Hace algunas semanas, en la charla que tuvimos en W Radio, le pregunté al presidente Calderón si le preocupaban los resultados de los candidatos panistas en las elecciones de 2011. Quise saber, por ejemplo, qué pensaba Calderón —apasionado desde pequeño como estratega electoral blanquiazul y dirigente juvenil de su partido— de que los primero votantes hubieran abandonado en masa al PAN en el Estado de México y amenazaran con hacerlo de manera más clara en 2012. Después de todo, apunté, la elección del año que viene será la primera en la que un votante que se estrena solo habrá conocido de gobiernos panistas en Los Pinos. Calderón aceptó preocuparse por el tema. Me dijo que le interesa entender el desánimo de los jóvenes no tanto con el PAN, sino con la política en general. Y después aprovechó para definir algunas características del candidato ideal panista en la elección del año que viene. Describió a un hombre (o mujer) joven, con “propuesta de futuro”, bien conectado con las redes sociales, capaz de “atraer a esos votantes” para los que el PAN no es la oposición, sino el gobierno establecido, el statu quo: lo que, en la rebeldía natural de los 18 años, uno rechaza.
El PAN deberá tener en cuenta los apuntes de Felipe Calderón cuando el partido decida, como parece estar haciendo ya, el nombre del candidato que lo representará el año que viene. Pero, antes, los panistas deberán plantearse una pregunta fundamental. En la política electoral hay dos tipos de candidaturas: las pragmáticas y las testimoniales. Las primeras buscan la victoria, las segundas algún tipo de legitimación incluso moral (pero también narcisista, ya sea de quien la impone o de quien se impone). Casos sobran. Aproveché estos días de descanso para leer un gran libro sobre la candidatura de George McGovern por el Partido Demócrata en las elecciones de 1972 en Estados Unidos. McGovern creyó que podría ganar la presidencia estadunidense desde la izquierda, blandiendo un pacifismo radical contra la guerra de Vietnam. Obstinado, se negó a moderar el discurso en asuntos fundamentales para ganar el favor de organizaciones y votantes incluso dentro de su propio partido. McGovern era, pues, un romántico. Y como tal, perdió. Richard Nixon —tampoco el hombre más popular de la historia de EU, valdría la pena aclarar— le pasó por encima el día de la elección.
La lección detrás de la historia de McGovern para el PAN (y para el PRD, pero esa es otra historia) está clara: lo primero que debe hacer un partido a la hora de elegir a un candidato es decidir si quiere ganar. Si el PAN quiere ganar, por ejemplo, no puede darse el lujo de nominar a un aspirante mucho mayor, en edad, a Enrique Peña Nieto. El presidente Calderón está en lo correcto: dada la identidad del candidato del PRI, la edad podría ser un factor potencial de decisión entre los electores. Esta última consideración esconde otra variable que los panistas no pueden dejar de lado: el contraste con el puntero. Enrique Peña Nieto está ya, con toda probabilidad, esperando en el cuadrilátero. Tiene fortalezas y debilidades. Quien suba a enfrentarlo tendrá que defenderse de las primeras y explotar hábilmente las segundas. Y no se trata solamente de las fortalezas políticas del puntero. Los otros factores, como su manejo de medios y hasta su presencia física (variable frívola para algunos que deberían leer un poco más sobre política electoral en tiempos de televisión), también deberán ser tomados en cuenta.
Así, el PAN deberá elegir a un aspirante con la capacidad para desgastar a Peña Nieto. Alguien con la capacidad de devolverle al partido que ha gobernado el país durante 12 años algo de su carácter opositor, innovador, diferente. Alguien, también, que pueda poner en una disyuntiva a los (y, de manera crucial, las) votantes que quizá hayan optado por Peña Nieto dada su pinta de joven y serio padre de familia. Alguien, también, que pueda hablar con autoridad de economía, tema que parecen haber elegido los priistas como narrativa para 2012. Alguien ya conocido y aceptado pero suficientemente desconocido aun como para tener potencial de crecimiento en aceptación. Los panistas deben dejarse de engaños. Veremos pronto si impera el pragmatismo o los panistas se hunden en los pretextos de la ineficacia y el narcisismo.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.