En la parte final del ensayo “La crisis de México” (1946), Daniel Cosío Villegas aseguraba que al cabo de seis años las diferencias del gobierno priista con los partidos conservadores podrían ser tan insustanciales que “estos podrían acceder al poder no ya como opositores del gobierno sino como hijos legítimos”. El amigo al que me he referido en mis dos anteriores entregas me cuestiona: “¿Ocurrió así?”.
No ocurrió así. El hecho histórico -le contesto- es que el PAN tardaría otros cincuenta años en llegar al poder. A la salida de Gómez Morin, en 1949, y al menos por una década, el PAN se hizo cada vez más conservador, lo cual le restó mucha fuerza. En cambio, el PRI se renovó y fortaleció: en 1952, a sólo seis años de aquella profecía, Adolfo Ruiz Cortines dio inicio a un ciclo de 18 años de una relativa prosperidad para el país, que el propio Cosío Villegas reconoció. Sólo la brutal reacción oficial en 1968 lo haría cambiar de postura.
Mi amigo insiste: ¿acertó Cosío Villegas cuando vaticinó que “el PAN se desplomaría al hacerse gobierno”? Y el PAN actual, “¿no se ha desplomado ya?”.
A mediados de los sesenta -le respondo- el propio Gómez Morin temía ese hipotético desplome. Por eso confesaba que el PAN no estaba preparado para convertirse en gobierno y que si, por un accidente o por un error del gobierno, se abría la oportunidad, “tendría que convocar a un gobierno de unidad nacional”. Creo que ese razonamiento del fundador del PAN seguía siendo válido en el año 2000 cuando, tras sesenta años de “bregar eternidades” y sin experiencia de gobierno, el PAN ganó las elecciones presidenciales. Y era aún más válido en 2006. No se ensayó y fue una lástima. Tras nueve años en el Poder Ejecutivo, el PAN aún no se ha “desplomado” pero su situación es sumamente precaria, como se vio en las elecciones intermedias. Las razones del desencanto ciudadano son varias: en el tramo de Fox, frivolidad e irresponsabilidad; en el de Calderón, improvisación e inconsistencia. Pero acaso lo más grave para el PAN es haber perdido buena parte del capital moral que construyó durante décadas, esa percepción de decencia que inspiraba en mucha gente. En el 2000 dejó ir la oportunidad de denunciar frontalmente la corrupción de regímenes anteriores, y esa pasividad se interpretó -con plena razón- como complicidad con el viejo PRI. Los casos de corrupción en el Estado de México, Nuevo León, Jalisco, etc… también han dañado su credibilidad. No actuar contra esos infractores ha sido suicida. En el futuro muy próximo, la vieja profecía de Cosío Villegas puede volverse realidad: el PAN, en efecto, puede “desplomarse”.
“Para Cosío en 1946 -comenta mi amigo, que no ceja-, el PAN contaba con dos fuentes únicas de sustentación: la Iglesia y el desprestigio de los regímenes revolucionarios; no tenía principios ni hombres y poco o nada había dicho para reorganizar las instituciones del país. ¿Tenía razón? ¿Hoy es vigente ese diagnóstico?”.
Entre el PAN de entonces y el PAN de hoy -le explico- existen diferencias y semejanzas. Vayamos punto por punto. La sustentación del PAN, menguante pero todavía sustancial, no reside sólo en su filiación clerical o su prestigio opositor. La Iglesia no está ligada al PAN de manera exclusiva. (Por momentos parece más ligada a un sector del PRI, que ha decidido dar la espalda a su tradición laicista). En cuanto a las tendencias ultramontanas dentro del PAN, en ese partido siempre existió una corriente más abierta como la que en los años sesenta representó Christlieb Ibarrola. Para mí, aun esa corriente era y sigue siendo insuficientemente liberal. Hoy ambas corrientes subsisten, pero la ultraconservadora -presente en varios estados y municipios- daña mucho a ese partido.
En los años cuarenta, el PAN sí tuvo líderes y principios. Si uno revisa las sesiones de la Cámara de Diputados en esos años, se encuentra con iniciativas democráticas (como la creación de un IFE) que México no retomaría sino hasta los años noventa. Pero junto a esos líderes cívicos y a esos principios democráticos coexistió siempre la vertiente que en la Segunda Guerra Mundial simpatizó con el Eje. Esa vertiente sigue siendo enemiga jurada del pensamiento liberal en todos sus ámbitos.
Mi amigo lanza su último cuatro de espadas: “Con las derechas en el poder -según decía Cosío Villegas- la mano velluda y maciza de la Iglesia se exhibiría desnuda”, persiguiendo a los liberales, junto con la “prensa intolerante, incomprensiva, servidora ciega y devota de los intereses más transitorios y mezquinos. ¿No es lo que estamos viendo?”.
Esa “mano” -le explico- no dejó nunca de hacer público su rechazo a las corrientes liberales de pensamiento. Y le doy un ejemplo personal. Un adalid clerical, don Salvador Abascal, publicó un libro en mi contra demoliendo, según él, mis ideas y textos liberales. Pero ahora lo lamentable es que ese papel inquisitorial lo ha adoptado un sector de la prensa doctrinaria y muchos intelectuales de izquierda, que descalifican como “de derecha” o “centro derecha” al pensamiento liberal. Se trata del mismo odio. En el caso de Abascal era odio teológico. En el caso de la izquierda es odio ideológico. Gente que confunde el pensamiento con el anatema.
En un par de semanas, querido lector, la culminación de esta pequeña serie en homenaje a Cosío Villegas, nuestro gran liberal.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.