La ciudad de Nueva York se está volviendo mexicana: tortillas, tamales, lucha libre, son jarocho, La Virgencita, norteñas en el metro… Está todo aquí. Para aquellos que venimos de California o del suroeste de Estados Unidos, y que somos de ascendencia mexicana, las particularidades de este proceso y los cambios en la identidad étnica de esta ciudad son evidentes y muy emocionantes. A pesar de que un gran número artistas, intelectuales y políticos mexicanos han visitado NY desde mediados del siglo diecinueve, esta ciudad nunca había experimentado una ola de inmigración continua desde México. Este es un fenómeno relativamente reciente. Un enorme número de migrantes del centro y sur, particularmente de Puebla, empezaron a llegar a la ciudad en los años ochenta para probar mejor suerte “de este lado”. A esta comunidad de migrantes, se han unido una cantidad importante de intelectuales chilangos de la clase media. Estos estudian en las grandes universidades de la ciudad, se involucran en proyectos artísticos y académicos, e interactúan con puertorriqueños, americanos anglosajones, dominicanos y, por supuesto, con sus compatriotas mexicanos. Añadidos a este coctel están los chicanos (algunos se auto-identifican como “pochos,” dándole dignidad a un termino históricamente peyorativo) de todas partes del suroeste de Estados Unidos. Algunos vinieron a la Costa Este para hacer estudios de posgrado, otros para dirigir programas culturales en museos prestigiosos y, por supuesto, muchos de ellos siguen llegando para intentar hacerla en la jungla de asfalto. A pesar de que estos grupos de mexicanos tienen diferentes trayectorias, distintas ocupaciones y no comparten los mismos privilegios, todos se juntan aquí en momentos predecibles y escenarios inesperados.
Primer Acto:
Es 12 de diciembre de 2010 y mexicanos del Bronx, Queens, Brooklyn y Manhattan cubren las banquetas de la calle 14 entre la octava y séptima avenidas para entrar al recinto de la Virgen de Guadalupe. A la venta hay tacos, tamales y atole, rosarios y rosas para la Virgen. Gritos de “rosas por 5 dólares, rosas para la Virgen, sólo 5 dólares” y “un dólar, un dólar por el Rosario, sólo un dólar” compiten con las bocinas de los coches, con las instrucciones en altavoz de los policías, con algunas conversaciones dispersas y con el suave, pero persistente sonido de la lluvia golpeando el asfalto, mojando gorras de los Yankees y unos pocos paraguas. Aunque hay algunas familias con niños pequeños y adolescentes, la mayoría de los guadalupanos son hombres de entre 20 y 30 años.
Mientras los fieles esperan bajo la lluvia, llega un camión blanco seguido por un grupo de jóvenes cargando una manta de más de tres metros con la imagen de la Virgen. Algunos de ellos llevan sus bicicletas “lowrider” y todos pertenecen a los Firme Ridaz, un club de coches y bicis formado por mexicanos nacidos en México y en Estados Unidos. Los méxico-americanos de la costa oeste de Estados Unidos iniciaron el arte de hacer autos y bicicletas lowrider y ahora esta tradición se ha extendido a varios lugares de la Unión Americana y a la ciudad de México. Este 12 de diciembre marca el quinto año en que los Firme Ridaz traen a la Virgen y a sus bicicletas desde la calle 192 en el Bronx, hasta la calle 14, en Manhattan. Caminan para rendirle honor a la Guadalupana, pero también, como dice Manuel, el organizador principal, “para continuar con la tradición, porque no queremos que se pierda”. En el momento en que la enorme manta llega al altar, los asistentes saludan a la Virgen con rosas en mano y, aquellos afortunados que llevaron cámara, posan felices junto a la imagen de la patrona de México.
Segundo Acto:
En un salón de la Universidad de Columbia, con six-packs de Corona y Modelo Especial en mano, un grupo de mexicanos, pochos, chilangos y gringos, comen cacahuates japoneses y esperan a que empiece la presentación del libro de Daniel Hernández, Down and Delirious in Mexico City: The Aztec Metropolis in the Twenty-first Century. Hernández, un pocho autoproclamado, creció en el área de San Diego-Tijuana y ha vivido y trabajado como periodista en la ciudad de México por algunos años. Su libro, una mezcla de autobiografía y ensayo periodístico, tiene mucho que ofrecer a los chilangos, pochos y angloamericanos. Su análisis del Distrito Federal a través de su sub-cultura, ofrece a los lectores un retrato detallado de las costumbres, la gente y los lugares con los que, según Daniel, la mayoría de los mexicanos de la clase media temen relacionarse. Lejos de ser una “invasión a la Ciudad Perdida” o una invitación al voyerismo, el libro expresa una genuina preocupación por la desconfianza y la tensión que existen entre las clases sociales de la Ciudad de México. Al mismo tiempo, Down and Delirious también explora la manera en que la ciudad aceptó con los brazos abiertos a Daniel, permitiéndole no sólo convertirse en chilango, sino también afianzar su identidad de pocho. “La Ciudad de México es un sitio de un redescubrimiento esencial. Por primera vez empiezo a considerar la posibilidad de que es aceptable vivir con una bipolaridad cultural, de que esa vida ofrece un equilibrio. Es la lección velada que me da la ciudad”. Los estudiantes de Columbia comentan, hacen bromas, hablan en spanglish.
Tercer Acto:
Es viernes por la noche y Radio Jarocho está tocando en Shrine, un bar de Harlem conocido por la variedad étnica de los grupos que tocan ahí. Dedicados al son jarocho y a promover el fandango, Radio Jarocho está formado por jóvenes de Oaxaca, Ecatepec, Iztapalapa, Coyoacán y Bogotá, Colombia, que llegaron recientemente a Nueva York. Algunos de los miembros son músicos de la clase media que vinieron a hacer posgrados, mientras que otros vinieron a la ciudad por razones económicas. Esta noche tocan para un público formado mayormente por vecinos de Harlem que acostumbran ir a Shrine a escuchar blues, reggae, R&B y música soul. Cuando Radio Jarocho arranca, el público parece indiferente, se ocupan más de sus tragos y conversaciones. Pero mientras el ritmo de las jaranas, la quijada de burro y la tarima acelera, varias treintañeras afro-americanas se paran a bailar, a aplaudir y a corear el “Chuchumbé”. El set del grupo termina y todos seguimos con la fiesta en un bar mexicano. Conforme avanza la noche y las cervezas comienzan a acabarse, la música que el barman elige se vuelve nostálgica. En un español de origen pocho, chilango y poblano, cantamos todos dramáticamente las líneas más icónicas acerca de la migración a El Norte: “¡Qué lejos estoy del suelo donde he nacido! Inmensa nostalgia invade mi pensamiento; y al verme tan solo y triste cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento.”
Traducido por Julia del Palacio
Estudiante de doctorado en Historia, Columbia University, NYC