A fines de diciembre, en el aeropuerto de Monterrey, uno de esos “elementos” que disfrutan dando malas noticias comunica a los pasajeros las nuevas condiciones de seguridad que acaban de entrar en vigor en vuelos hacia los Estados Unidos.
Obedecen al frustrado intento del Sr. Amouk Abdulmutallab por derribar un avión sobre la ciudad de Detroit haciendo explotar sus partes de él. De ahora en adelante todo pasajero, incluyendo mujeres y niños, será sospechoso de querer hacer lo mismo. Nuevo triunfo terrorista. Chas gracias, Sr. Abdulmutallab.
El elemento nos hace saber que: a) seremos sometidos a revisión corporal, los caballeros por elementos masculinos y las damas por elementos femeninos, b) en el equipaje de mano no puede haber nada líquido ni sólido ni gaseoso, c) no habrá autorización para ponerse de pie durante el vuelo, por lo que hay que ir al baño antes de abordar y así, en caso de que alguna necesidad llegue a presentarse, se presente cuando ya fue satisfecha, d) no se permitirá al pasajero que lleve a cabo actividad alguna que suponga ocultar lo que es el regazo, por lo que queda prohibido usar iPods, iPhones, iLibros, iRevistas o cubrirse con iCobijas.
Bueno.
La fila avanza lentamente. Unos elementos revisan dramáticamente el equipaje de mano. Otro, bastante fornido (es decir, gordito), le hace a cada pasajero la pantomima de cómo pararse: piernas abiertas, brazos extendidos, ojos abiertos. Cuando es mi turno me dice:
–Boacachiarlu.
–¿Perdón?
–Ke boacachiarlu.
–Puscacheme.
El elemento fornido se abstiene de cachear mis partes de uno a pesar de que, en teoría, es ahí donde ahora puede haber bombas. Luego de que una elemento cachea a mi esposa, el fornido señala a nuestro hijito:
–Suijitu… ¿sijitu o sijita?
–Es hijito.
–Boacachiarlu.
Nos paraliza el asombro, pero el instinto maternal no tarda en brotar, y no sin vehemencia, de mi señora esposa:
–¡No hablará usted en serio!
–Sisenserio porkelorden es decachiar sincepción alguna.
–¡Es un niño de dos años!
–Boacachiarlu.
El elemento fornido se pone ante el niño y le hace vigorosamente la pantomima de extender brazos y abrir piernas. El niño sonríe precautoriamente, pero se queda quieto. Esto lleva al fornido a dirigirse a mí:
–Faor diordenar suijitu kese colokiasí.
–¿Usted cree que unos padres pondríamos una bomba en las partecitas de él de su propio hijito de dos años? –le digo.
–Tengórdenes de cachiar atods –me dice.
–Prefiero que lo cachié aquí la señora elemento –dice mi esposa.
–¡Lorden eske losombres cachean losombres y lasmojers cachean mojers! –dice el fornido.
–¡No es hombre, es bebé! –grita mi esposa.
–Sórdens sonórdens –replica el fornido.
–¡Pusonórdens idiots porkiuno nokier kunombr toketiel kuerpito de lijitudiún! –le digo–. ¡Asik sikier cachiar kecachié lasñora sinonó!
–¡Además trae pañales! –agrega mi esposa.
La fila se alarga, la impaciencia crece, la ambición descansa. Los elementos aceptan de mala gana. La señora cachea al niño de manera más bien simbólica y sin acercarse a sus partecitas de él. El niño se ríe. Cubierto el expediente, avanzamos.
Durante el vuelo, además de preguntarnos si cachearían al bebé de una señora embarazada que venía detrás, llegamos a las siguientes conclusiones sobre cómo van a ser los viajes en el futuro: a) estará prohibido viajar con regazo y con orificios en general, b) los pasajeros serán desnudados, rayoequisados y llevados a la máquina protegemaletas donde serán envueltos en un capullo de plástico, y c) les meterán 10 miligramos de fenobarbital por cada hora de vuelo, directo al bulbo raquídeo. Y asunto arreglado.
Por lo menos hasta que Al Qaeda invente el páncreas detonante…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.