Vasito de tegogolos tibios en Catemaco (para visitar a los brujos).
Cueritos de la Plaza México luego de haber llovido (en ellos).
Bolsa de Pescuezos de Pollo Azul con Salsa Valentina en el Metro Rosario (con hambre).
Torta de col y jamón translúcido de $5 pesos en el bosque de Chapultepec (sin hambre).
Terminar metafóricamente con un “Vuelve a la vida” debajo del puente de la avenida Ignacio Zaragoza.
Degustar, en cualquier esquina de la federación, un platito de frutas salpicadas de agua salmonelosa, empanizadas por el polvo citadino.
Por cierto, haber aceptado uno de los pastelitos de masa cruda de la prima al inaugurar su hornito de foco Lili-ledy.
Sincronizada del Metro Hidalgo con chiles en escabeche (aderezada con cola de lagartija aventada por un malhora que huye camuflado entre uniformes de secundaria pública).
Polla en ayunas la cruda de un martes.
Bufet barato de hotel de quinta estrellas.
El clásico spaghetti blanco de comida corrida (con crema humectante y queso de cera).
Caldo de gallina musculosa (que huele más bien a cordero del mercado de Marruecos, en el mercado de la esquina de la casa).
Pida sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, ricos tamales oaxaqueños calientitos.
Tacos de esos trozos que dicen que son de cabeza de res cuando justo lo que ya no hay es cabeza de res en el perol de los tacos (con sueño).
Torta gigante de salchicha enlamada en puesto blanco con hoyo en el vidrio manoseado justo en esa esquina de Insurgentes Norte (borracho).
Bufete de mariscos en lunes o en martes o en miércoles, (luego de que en el mismo establecimiento se anunciara con bombo un bufete de mariscos en viernes, sábado y domingo).
Tacos de pastor al 2×1 (pregonados estoicamente en manta agujerada atada al poste del alumbrado público).
Los 225 mililitros de juguito que quedan luego haber finiquitado unos pepinos con chile piquín, limón y sal.
Café requemado en resistencia de cafetera en dependencia pública (en junta de presupuesto con jefe burócrata de tres generaciones).
Marina de mole en recreo en la primaria (a un lado de torta tamaño emperador del compañero hijo único y mimado).
Micheladas tibias de litro y medio (escarchadas con polvito sabor Mora Azul, tuneadas en Gomichelas y rematadas con un tarugo en la feria de Texcoco en noche de concierto de Ana Bárbara).
Churro escurrido de “cajeta” en farmacia de Mixquic con uso de suelo de maquinitas y juegos mecánicos.
Empanadas de carne (sin saber qué carne se hizo, ni quién, ni cómo, ni en dónde está esa carne si es que la hay, y en donde acaso es mejor que no la haya).
Tiritas de pescado “fresco” y frito (ahogado en aceite oscuro a las afueras del metro Peñón Viejo y muy lejos de la cuaresma).
Hot-dogs a 5 x 25 (y el 15 de septiembre en la tremenda congestión humana de Azcapotzalco).
Bufanda de algodón de azúcar (perseguida cien metros por un niño de cuatro años por todos las la pisoteadas entre puestos ambulantes en ese mismo 15 pero en Coyoacán).
Ensalada de coditos (temperatura tupper cerrado en coche cerrado, servida en plato desechable, recogida del pasto de Chapultepec).
Carne con nervio (o al revés), acompañada por tortillas a medio hacer en comida corrida metropolitana.
Gaznate petrificado (circa 1976), o “Alegrías” de semáforo (con celofán quebrado por el tiempo), o huevos de pascua (regalados por tía arrugada que huele a viejo por debajo de lociones dulces), o calaveras de azúcar (con nombre propio despegándose entre las moscas del mercado de Naucalpan), o colación para posada de $3 el kilo.
Tacos de Chanfaina en tapa de tambo oxidada en esquina apretujada del tianguis de Tepito.
Carne tártara de botana innecesaria al caer la noche en cantina-piquera-chelería de ningún pelo.
Lasagna insabora y sobrecocida (por invitación de pareja de amigos recién casados y en su nueva sala con bancos altos).
Calimocho tibio (en bar pequeño de nombre rimbombante en la colonia Roma, y platicando pamplonicamente, de la naturaleza del propio trago y de cómo correr los toros en Pamplona).
130 chicharrones de harina en teibol.
Cualquier carne asada (casi siempre arrachera marinada, en diminuto patio trasero del Estado de México, manipulada por cuñado gordo que le aplica con saña Maggi y cerveza y pimienta y coca-cola según receta de no sabemos quién), pasadas con refresco de cola al tiempo y sin gas.
¿Loción en borrachera?
Tacos de adobada a medio cocer con baba de nopales y cebollita pasada, aliñado todo con salsa de puros chiles a las afueras del Estadio Azteca antes de un América-Pumas, ahí donde se vio que es más que fácil llegar a un baño abierto, limpio, motivante de todos los respetos.
Escritor, editor y promotor cultural. Ha publicado 8 libros, entre ellos Zopencos (2013), Yendo (2014) y Sayonara (2015). Es propietario de Hostería La Bota.