Transformar el mundo

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Javier Cercas

El punto ciego

Ciudad de México, Literatura Random House, 2016, 144 pp.

 

Vivimos –quién lo duda– tiempos difíciles. No cabe hacer como que no pasa nada. Debemos enfrentar lo que viene. Nada de esperar el golpe. Es nuestro deber salir y plantar cara. No sirven las soluciones viejas a los problemas nuevos. Si es compleja la realidad no menos complejas deben ser las soluciones. Qué hacer, se planteó el líder rojo. Cambiemos el mundo. Y si no se puede por lo menos cambiemos nuestra forma de ver el mundo. Prepárese un té y adopte un sillón. O no tome nada y váyase a un parque. O súbase al metro. Y dispóngase a leer un libro serio de un autor ambicioso. Recorra sus páginas. Un libro ambiguo, irónico, polisémico, híbrido, que ofrezca múltiples perspectivas. No se trata de pasar el tiempo, que la cosa va en serio. Se trata de transformar la realidad, de cambiar el mundo. O por lo menos la percepción que el lector tiene del mundo. Haga algo: lea novelas.

Eso es lo que dice Javier Cercas en El punto ciego. La novela es “impugnación de la realidad, fuego, dinamita, subversión moral y política, cualquier cosa salvo mero pasatiempo carente de consecuencias”. Leyeron bien: fuego, dinamita. “Un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”, como escribió Kafka, “un puñetazo en el cráneo”. Esto aplica, claro está, solo a las novelas auténticas, “en la medida –dice Cercas– en que toda literatura auténtica aspira a cambiar el mundo cambiando la percepción del mundo al lector”. Las novelas, vistas así, no son cosa ociosa sino material ígneo, “sirven para cambiar la forma de percepción del mundo del lector, es decir, sirven para cambiar el mundo”. La novela no es entretenimiento, “es sobre todo una herramienta de investigación existencial, un utensilio de conocimiento de lo humano”. Las novelas no sirven, puntualiza Cercas, para brindar certezas o pasar el rato, su obligación “consiste en ampliar el conocimiento humano”. Disculpe el lector la repetición de las ideas. El punto ciego es un libro, pese a su brevedad, muy reiterativo.

Las novelas no ofrecen respuestas, afirma Cercas, su “respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro”. A lo largo del volumen, esta frase se repite, literalmente, once veces. La repetición machacante es la de un profesor que quiere dejar muy clara su idea. Tanto que arremete en contra de los que no la comparten. Hay lectores, sentencia Cercas, “cobardes o timoratos o incompetentes […] lectores que no encuentran el punto ciego o que lo encuentran y no lo reconocen o prefieren no reconocerlo, y que por lo tanto renuncian, ineptos o aprensivos, a las complejidades, ambigüedades, paradojas o ironías que propone el autor”. No es que Cercas tenga nada en contra de ese tipo de lectores ya que ellos “están en su derecho, por supuesto, aunque con ello acepten simplificar y empobrecer el libro, degradando la aventura moral e intelectual que en él propone el autor”.

Hay dos tipos de novelas: las ambiciosas, irónicas y posmodernas, y las otras, las realistas, las que dicen cosas viejas en formatos caducos. Novelas revolucionarias en un lado y novelas reaccionarias en el otro. Lectores que quieren transformar el mundo y lectores cobardes, incompetentes e ineptos. Esta dicotomía, a mi juicio, empobrece el ensayo, opaca la percepción del lector y, en vez de transformar el mundo, lo reduce. Lo cual es una lástima. Tengo por Javier Cercas una admiración profunda. Considero que Soldados de Salamina, Anatomía de un instante y El impostor son novelas extraordinarias. Y que El punto ciego es un libro que no está a la altura de sus grandes creaciones narrativas. “Este libro –nos advierte el autor– no es fruto de la improvisación”, sino fruto de una larga meditación sobre el papel de la novela en nuestro siglo.

Tal vez el autor debió trasladar al ensayo algunas de las virtudes que postula para la novela. El ensayo debe buscar, no ofrecer respuestas tajantes. El ensayo ganaría mucho si fuera irónico, si incluyera en él elementos de otros géneros, si sus conclusiones fueran ambiguas. El punto ciego, en la práctica, niega lo que ensalza para la novela. Su ensayo se habría enriquecido, quizá, de haber comprendido Cercas que la respuesta a la pregunta que plantea está en la propia búsqueda de una respuesta, en la propia pregunta, en su propio libro. ~

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