Día de censo nacional: ni un alma en las calles, ni un solo negocio abierto. Todos esperando la llegada del censista. Pero antes de que tocara a nuestra puerta la noticia estaba en las pantallas: murió Néstor Kirchner. Al silencio de un día feriado se sumó una honda consternación nacional.
Si los ochenta fueron de Alfonsín y los noventa de Menem, la primera década de este siglo perteneció por derecho propio a Néstor Kirchner. Razones abundan. Su presidencia sacó del foso a una Argentina en estado comatoso tras ocho años de menemismo y dos con Fernando de la Rúa. Luego de una crisis económica, social y política sin precedentes, Kirchner, un desconocido dirigente peronista de la provincia de Santa Cruz, alcanza la Casa Rosada en 2003 con un 22% de votos, porcentaje aún menor que el alarmante 24% de desocupados que había por aquel entonces. Argentina inició a partir de allí un veloz crecimiento económico, efectuó el pago total de la deuda con el FMI, y se llevaron acabo importantes avances en materia de derechos humanos como fue la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que amparaban a los represores de la última dictadura. En muy pocos años el agujero negro de 2001 y 2002 comenzaba a cerrarse. Se habló, y ya casi lo olvidamos, del milagro argentino.
Luego vendría la llegada al poder de su esposa, Cristina, y el inicio de una segunda etapa llena de obstáculos y problemas de todo orden. Los productores agropecuarios, los medios de comunicación, la inflación, los sindicatos, la inseguridad, una auténtica pesadilla política donde sin embargo brillaron logros en materia de libertades individuales como la promulgación del matrimonio igualitario. De un momento a otro, Kirchner (o los Kirchner), dejaron de ser los artífices del milagro para convertirse en objeto de críticas y escrutinios. Y todo esto dio combustible a una dirigencia opositora con frecuencia descaminada, disgregada y sin claros referentes políticos. Además, el peronismo se dividió todavía más, y el mismo vicepresidente, reclutado de la Unión Cívica Radical según la formula mixta con que ganó Cristina, comenzó a jugar en contra. El debilitamiento del poder se hizo evidente y el país entraría de nuevo en una etapa de dos bandos enfrentados que a muchos hizo recordar, con mayores o menores diferencias, la época del General Perón.
Como hombre fuerte, sobre Kirchner descansaba la maquinaria que había conseguido aglutinar a gente de la Unión Cívica Radical, del socialismo y del Partido Comunista, junto con el sector más importante del poderoso movimiento peronista. Por eso Jorge Lanata, con gran sagacidad, se preguntaba ayer acerca del futuro del llamado kirchnerismo: ¿sobrevivirá un kirchnerismo sin Kirchner?
Se especuló, y mucho, acerca de su ingerencia en el gobierno de su esposa. Casados desde hace 35 años y formados juntos en la militancia peronista desde muy jóvenes, era natural que este hombre jugara un papel fundamental en el ejercicio del poder de Cristina. De modo que su muerte agrega un problema más a la presidenta, quien debe ahora lidiar no solo con el ejercicio del gobierno sino con las intrigas internas de Partido Justicialista (Kirchner era el presidente) de cara a las elecciones del próximo año.
La noticia cayó como un meteorito. Y no solo por la muerte de Néstor sino por la viudez de Cristina. La muerte de uno y la viudez de la otra redoblan el impacto en la sociedad en términos políticos y simbólicos, pero también en términos emocionales que resultan casi imposibles de medir.
Por suerte las voces sensatas han prevalecido y hasta ahora hay consenso: lo importante es colaborar con la última etapa del gobierno y no aprovechar la grieta para patear tableros y ganar territorios. Si bien la ausencia del hombre fuerte abre de una forma inusitada el juego político, al mismo tiempo lo llena de riesgos y trampas impensables. Es lo que ocurre con la muerte de toda figura fundamental. No olvidemos que Kirchner fue el gran protagonista y marcó la agenda política del país durante los últimos siete años. Que la oposición y el peronismo tengan la suficiente claridad para acompañar el término de un gobierno sin necesidad de debilitarlo al máximo.
Desgarbado, poco carismático, con aspecto de tambaleante pingüino y con un estilo muchas veces confrontativo donde prevalecía el pragmatismo y la demostración fuerte de sus convicciones, Kirchner subirá por derecho propio al panteón de los símbolos peronistas, solo precedido por el General Perón y por Evita. Los aislados bocinazos que se escucharon ayer de parte de quienes mezquinamente celebraron su muerte, o la actual circunstancia política que vive el país y que no lo beneficiaba, no impedirán que la historia registre su paso por la Casa Rosada (2003-2007) como una de las mejores presidencias desde la vuelta de la democracia.
– Gustavo Valle
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(Caracas, 1967) Su más reciente libro, la novela Bajo tierra obtuvo el Premio Bienal de Novela Adriano González León y el Premio de la Crítica.