En los cincuenta y sesenta, Acapulco era el símbolo de las aspiraciones de modernidad y movilidad social de todo un país. A comienzos del nuevo siglo, el panorama se encuentra en las antípodas: Guerrero se ha convertido en el estado con mayor violencia homicida de México y distintos grupos criminales se disputan el puerto. Nuestro número presenta un balance entre el pasado y el presente de una ciudad que ha experimentado un acelerado descenso a los infiernos, pero que todavía es capaz de ofrecer destellos en medio de las ruinas.