Atrapados, pero en la calle

Un crónica del estado de cosas con las protestas y las marchas en Chile. 
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Jueves 25 de agosto. Diez y media de la mañana. Despierto. Es el segundo día del paro nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores. La marcha comenzaba a las diez, siento deseos de quedarme en cama. Anoche estuve hasta tarde tocando las cacerolas en la plaza Ñuñoa. Los vecinos se reúnen todas las noches desde hace un mes o más, algunas noches son doce. Otras, como anoche, 500. Fui con mi ex cuñada, mi sobrino y dos amigos. Mi sobrino se encontró con sus amigos del liceo que está “tomado” en la esquina; me mostró orgulloso que aprendió a armar una capucha con una camiseta (a los más radicales que tiran piedras y queman barricadas, les dicen “los encapuchados”). Se colocó junto a sus amigos enfrentando la barrera formada por la “Unidad de choque y antidisturbios”. Detrás de sus gruesas y pesadas armaduras, los policías no se movían, no hablaban; los adolescentes probaban hacerlos reír, insultarlos… los carabineros tenían orden de no moverse. Los adolescentes tampoco retrocedían. Me encontré con ex compañeros de los 80, que también participaron en la lucha contra la dictadura. Los primeros años de democracia nos seguimos encontrando en ciertas calles, en algunos bares, en el cine arte o en actividades culturales; después ya no; en el intertanto encanecieron, sus cuerpos se pusieron gruesos y sus movimientos más lentos. Después de cacerolear fuimos a un bar en la plaza. Mi ex cuñada nos confesó que se sentía extraña. Le preguntamos qué quería decir con extraña. “Me di cuenta que durante estos 20 años he estado alejada de lugares, como la plaza Ñuñoa o este bar, siendo que antes constituían mi espacio más natural y cercano. Esta noche me di cuenta de que me metí en el trabajo, en el gimnasio, en el consumo, y soy una extraña en ambos lugares”.

Me meto a facebook. La colega con la que iba a ir también desistió. Es académica de la Universidad Católica. La primera declaración de apoyo a los estudiantes la firmaron cincuenta profesores muertos de miedo. Ahora son más de 200. Desde 1968 que la Universidad Católica no estaba en paro y en toma. El colegio particular de mi amiga está en toma. Doscientas madres y padres se reunieron a conversar con sus hijos sobre la reforma a la educación. Los acontecimientos ocurren en forma vertiginosa. Hace tres meses tenía la costumbre de leer todas las mañanas, sola, en mi escritorio y por Internet, el periódico de la derecha y un par de oposición. Ahora leo las chambonadas que hace el gobierno publicadas en facebook y me río con otros. Poner “me gusta” ya no me parece extraño. Decido que  hoy no iré a la marcha. El domingo estuve en el parque O’ Higgins con dos amigas y sus hijos. Dicen que había entre 500  y 700 mil personas. Nos acordamos que estuvimos juntas en la primera marcha autorizada por la dictadura en el paseo Bulnes, en 1982. Era la primera vez desde el golpe militar que salían diez mil personas a la calle. Nos sentíamos tan poderosos que soñamos con ir a ocupar La Moneda ya. El miedo nos detuvo. En el Parque O’ Higgins no hay miedo, en los jóvenes no hay miedo, hay familias sentadas sobre una manta comiendo sándwichs que prepararon en casa, hay niños tomando helados. Cuando llegó la democracia, mis dos amigas se volvieron concertacionistas[1]. No eran ciegas, pero creían que la Concertación era mejor que la derecha. Comentamos qué bonito es seguir juntas, ahora en esto; tenemos la sensación de que nos seguimos moviendo, tanto física como existencialmente.

“Algo está pasando en esta apariencia de que todos somos libres. Está faltando mucho sentido. La economía de mercado nos prometía libertad, pero vemos lo que ocurre y es muy distinto: se burla a la gente en su dignidad. La gente está atrapada, y eso es lo contrario de la libertad”[2], leo a Humberto Giannini, uno de los últimos filósofos, que en vez de estar escribiendo papers para una revista indexada o participando en un congreso para ganar puntos, insiste en caminar por la ciudad y pensar a la ciudad y al ser en la calle.

