Espacios públicos: Lagrono

En esta serie multimedia, cinco autores en igual número de ciudades escriben y registran en video su relación personal con los espacios públicos. Hoy, el argentino Martín Zícari pasea por los terrenos de la Facultad de Agronomía de la UBA.
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La discusión sobre el espacio público ha tomado, para suerte de todos, especial relevancia en tiempos recientes. En esta serie multimedia, cinco autores en igual número de ciudades escribirán sobre su relación personal con este espacio, entendido como lugares y prácticas cotidianas. Además, han capturado en video lo que les ha llamado la atención, ofreciendo así un breve recorrido visual por esos espacios.

En la segunda entrega de la serie, el joven autor argentino Martín Zícari relata un día de campo en los terrenos de "Lagrono", la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires.

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Lagrono

"Lagrono" es el nombre que, entre amigos, le damos a las diez manzanas que ocupa la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, casi en el centro geográfico de la ciudad. En el devenir que sufren los nombres propios cuando se está entre amigos, “los lagos de Agronomía” se transformó muy rápido en Lagrono. Sí, hay dos lagos adentro de la Facultad de Agronomía, artificiales, más que lagos son unos grandes charcos sobrepoblados de patos y cisnes violentos. Además hay varios edificios al estilo de campus norteamericano donde se dan las clases, invernaderos, animales de granja y un predio enorme que se usa como lugar de esparcimiento.

Al ser parte de la Universidad de Buenos Aires, una universidad nacional, todo el espacio es público. Además hay una gran ventaja, la UBA es una universidad autónoma, una plaza sin policías, sin rejas y abierta las 24 horas del día los 365 días del año. Esto es algo raro en Buenos Aires, donde la actual gestión de la ciudad se ha encargado de enrejar todas las plazas públicas, sometiéndolas a horarios “bancarios”, cámaras de seguridad y operativos policiales insólitos.

Este día de sol, de comienzo de primavera, entramos caminando a Lagrono tranquilos, por la entrada de Avenida de los Incas. Pasan perros y bicis, todos felices, después de un corto invierno (que todos los porteños exageramos) y unas semanas de lluvia que nos obligaron a quedarnos encerrados (de nuevo, exageramos), el día de sol promete. Vamos directo al “sector joven” donde siempre promete todo más. En el camino leo “Fuera Monsanto de la FVET” y agradezco a la militancia universitaria y a sus carteles diseñados con estilos de los años 70. Ojalá salga Monsanto de la FVET y de nuestras frutas y verduras.

Pasamos por la pared más linda de Lagrono, que quedó fuera del video. La pared está pintada de colores pasteles como tapando una vieja pintada política, parece que de fondo está la cara de Jorge Julio López, el primer desaparecido tras el retorno de la democracia a Argentina, en 1983. Después pasamos por la cara de Mariano Ferreyra –el dirigente estudiantil que murió en una manifestación en 2010– dibujada con estilo primer capítulo de los Simpson, deformada. Pensamos en pobre el que la dibujó y cuando la terminó se dio cuenta que había quedado como el orto, la vergüenza. Igual capaz es un estilo buscado, quién sabe.

Llegamos a donde nos sentamos siempre y enfrente tenemos al primer “bebé”. Los “bebés” son pibes de barrio, en cuero, de after, que salieron anoche y siguieron de largo a tomar sol a Lagrono. Otros “bebés” terminaron de jugar el futbol con sus amigos y vienen a tomar mates o fumarse un porro. Los buscamos y los miramos fijo pensando en lo que ellos están pensando de nosotros, que los miramos fijo. “¿Este puto por qué me mira?”, “uh, pero la amiga está buena”, “¿qué onda, estos quieren joda?”. Por suerte hoy los “bebés” abundan. Como también nos interesan otras cosas, trajimos libros y cerveza, leemos un poco, tomamos cerveza, vamos a buscar un árbol escondido para mear. Hay grupos de todo tipo, unos que practican yoga, nenes que juegan al Facebook aprovechando el buen tiempo, se chusmea mucho.

El calor sube y la gente se empieza a desnudar, por suerte trajimos marihuana. Repito, los bebés abundan. Todo despliega amorosidad y unos perros se olisquean al lado nuestro. Corren y se persiguen otro perros por ahí, de dueños diferentes, ellos también disfrutan el parque. Pasan unas chicas vendiendo brownies veganos y ahí es cuando nos damos cuenta que nos olvidamos la yerba. Trajimos el agua caliente, el mate y la bombilla pero nos habíamos olvidado la yerba. Puteamos un rato pero por suerte estamos en una plaza en Argentina, todo el mundo tiene yerba. Le pido un poco de yerba a una familia que estaba cerca nuestro, el tipo me dice “síiiii claro, nosotros también nos olvidamos la yerba y fuimos a comprar una ahí, al puestito, llevá, llevá”. Tenía una Rosamonte, bien fuerte y amargo perfecto para la plaza.

Tomamos mates por horas, recargamos el agua en el puestito, comemos los sanguches que compramos en la panadería y pasa el día y pasa el día. Cuando ya empieza a bajar el sol salimos de nuevo por la salida de los Incas porque parece que por ahí el camino es más corto que saliendo por Arata. A mí me gusta más salir por Arata porque se hace un caminito angosto, como entrando a un boque y tenés que esquivar con la bici algunos árboles. Pero por los Incas es más corto, caminamos varias cuadras por la avenida como dormidos, agotados del sol, y nos separamos en Incas y Triunvirato cada uno para su lado.

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(Buenos Aires, 1990) es autor de la novela Scalabritney, publicada por Entropía en 2014.


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