Blue valentine

Blue valentine es una de las más gratas sorpresas del año pasado: una cinta impecable, que habla del amor y el desamor con la misma franqueza.
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            Pocos actores norteamericanos más atípicos que Ryan Gosling. Miembro del Mickey Mouse Club junto con Justin Timberlake y Britney Spears, el joven histrión canadiense alcanzó el estrellato con The notebook, dirigida por Nick Cassavetes: un dramón meloso que desde su estreno se convirtió en la película favorita de todo el que busca salir de la sala habiendo usado una caja entera de kleenex. La historia de un hombre mayor que semana con semana le recuerda a su mujer, con Alzheimer, cómo se enamoraron, The notebook parecía ser el boleto perfecto para que el nombre de Gosling encabezara las listas de los agentes de casting. Sin embargo, rechazó ese camino. No lo hizo de manera histriónica, ni con palpable incomodidad (como, digamos, Heath Ledger). Simple y sencillamente guardó silencio, recogió un par de MTV movie awards de rigor para un papel tan popular como el que había interpretado y se dedicó a aparecer en cintas independientes. Basta observar su currículum de los últimos años para caer en la cuenta de que uno de los impulsos principales en la carrera de Gosling es desmontar el estereotipo que muchos podrían haberle endilgado después de su participación en The notebook. Su papel de profesor adicto a las drogas en Half Nelson –y la consecuente nominación al Óscar- fue un paso adelante. Pero el verdadero acto de demolición queda de manifiesto en su actuación en Blue Valentine.

             A primera vista sorprenden sus similitudes. Tanto The notebook como Blue valentine cuentan la historia de una pareja en dos tiempos (el enamoramiento inicial y una etapa posterior) y, en ambas, Gosling interpreta a un joven enamoradizo de clase baja que, para su enorme sorpresa, enamora a una chica que parece estar fuera de su alcance. En ambas, el personaje femenino (en la primera interpretado por Rachel McAdams; en esta última por la fabulosa Michelle Williams) sostiene una relación con otro hombre al que Gosling desplaza (o vence). Y, sin embargo, difieren en un elemento crucial. Mientras que The notebook es una mirada esperanzadora en torno al poder de un amor prácticamente sobrenatural, Blue valentine es un vistazo descarnado a la naturaleza de un romance que parece común y corriente. Esta diferencia en la manera en la que ambas cintas se aproximan a su temática trae consigo desenlaces muy distintos: The notebook, con su final de moño rosa, nos muestra una visión idílica de un amor tan potente que inclusive desafía el decreto de “hasta que la muerte los separe”; Blue Valentine es la historia de cómo una relación se resquebraja desde adentro, de manera ineluctable, en poco menos de seis años. Es la anti-notebook; la emancipación de Gosling.

            Emancipación que bien podría ser tomada como un mero acto de arrojo –un movimiento orquestado por un manager y un publicista- si no fuera porque, independientemente de lo que significa para la carrera de su joven protagonista, Blue
Valentine
es una película impecable. La historia viaja del pasado al presente: toca más de siete meses en la vida de Dean (Gosling) y Cindy (Williams) cuando tienen veintitantos y después regresa a contarnos el desenlace de su relación durante un solo día: el 14 de febrero. En el presente, Dean y Cindy viven en una casa en un suburbio de Estados Unidos. Tienen una hija. En el pasado, él vive en Brooklyn y forma parte de un equipo de mudanza, mientras ella estudia en la universidad y mantiene una relación disfuncional con un tipo que es todo testosterona.

Viendo la premisa a distancia, la película parece esquemática: más digna de un drama sacarino como The notebook que de una cinta seria. Sin embargo, el guión y la dirección de Derek Cianfrance son lo suficientemente sutiles –y guardan suficientes sorpresas- como para que la cinta jamás toque terrenos previsibles. En una industria que tergiversa la naturaleza del amor en aras de empaquetarlo para una audiencia que sólo consume lo que colma en sus aspiraciones, el logro de Cianfrance es mayor: Blue Valentine habla del amor y el desamor con la misma franqueza. Y lo hace de manera admirable: retrata los conflictos aparentemente anodinos que delatan el pantano bullente entre dos seres humanos; refleja sin misericordia la naturaleza inapelable de las más dolorosas separaciones; y teje, de manera delicada, a un par de personajes cuyo mundo, reacciones e impulsos se sienten absolutamente verosímiles.

Mucho del crédito va para Gosling y Williams. El reto que tuvieron es considerable: habitar a un mismo personaje en dos etapas muy diversas de sus vidas, sin la ayuda de maquillaje (salvo una cabellera ligeramente rala en el caso de Gosling). Y ambos están magníficos. Gracias a The notebook sabíamos que Gosling es capaz de exudar confianza e ingenuidad al mismo tiempo. Sin embargo, su Dean adulto implica una tarea nueva: reflejar el desgaste que la vida –brutal, compleja- tiene sobre las aspiraciones adolescentes de un chico enamorado. Lo que vemos en Blue Valentine es lo que hubiera ocurrido en The notebook si su personaje no hubiera podido tener de vuelta a McAdams. Y Gosling nos da una interpretación perfecta. Por su parte, Williams, magnífica en el papel (menor) de esposa sufrida en Brokeback mountain, da aquí indicios de lo que podría ser una carrera genuinamente interesante. Basta ver una secuencia que ocurre en el piso de un baño para darnos cuenta de la variedad de registros de la que es capaz. Ahí está, en un close-up claustrofóbico, todo lo que siente Cindy: hastío, culpa, odio, pena. Todo, sin pronunciar una sola palabra.

Como los mejores estudios de personas, Blue Valentine es una cinta que no se entiende sobre la marcha: se digiere, de manera lenta y dolorosa, después de haber salido de la sala. Sólo a la distancia podemos entender el lienzo de Cianfrance y comprender a sus personajes, el alcance de su narrativa y la complejidad de su rompecabezas. La reflexión vale la pena.

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