“…y salieron a recibirle [al Dr. Fco. Javier Balmis] el intendente, señor Conde de la Cadena, el Obispo de la Diócesis y el Ayuntamiento. El niño portador de la vacuna fue llevado a la Catedral en el coche del Obispo. Allí los recibió el cabildo eclesiástico, y el coro de la catedral cantó un solemne Te Deum. Dos días más tarde, en presencia del Intendente y del Obispo, fueron vacunadas 230 personas, labor que continuó en los días siguientes, al mismo tiempo que en el palacio arzobispal se instalaba la "Junta para la conservación y propagación de la vacuna.”[1]
Sobre la introducción de la vacuna de viruela en México en 1804.
Después de que uno de los hijos del rey Carlos IV de España muriera de viruela, el combate a las epidemias se convirtió en una prioridad de la Corona en todos sus territorios. No es que esta enfermedad no se hubiera cobrado ya millones de vidas -tan solo en 1576 murieron dos millones de personas en la Ciudad de México, Michoacán, Puebla y Oaxaca- pero solo desde entonces los esfuerzos por la prevención y el control epidemiológico en nuestro país -antes, durante y después de la guerra de Independencia- han sido constantes y relativamente exitosos. Las campañas de vacunación antivariolítica, primero con una vacuna humana (de brazo a brazo) y después perfeccionándose las técnicas hasta la producción de vacunas en laboratorio, implicaron la creación de varios institutos (el Instituto Antirrábico Nacional en 1903, y el Instituto Bacteriológico Nacional en 1905, renombrado en 1921 Instituto de Higiene) y la incorporación al esquema de vacunación básica de cada vez más biológicos. Para 1990 México era uno de los siete países en el mundo autosuficientes en la producción de todos los biológicos del Programa Nacional de Inmunizaciones.[2]
Aun así, en ese año, padecimos uno de los brotes más importantes de sarampión de las últimas décadas. 68,782 personas se enfermaron y 5,899 murieron. Se tomaron varias medidas de urgencia, entre las que se cuentan la encuesta sobre cobertura en vacunación (ENCOVA) y la reestructuración de las políticas de vacunación que condujo al Programa Nacional de Vacunación Universal. Diez años después, para diciembre de 2001, la cobertura de todas las vacunas del esquema básico (DPT, Sabin, BCG, SRP/AS) superaba 98%; se había erradicado la poliomielitis, eliminado la difteria y el sarampión; y se había experimentado una importante reducción de casos de tétanos neonatal, tuberculosis meníngea y tos ferina.
Por otro lado, con la introducción al esquema básico de la vacuna triple viral o SRP (sarampión, rubeola, parotiditis) en 1998, México perdió su autosuficiencia en producción de vacunas y tuvo que importarlas. En 1999 fue pues creada BIRMEX (Biológicos y Reactivos de México) encargada de la producción, importación, distribución, y comercialización de vacunas, sueros y reactivos para toda la población mexicana. Aunque su eficiencia ha sido objeto de controversia y cuestionamientos, sobre todo en relación con la reciente epidemia de influenza AH1N1, no se puede negar que en México, ya sea por razones históricas, culturales, o también debido a una adecuada política de salud pública que se ha sostenido en el tiempo, vacunarse no ha sido un dilema ni un lujo sino una de las prácticas más democratizadas que podamos ostentar.
En otras latitudes, en cambio, vacunarse ha sido una decisión dejada al criterio individual. Más allá de las políticas de salud pública instrumentadas para la población, mucha información crítica, pertinente o no, se ha difundido en relación con las vacunas y sus consecuencias. Este fue el caso de la investigación realizada por Andrew Wakefield, en Inglaterra, en 1998, que sugería que la vacuna contra el sarampión estaba relacionada con algunos casos de autismo. Al parecer esa sola investigación provocó que los índices de vacunación disminuyeran hasta 50% en algunas regiones de Inglaterra y, en menor medida, en otros lugares de Europa en los años que siguieron. Tales “vacíos” de inmunización en la población europea de 10 a 19 años de edad actualmente serían la causa del actual brote mundial de sarampión y responsabilidad directa de los gobiernos que han fracasado en la vacunación oportuna y generalizada de su población, según la Organización Mundial de la Salud.
La relación entre el autismo y la vacuna triple viral resultó además ser no comprobable por la comunidad científica e implicó el descrédito absoluto para el doctor Wakefield y sus colaboradores. Aun así, su postura sigue sumando seguidores, padres y madres de familia que temen más a las consecuencias de la inmunización que a las enfermedades que han asolado a la humanidad desde hace siglos.
La desinformación no solo ha desprotegido a nuevas generaciones sino que ha impedido informar adecuadamente sobre los verdaderos riesgos que conlleva cualquier vacuna, según reporta Roberta Kwok en el número de Nature dedicado a las vacunas. El caso de John Salamone es un ejemplo: debido a la falta de información pertinente sobre la vacuna contra la poliomielitis, optó por vacunar a su hijo con la vacuna oral más barata y menos segura que la inyectable que ya existía aunque a un precio más oneroso, y su hijo enfermó de poliomielitis. Tampoco se difunde suficiente información sobre los posibles efectos secundarios de las vacunas, que van desde hinchazón o erupciones cutáneas hasta convulsiones febriles, que podrían ser vigilados y mejor atendidos por los profesionales de la salud.
Así, para enfrentar los retos epidemiológicos en una sociedad global como la actual, el debate público en México deberá centrarse en la necesidad de regresar a la autosuficiencia en investigación científica y producción farmacéutica, mientras que Europa deberá reflexionar sobre la importancia de dar una mayor centralización a las decisiones relacionadas con la salud pública. En cualquier caso, como podrá advertirse, mayor inversión y mayor gasto en ciencia y en salud se imponen.
[1] García Sánchez, Felipe, Heliodoro Celis Salazar y Carlos Carboney Mora. Viruela en la República Mexicana (1954) en Salud Pública, México, 1992. Vol 34(5): 277-287.
[2] Santos, José Ignacio. El Programa Nacional de Vacunación: orgullo de México.
Socióloga, maestra en Estudios Políticos, asesora de desarrollo social y bloguera.