Hace años, en alguna biblioteca, me llamó la atención un joven que leía atentamente carmina figurata, esos poemas que tienen la forma del objeto al que alude el poema. Comenzamos a platicar y no hemos dejado de hacerlo, pues me pidió que leyera su tesis, fui sinodal en su examen y nos hicimos buenos amigos.
Luis Arturo Guichard (Tuxtla Gutiérrez, 1973) se fue a hacer el doctorado a la Universidad de Salamanca. Lo hizo tan bien que lo invitaron a quedarse y hoy es profesor titular de filología griega. Escribe ensayos de complicadísima erudición (como el último que me envió, “Posídipo y los prodigios. Una interpretación de P. Mil. Vogl. VIII 309”) que aparecen en revistas fascinantes como Studi di Egittologia e di Papirologia. Desde hace un par de años prepara, para la Biblioteca Clásica Gredos, el volumen III de la Antología Palatina, que estará dedicado a los epigramas eróticos y satíricos (el “Ciclo de Agatias”) de los primeros cuatro siglos de nuestra era. En ocasiones escribe también crítica de poesía moderna en lengua española.
Y creo que Guichard es, además, un buen poeta. Una pequeña editorial, Littera Libros (radicada en Béjar) acaba de publicar su libro Nadie puede tocar la realidad. Reproduzco un poema que me gustó particularmente, con la breve nota que lo acompaña.
Seré materia
…la bibliothèque était le point de réunion d’une secte
pythagorienne…
Jacques Roubaud, La bibliothèque de Warburg
La biblioteca tiene cuatro plantas:
Palabra, Imagen, Acción y Fundamento.
Ordenados los libros del banquero
como un ejército dispuesto en círculo
su general es el olivo plantado en el patio.
Los libros saben que los persas nunca ganan.
Los libros saben cómo se construye la balsa de Ulises.
Los libros saben cuál es el camino hacia arriba y hacia abajo.
Por eso los libros tienen un escudo.
Por eso los libros se apiadan de sus dueños muertos.
De pronto recuerdo a Simónides:
“Soy un muerto, y un muerto es mierda, y la mierda es tierra
y si soy tierra, entonces no soy un muerto: soy una divinidad.”
Todos los dueños están muertos.
Son vanidad sus nombres en las portadas.
Ayer leí que dijo un poeta a sus amigos:
“Seré ese vaso de agua que estoy bebiendo.
Seré materia.”
No me conmueve la materia -aunque sé
que a través de ella puede haber una salida-,
ni el agua, lo que más brilla sobre la tierra,
sino este “seré”, escrito por Quevedo
hace quinientos años
y que no tiene peso ni medida.
Todos tenemos un gallo para Asclepio
ya curados de la vida.
Y el librero a mi lado es todo Metamorfosis.
Antes de entrar en esta biblioteca
yo no sabía que soy pagano.
NOTA DEL AUTOR: Las palabras de Octavio Paz en “Seré materia” provienen del capítulo final de La sabiduría sin promesa de Christopher Domínguez Michael; el resto del poema (y quizá el libro en su conjunto) se refiere a la biblioteca de Aby Warburg en Woburn Square, Londres, y en particular a Mnemosyne, el Atlas de la Memoria.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.