En las últimas semanas han surgido muchas opiniones respecto a la debilidad del dólar. Algunas la ven como el más evidente augurio del desmoronamiento del imperio estadounidense; otras claman por revertir las políticas adoptadas, debido a la necesidad de un dólar fuerte; y algunas más celebran la caída porque, por sí sola, corregirá los desbalances económicos en el mundo. No es que me guste llevar la contra, pero estoy en desacuerdo con las tres.
He escrito extensamente sobre por qué no creo que estemos remotamente cerca de ver el fin del predominio estadounidense en el mundo, a pesar de que cuando veo la fuerza del cabildeo, la ineptitud de los congresistas, y la falta de agallas del ejecutivo, cuestiono mi certeza. A reserva de explayarme nuevamente sobre el tema en otra ocasión, resumiría mis razones para mantener la fe en tres argumentos. Primero, porque este es un país de inmigrantes, quienes tienen el denuedo para dejar la comodidad de lo conocido y buscar lo potencialmente mejor, siempre tendrá la capacidad de renovarse y de hacer lo necesario para salir adelante. Segundo, porque es un país que ha logrado construir una meritocracia en la que, todavía, logra salir adelante quien está dispuesto a esforzarse. El sistema, esencialmente capitalista, sienta las bases para competir, y estoy convencido de que la competencia nos hace mejores. Tercero, por el extraordinario sistema de universidades –que no requieren del estado– que funcionan como imán para atraer, y eventualmente retener, al mejor talento del mundo.
Sí, al escribir esto puedo pensar en todos los ataques a estos argumentos; desde luego, no son irrebatibles. Sin embargo, creo que hoy hay tanto pesimismo sobre el futuro de Estados Unidos porque sus deficiencias han sido evidenciadas por esta crisis. Otras regiones tienen retos menos obvios, pero mucho más complejos y difíciles de vencer.
La subjetividad del anti-americanismo
No me malentienda. No estoy diciendo que Estados Unidos sea un país perfecto. Después de vivir aquí por 17 años, tengo más evidencia empírica de sus carencias que muchos que no han tenido esa experiencia. Pero de lo que estamos hablando es de hegemonía, y no veo otro país mejor armado para desafiarla (incluso, atreviéndome a utilizar el término también en forma literal, si recordamos que el gasto militar estadounidense es mayor al del resto del mundo sumado).
El pesimismo obstinado es, por así decirlo, el crisol que sintetiza las antipatías –que no son pocas– hacia el imperio. Hace un par de días leía un escrito de Fidel Castro que un amigo hizo favor de enviarme. En éste, el caudillo cubano reflexiona sobre la caída del imperio, la “estafa” detrás de que Estados Unidos haya abandonado el patrón oro en 1971, el “asombroso despilfarro” detrás del endeudamiento de Estados Unidos y Japón, y observa que “el dólar ha dejado de ser la moneda de reserva”[1]. El Sr. Castro no tiene la más pálida idea de lo que está hablando, pero resume bien el sentimiento anti-americano que prevalece en el mundo y que nubla la objetividad del análisis.
Al final del año pasado, 64.6% de las reservas internacionales en las arcas de los bancos centrales estaban en instrumentos denominados en dólares. Esa proporción se ha mantenido más o menos estable en las últimas décadas (desde 59% en 1995 hasta 70.9% en 1999). En el mismo momento, 26.5% estaban denominadas en euros, 4.1% en libras y 3.3% en yen. No sólo es el dólar la moneda de reserva, sino que ha variado poco su importancia, a pesar de que el euro gradualmente ha ganado terreno a costa del yen y de otras monedas, no del dólar.
El endeudamiento de Estados Unidos obedece, al menos parcialmente, a un reto que asume el país que emite la moneda de reserva, el llamado Dilema de Triffin. Trataré de explicarlo y espero no aburrir demasiado.
Todas las economías del mundo tienen una balanza de pagos “balanceada”. Eso quiere decir que si tienen un déficit en su balanza de cuenta corriente, tendrán que generar un superávit de similar magnitud en su balanza de capitales. En castellano, eso quiere decir que si tienen un enorme déficit comercial porque importan mucho más de lo que exportan, seguramente tendrán que atraer capital –inversión extranjera, deuda, o lo que sea– para pagar por esas importaciones que no se cubrieron con el producto de sus propias exportaciones.
El costo de emitir la moneda de reserva
Cuando el mundo requiere de un incremento en la liquidez global, el país que emite la moneda de reserva tiene que generar un déficit en su cuenta corriente suficientemente grande para compensar por el enorme flujo de capital hacia su economía. Eso es lo que pasó recientemente y, por eso, la economía estadounidense muestra tanto endeudamiento. Sólo una economía gigantesca, como la estadounidense (más de una quinta parte del PIB mundial[2]), tiene la capacidad de absorber choques de tal magnitud.
Mucho se habla del señoraje que cobra quien emite la moneda. Sí, si usted tiene unos dolarcitos guardados en el cajón de la ropa interior, en estricto sentido le está prestando dinero a Estados Unidos en forma gratuita, pues nadie le paga a usted un interés por guardar parte de su ahorro en esos billetes. Sin embargo, en este momento en el que el Tesoro de Estados Unidos puede financiarse a tasas cercanas a cero, el señoraje hace poca diferencia. Si la inflación surge, entonces sí se vuelve una especie de impuesto que pagan quienes guardan el cash.
Emitir la moneda de reserva no es trivial. El país que lo hace requiere de una política monetaria ágil que permita esterilizar (emitiendo bonos y otros instrumentos de deuda) eficientemente los flujos de capitales que entren a la economía, para evitar que provoquen inflación al incrementar la oferta monetaria. Requiere, entonces, de un sistema financiero sólido y sofisticado para realizar la tarea con eficiencia, y también de una situación fiscal sana para generar la confianza necesaria.
La economía del país que emite la moneda de reserva tiene que tener el tamaño para resistir los embates desestabilizadores implícitos en las políticas de otras economías que deciden, sin previo aviso, acumularla, venderla o cambiarla por otra. Vivimos en un entorno en el que un país –China– decide mantener su moneda subvaluada para crecer a partir de exportar (enorme superávit de cuenta corriente), esta política le lleva a acumular una exorbitante cantidad de reservas (el equivalente a más de dos billones de dólares); mientras tanto, las tasas de interés internacionales se mantienen cercanas a cero (lo cual facilita enormemente el financiamiento de la actividad especulativa); en este contexto, ¿qué país desea –y está listo para– que su moneda desplace al dólar?
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[1]Castro, Fidel; Las campanas están redoblando por el dólar. CubaDebate, octubre 9, 2009
[2]La economía estadounidense es 23% de la economía mundial, medida a valor nominal, o 21% medida con PPP (paridad de poder adquisitivo).
Es columnista en el periódico Reforma.