas de libros en tomas cenitales (de nuevo ecos a Wes Anderson) increíblemente plasmadas por dos veteranos de la ilustración de ciencia ficción -Frank Kelly Freas y David Lee Anderson- al ritmo pomposo del clásico de la radio AM “In the Year 2525” de Zager and Evans, sabemos que nos encontramos con un director más ambicioso.

 

 

 

Después de esas portadas decimos adiós a los preciosismos Wes-Andersonianos y le damos la bienvenida a un genial mal gusto. Un beso post-vómito, un pitón con diarrea y dardos aderezados con fresca y humeante caca lo adentran a una estética digna de John Waters en sus momentos más vulgares. Sería reductivo llamar kitsch al estilo de Hess. Como Waters, tiene buen ojo para los momentos más grotescos de la cotidianeidad americana. No es mal gusto estéticamente guiado, sino crudo y sólo sutilmente exagerado.

 

 

Ese mal gusto se extiende al soundtrack, supervisado por el imprescindible Randall Poster, que incluye el uso nunca irónico, más bien triunfal, de “Just Like Jesse James” de Cher y “Wing of Change” de Scorpions, que brindan una sensación de afecto hacía este grupo de personajes. El reparto se comporta a la altura. Duele pensar que el público decidió ignorar una película en la que Sam Rockwell y Jemaine Clement comparten créditos. Clement le saca todo el jugo a lo que sin duda ha sido su mejor papel tras la cancelación de Flight of the Conchords. Su Chevalier, nunca quitándose su dispositivo Bluetooth del oído, es una perfecta caricatura de la soberbia. La escena en la que da un seminario sobre como nombrar personajes de ciencia ficción simplemente agregando sufijos como onius y anous es un perfecto ejemplo de sus dotes como comediante.  Rockwell por su lado es perfecto para interpretar las dos caras de Bronco: el campesino grizzli inspirado en el padre de Benjamin que pierde sus gónadas en una metáfora sobre la fractura entre la relación padre e hijo, y la afeminada interpretación de Chevalier, donde sus gónadas juegan un papel enteramente distinto. Angerano, Jiménez, el objeto de culto que es Jennifer Coolidge y el siempre necesario Mike White llevan perfecto el ritmo del material. Sobre ellos resalta Halley Feiffer, musa extraoficial de Noah Baumbach, que trae a la película toda la petulancia que le aprendió a los personajes de aquel director.

 

 

Gentlemen Broncoses un diamante en bruto. Una película de culto aún en espera de su culto. Algunos, como el respetado crítico de cine del New Yorker Richard Brody, ya se dedican a difundir sus múltiples encantos. Hoy se siente como un clavo en el ataúd en la carrera de Jared Hess. Después de la película el director regresó a la cuna, trabajando en una serie animada de Napoleon Dynamite pero el de la película no tanto. Es casi universalmente menospreciada, pero un puñado de gente le guarda genuina adoración. No  sorprendería que en unos años nos encontremos en una sala de cine a la medianoche, disfrazados de Bronco o Chevalier, recitando memorables diálogos al unísono. Cual clásico de culto para Mtv que no duró mas de una temporada. El futuro del autor está en el aire. 

 

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