Me siento mal de no ir a la marcha. No quiero que el movimiento fracase y aunque la lógica indica que un individuo no incide en el destino de un país, la idea de que este movimiento de desobediencia pueda fracasar, vuelve imperativo ir. Ahora que escribo esto, me doy cuenta de que estoy nuevamente comprometida con una causa. No fue casualidad haber encontrado un amor en una de las marchas, obedece al deseo de entrar en relación con otro. Ir de la mano a las marchas se ha convertido en un doble gozo. A esta él decidió no ir. Tal vez por eso me ha costado. Cojo la bicicleta –abandonada durante meses– y tomo la calle por donde debía pasar una de las cuatro columnas. Me guió por los papeles picados en el suelo.

“Al estar al servicio de los dictámenes de la oferta y la demanda, en el espacio público domina el comercio y en la ciudad solo se nos considera como consumidores. Pero consumir no es goce. Uno se pregunta ¿cuál es el goce de la ciudadanía hoy? Antes era el encuentro, la amistad, el compromiso, todo eso era ciudadanía. Si no hay calle no hay espacio público. En la calle todos somos iguales, sometidos a peligros, a encantos y a invitaciones. La calle es la travesía que tiene que hacer el individuo para ser un ciudadano. Las movilizaciones han servido para tomarse la calle: se ha rescatado la ciudadanía. Lo público es la salida de sí mismo”, dice Giannini, el filósofo.

Me he vuelto adicta a las marchas. Apenas siento los tambores, me pongo contenta, se me abre el pecho, sonrío, y me apuro. Esta es la primera marcha convocada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y no por los estudiantes. Este hecho crea  una sensación de alerta; nadie quiere que un grupo o partido ensucie o instrumentalice lo que ocurre. La gente con la que me encuentro comenta que está desorganizada. La esquina donde confluyen las cuatro columnas de marchantes es demasiada estrecha y aún quedan cinco cuadras para alcanzar la calle Cumming donde iba a tener lugar el acto que no se realizará. Nadie sabe el motivo, no habrá acto. Los manifestantes dan vueltas sin dirección, algunos se sientan en el pavimento; nadie sabe si quedarse, seguir a Cumming (con qué objeto, si no habrá acto), volver a la casa. Nadie siente deseos de volver a la casa. Se forman grupos, gente que va de grupo en grupo, solitarios… algunos, para no perderse el almuerzo, compran sopaipillas en los carritos móviles. En las marchas convocadas por los estudiantes se comparte la sensación de que avanzamos juntos hacia algo; La Moneda, el parque Almagro, la educación gratuita, la igualdad social, la participación, la dignidad. El paro convocado por la CUT no tiene un sentido claro. Me cuentan que alguna gente escupió e insultó al presidente de la CUT y a unos políticos que lo acompañaban. Por primera vez en una marcha veo dirigentes de los partidos políticos de la Concertación; apartados del goce, nos observan, sacan conclusiones, calculan. A la distancia surge una columna de humo. Comenzaron los disturbios. Mañana los periódicos titularán con la violencia. Hace algunos años titulaban con la delincuencia. Fue así como nos fuimos encerrando en nuestras casas. Lo increíble es que, siendo los mismos títulos, ahora no dejamos de salir a la calle.

“Hay una indignación al decir: esto ya es suficiente. Cuando la gente sale a la calle y a veces hace pedazos su propia ciudad no es pura violencia: es la ira por la marginación y por el arrebato diario; por los derechos que ha perdido. Es una rabia por injusticias acumuladas. La gente está atrapada. Esta es una democracia hipócrita. Y el silencio se empieza a romper. Yo quiero que se rompa la hipócrita democracia de los acuerdos”, Giannini, el caminante.

Después de cuatro meses de movilizaciones, esta semana la Confederación de Estudiantes irá a La Moneda para conversar con el presidente Piñera. Los funcionarios de gobierno calculan que las movilizaciones toparon techo; los políticos, que el movimiento no puede ir más allá sin su ayuda; es difícil predecir lo que va a ocurrir. El único cálculo es que tenemos goce para rato.



[1] La Concertación de Partidos por la Democracia, agrupa a partidos de centro y de izquierda, que gobernaron Chile los primeros 20 años desde la recuperación de la democracia.

[2] Entrevista de Marcelo Mendoza a Humberto Giannini en revista Paula.

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(Santiago de Chile, 1962) es narradora y periodista. En el 2001 publica la novela Poste restante (re editada en 2010). En 2009 publica Los perplejos, que combina el viaje con su investigación sobre Ma


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