A estas alturas, los rivales del candidato de Enrique Peña Nieto lo han intentado casi todo. De acuerdo con la tendencia general de las encuestas, muy poco parece funcionarles. Han tratado de ligarlo con oscuros personajes de la historia mexicana, desde Santa Anna hasta Salinas. De poco les ha servido. Han puesto en duda los supuestos logros de Peña en el Estado de México, recordándole al electorado todos los errores y omisiones que el entonces gobernador cometió durante su gestión. Y no estamos hablando de tropiezos menores. Desde el desenlace inconcebible del caso Paulette hasta las cifras de pobreza y feminicidios, Peña Nieto tiene cosas que explicar. Increíblemente, nada parece importarle al voto duro peñanietista, ese piso de alrededor de 40 puntos que el priista ha mantenido ya por largo tiempo. La semana pasada, en un último intento por dar una campanada, Josefina Vázquez Mota recurrió de nuevo a la vida personal de Peña, con la esperanza de que, de alguna manera, el “alma conservadora” de la sociedad mexicana despierte y le dé la espalda al puntero. No parece haber funcionado. México no es un país puritano. Si la clave para tirar a Peña fuera su vida personal, la caída habría ocurrido tiempo atrás. México no es Estados Unidos: podremos presumir de conservadores, pero somos mucho más pícaros que puritanos… para bien y para mal.
¿Qué les queda, entonces, a Andrés Manuel López Obrador y a Josefina Vázquez Mota? La respuesta, me parece, es evidente y algo de ella vimos ya en la estrategia del PAN en el primer debate: dejar de hablar de “Enrique Peña Nieto” y comenzar a hablar del “candidato del PRI”. No es ninguna casualidad que Vázquez Mota haya dejado de lado el nombre del puntero para referirse, mejor, a su filiación partidista. Le llamó “candidato del PRI” diez o 15 veces. Tras tantos años de ser testigos del efecto teflón del que goza Peña Nieto, el personaje, Acción Nacional debe haberse dado cuenta de que la única posibilidad que tiene en 2012 es convertir la elección en un referendo de los 70 años del PRI, el partido. Como vimos con las desafortunadísimas declaraciones de algunos priistas tras el episodio de su candidato en la Ibero, el PRI sigue padeciendo de esa mecha corta que revela la tentación autoritaria. El PRI es, sin duda, el talón de Aquiles de Enrique Peña Nieto.
Me parece un viraje astuto, de los pocos que hemos visto en la campaña. Después de todo, si el candidato es fuerte, hay que atacar al andamiaje partidista que lo sostiene. La clave está en cómo aprovechar la larga historia del PRI para afectar al candidato de ese partido. No es cosa fácil. Primero, porque Peña Nieto ha perfeccionado el discurso del cambio generacional. Él y sus contemporáneos insisten en que crecieron en un PRI “distinto”, que aprendió a perder y a gobernar mejor. Esto puede o no ser cierto (yo tiendo a pensar que no lo es; me parece, en cambio, que el PRI es como Rip (PRI) Van Winkle: despertará años después pensando que nada ha cambiado). Pero hay otro factor: además de la disciplina de discurso de Peña, el problema para sus rivales es que el puntero se ve joven. Peña no parece un priista de los 70; aparenta, más bien, ser mucho más joven que sus rivales. No es una variable menor ni frívola.
Asociar a un hombre joven con un partido viejo no es cosa fácil. Pero tampoco es imposible. En las semanas que quedan, los rivales de Peña deberían insistir en que el puntero es, en efecto, el “candidato del PRI”. Deberán recordarle al electorado lo que fue el 82, 88, 94… hasta el 68. Tendrán que hacerlo no urdiendo teorías de la conspiración o villanos de fantasía, sino a través de datos, cifras, imágenes. Podrían, por ejemplo, remitir al electorado al PRI más macabro y patético, al de López Portillo y las lágrimas de perro, al de Echeverría y la crueldad… y sí: al de Salinas y la histérica megalomanía. “Pregúntenle a sus padres cómo eran las crisis con el PRI”, tendrían que suplicarle a aquellos jóvenes que votarán por primera vez y que, dado que simplemente no lo vivieron, no tienen una idea clara de lo que fue el PRI en Los Pinos. Deberán someter a Peña a un interrogatorio que lo obligue a hacer lo que ningún priista ha hecho jamás: enfrentar la historia de su partido. Si lo logran, la elección tendrá cuerda. Si no… este arroz se acerca al punto de cocción.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.